Visión del edificio de Dios, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6775-2
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El ejemplo de Noé, quien caminó en la presencia de Dios y estaba a favor del edificio de Dios, no duró por mucho tiempo. Pronto después del diluvio los descendientes de Noé empezaron a ir en decadencia. Se unieron y se olvidaron de que debían vivir en una tienda con un altar; en vez de ello, empezaron a construir una ciudad llamada Babel. “Se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillos y cozámoslos bien; y el ladrillo les servía en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de argamasa. Después dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, para que no seamos dispersados por la faz de toda la tierra” (11:3-4).
Observen que estas personas caídas edificaron su ciudad con barro, paja y ladrillos, en vez de piedras. Éstos son los mismos materiales que usó más tarde Faraón de Egipto. Las piedras son creadas por Dios, pero el ladrillo es producto de las manos humanas. El edificio de Dios es siempre hecho de piedras, pero el edificio falso de Satanás siempre es hecho con ladrillos, es decir, por la labor de las manos humanas.
El pueblo de Babel empezó a construir una torre, pues su intención era que ésta llegara al cielo. El hombre caído siempre tiene el pensamiento de ir al cielo, pero el deseo de Dios es descender a la tierra. Básicamente, esta torre simbolizaba la intención del hombre de realizar algo opuesto a Dios. Estos edificadores caídos, que tenían el mismo carácter de Caín, dijeron: “Hagámonos un nombre”. Ellos se olvidaron del nombre de Dios y buscaron hacerse un nombre. Hoy son muchas las ciudades que llevan el nombre de hombres famosos. Los edificadores humanos siempre buscan engrandecer sus propios nombres.
Pero “Jehová descendió para ver la ciudad y la torre que habían edificado los hijos de los hombres” (v. 5). Dios notó algo extraño en esta ciudad. Las personas eran un solo pueblo, pues tenían un mismo idioma. Estaban edificadas, mas no conforme a la manera de Dios. Su edificio y la manera en que edificaban eran una falsificación de Satanás. Entonces el Señor dijo: “Vamos, descendamos y confundamos allí su lengua” (v. 7). El hecho de que el Señor dijera: “Vamos”, alude a las tres personas de la Deidad. El Dios Triuno descendió y juzgó aquella ciudad, destruyendo así la labor del hombre caído. El nombre de la ciudad fue Babel porque “allí confundió Jehová la lengua de toda la tierra” (v. 9). Babel es un nombre hebreo del Antiguo Testamento, y en cuya traducción al griego es “Babilonia”. Ambas palabras tienen el mismo significado. Babel era la fuente, el comienzo de Babilonia.
Prosigamos ahora para ver el edificio de Dios en contraste con esta segunda ciudad edificada por el hombre caído. Dios llamó a un hombre de nombre Abraham para que saliera de Babel. Abraham era como el resto de los habitantes de esa ciudad, pero Dios lo apartó del edificio construido por el hombre caído. Observen ahora lo que hizo Abraham. Él no empezó a edificar otra ciudad, llamándola por su propio nombre. Él ni siquiera edificó una ciudad bajo el nombre de Dios. Dios trajo a Abraham a un lugar elevado llamado Canaán y allí le dijo que construyera un altar. Abraham obedeció, erigiendo un altar y plantando una tienda como su morada. Así, una vez más vemos la tienda y el altar en contraste con la ciudad edificada por el hombre caído. Una vez más Dios recobró el vivir que es conforme a Su edificio. Los descendientes de Noé lo habían perdido, pero Dios recobró Su edificio al llamar a Abraham.
Sin embargo, mientras Abraham estaba en la tierra de Canaán, todavía corría peligro; pues, por un lado estaba la ciudad de Babel y, por otro, estaba la ciudad de Sodoma. Abraham fue separado de Babel y también fue guardado de Sodoma. Pero Lot, el sobrino de Abraham, se dejó arrastrar a la ciudad de Sodoma.
Un día mientras Abraham estaba sentado a la entrada de su tienda, tres varones se acercaron. Era el Señor con dos ángeles (18:1). El Señor le preguntó a Abraham: “¿Dónde está Sara, tu mujer?”. Él contestó: “En la tienda” (v. 9). Ésa fue una buena respuesta. Después de tener un tiempo de comunión, los visitantes de Abraham se levantaron y partieron hacia Sodoma, la ciudad del pecado. Abraham, no queriendo abandonar su presencia, fue acompañándolos. Mientras se dirigían a Sodoma, “Abraham permaneció en pie delante de Jehová” (v. 22). Él estaba en la presencia del Señor, no en la ciudad del pecado.
El capítulo 19 de Génesis nos narra una triste historia. Llegaron los dos ángeles a Sodoma (el Señor no se incluye aquí, pues no iría a ese lugar). Los ángeles no visitaron la ciudad en el día mientras el sol aún resplandecía, sino en la noche al atardecer. Mientras oscurecía, los dos ángeles siguieron a Lot, quien estaba sentado no a la entrada de su tienda como Abraham, sino a la puerta de Sodoma. Éste es el cuadro de un hombre en una condición caída, un hombre que ha caído en tinieblas.
La historia revela que Babel era principalmente una ciudad idólatra, mientras que Sodoma era una ciudad de pecado. Muchos hoy todavía encuentran fácil separarse del “edificio” de la idolatría, mas no encuentran igual de fácil evitar ser arrastrados hacia la ciudad del pecado. Debemos ver estos contrastes. Abraham vivía en una tienda que era lo opuesto de Babel, y después vivió en una tienda que era lo opuesto de Sodoma. Por lo tanto, tenemos aquí el contraste entre una tienda y las ciudades caídas del hombre.
Observen también cómo Abraham adiestró a su hijo Isaac. Génesis 24:67 revela cómo Isaac trajo su nueva novia a la tienda de su madre; y en Génesis 26 vemos a Isaac nuevamente ya muy anciano erigiendo su tienda en el valle de Gerar. Esto es muy significativo. El nieto de Abraham, Jacob, también habitó en una tienda (25:27). Esaú, el hermano de Jacob, era un cazador, un hombre del campo, pero Jacob era un hombre que moraba en una tienda. Por lo tanto, tres generaciones —Abraham, Isaac y Jacob— habitaron en una tienda, no en una ciudad. Dios es llamado el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. En el sentido espiritual, esto significa que estos hombres vivieron en el edificio de Dios, en vez de vivir en el edificio del linaje humano caído.
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