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Dos grandes misterios en la economía de Dios, Lospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-2905-7
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CAPÍTULO DOS

LA ECONOMÍA DE DIOS

Lectura bíblica: Gn. 1:26; Is. 9:6; Jn. 1:1, 14, 29; 14:9-10, 17-20; Mt. 28:19; 1 Co. 15:45; Ef. 3:14-19; 2 Co. 13:14; Ap. 1:4-5; 22:1-2

En el capítulo anterior abordamos dos asuntos: el misterio y la economía. Vimos que la meta de esta economía es que el misterio sea realizado. Sin tal economía, el misterio de Dios jamás sería manifestado de manera concreta.

El primer aspecto de la economía divina consiste en que Dios mismo se imparte en nosotros. Cuando hablamos de impartición, no nos referimos a una dispensación o a un determinado período; más bien, nos referimos a cierta clase de accionar, cierta actividad. Dios lleva a cabo una obra maravillosa al impartirse en Sus escogidos. Por tanto, el primer aspecto de la economía de Dios es la impartición divina.

EL DIOS TRIUNO REVELADO EN GÉNESIS

Debe llamarnos la atención que en la primera página de la Biblia Dios sea revelado como el Dios Triuno. Si estudiáramos el capítulo 1 de Génesis en el idioma hebreo, descubriríamos que el título usado para describir a Dios no es un sustantivo singular; más bien, es un nombre triple. “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gn. 1:1). Aquí, de acuerdo con el hebreo del texto original, el sustantivo usado para referirse a Dios es triple en número. Además, en el versículo 26 del mismo capítulo, Dios dijo “a nuestra imagen”, refiriéndose a Sí mismo como un ente plural. Ciertamente, ello entraña algo muy misterioso. Hay un solo Dios, pero Él es triple. ¡Esto es un misterio! En Génesis 1:26 vemos que Él primero dijo: “Hagamos”. Al hablar consigo mismo Él usó la forma plural del verbo refiriéndose tácitamente a Sí mismo como “nosotros”. Esto ocurrió antes de que el hombre fuera creado. Dios no estaba hablando con los ángeles; ciertamente los ángeles no formaban parte de este acontecimiento. Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Después, el versículo 27 dice: “Y creó Dios al hombre a Su imagen”. Aquí, “nuestra imagen” se ha convertido en “Su imagen”. Ahora bien, ¿es Dios un ente plural o singular? Debemos percatarnos de que llegado el momento en que Dios empezó a relacionarse con el hombre, Él se le reveló de esta manera particular, es decir, de manera triuna, dando a entender que Él es el Dios Triuno. Ésta es la etapa inicial que corresponde al libro de Génesis.

EL PADRE EN LA ETERNIDAD, EL HIJO EN EL TIEMPO

Después, Isaías 9:6 nos dice: “Porque un hijo nos es dado”. Ya no se nos habla en términos meramente objetivos; ahora podemos experimentar a Dios subjetivamente debido a que un Hijo nos es dado. Un Hijo nos es dado a nosotros, pero este Hijo es llamado el Padre. Este Hijo que nos ha sido dado es llamado “el Padre de la eternidad”; ésta es la traducción más acorde con el idioma hebreo. El Padre, el Padre eterno, es el Padre de la eternidad. Si bien el Hijo, al sernos dado, es recibido por nosotros en una esfera temporal, Él es el Padre, el propio Padre que está en la eternidad. En la eternidad Él es el Padre, pero ahora en el tiempo, en nuestra era, Él nos es dado como el Hijo. Así que, podemos preguntarnos: ¿Él es el Padre o el Hijo, el Hijo o el Padre? Desde la perspectiva de la eternidad, Él es el Padre, y desde la perspectiva de esta era, Él es el Hijo. Él es ambos, pues ambas perspectivas son válidas.

Podríamos decir que casi todas las cosas tienen dos facetas. Por ejemplo, un candelero, visto desde abajo presenta una base única, mientras que visto desde arriba, presenta siete lámparas. Así pues, en su faceta inferior es uno solo, pero en su faceta superior, es siete. Por eso, al final de la Biblia se mencionan los siete Espíritus, y estos siete Espíritus son las siete lámparas. Por una parte, el candelero es uno solo, pero por otra, el candelero es siete lámparas; en conclusión, es ambas cosas. Desde la perspectiva de la eternidad, Dios es el Padre, y como Aquel dado a nosotros en el tiempo, Él es el Hijo. El Hijo es siempre la expresión, y el Padre es siempre la fuente. Cuando oramos no decimos: “Hijo”, sino: “Padre”. Ciertamente recibimos al Hijo, pero le llamamos Padre. Un Hijo nos es dado, y Su nombre es Padre. Nosotros los creyentes no decimos: “Creemos en el Padre y recibimos al Padre”. ¡No! Decimos: “Creemos en el Hijo y recibimos al Hijo”; no obstante, en 1 Juan 2:23 dice que todo aquel “que confiesa al Hijo, tiene también al Padre”. Nosotros creemos en el Hijo y recibimos al Hijo; no obstante, todo aquel que recibe al Hijo, tiene al Padre. Así pues, después que usted haya recibido al Hijo y ore al Padre, no debiera dejar al Hijo. Es el Hijo quien nos ha sido dado, y es Él quien nos lleva al Padre. En nuestra experiencia como cristianos no oramos al Hijo sino al Padre. Pero el Hijo dado a nosotros es llamado el Padre de la eternidad. Es de este modo que Dios se imparte en el hombre. Él es la propia fuente divina; así que, Él es el Padre que está en la eternidad. Él es el Padre eterno, pero a fin de que Él pudiera impartirse en el hombre, Él debe sernos dado en la persona del Hijo. Por tanto, Juan 3:16 dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito”. Dios nos ha dado a Su Hijo. Pero no debiéramos considerar que este Hijo que nos fue dado es una persona separada y distinta a Dios mismo. El Hijo que nos ha sido dado es Dios mismo. Así pues, al recibir al Hijo, simplemente recibimos al propio Dios; y cuando oramos a Él no le llamamos Hijo, sino Padre.


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