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Vida cristiana normal de la iglesia, Lapor Watchman Nee

ISBN: 978-0-87083-495-0
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VIVIENDO DEL EVANGELIO

Nuestro Señor dijo: “El obrero es digno de su salario” (Lc. 10:7); y Pablo escribió a los corintios: “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (1 Co. 9:14). ¿Qué significa vivir del evangelio? No quiere decir que el siervo de Dios deba recibir de la iglesia una pensión definida, puesto que el sistema moderno de servicios pagados en la obra de Dios era desconocido en los días de Pablo. Lo que sí quiere decir es que los predicadores del evangelio pueden recibir donativos de los hermanos, pero no se hace ninguna estipulación en conexión con tales donativos. No se nombra ningún periodo de tiempo definido, ninguna cantidad específica de dinero, ni ninguna responsabilidad definida; todo es cuestión de buena voluntad. En la medida en que Dios toca los corazones de los creyentes, ellos obsequian a Sus siervos, así que, mientras que estos siervos reciben donativos a través de los hombres, su confianza está todavía enteramente puesta en Dios. Sobre El tienen sus ojos fijos, a El le cuentan sus necesidades, y es El quien mueve los corazones de Sus hijos a dar. Eso es lo que Pablo quiso decir cuando habló de vivir del evangelio. Pablo mismo recibió el donativo de la iglesia en Filipos (Fil. 4:16), y cuando estaba en Corinto fue ayudado por los hermanos de Macedonia (2 Co. 11:9). Estos son ejemplos de vivir del evangelio. Pablo recibía donativos de vez en cuando de individuos y de iglesias, pero no recibía por su predicación remuneración definida.

Sí, “el obrero es digno de su salario”, y ciertamente debe vivir del evangelio. Sin embargo, haremos bien en preguntarnos: ¿De quién somos obreros? Si somos obreros de los hombres, busquemos de los hombres nuestro sostenimiento; pero si somos obreros de Dios, entonces no debemos esperar de ningún otro sino de El, aunque El puede satisfacer nuestras necesidades a través de nuestros semejantes. Todo el asunto se dilucida aquí: ¿Nos ha llamado Dios y nos ha enviado El? Si el llamamiento y la comisión vienen de El, entonces El deberá ser responsable por todo lo que involucre nuestra obediencia a El y con seguridad lo será. Cuando damos a conocer a Dios nuestras necesidades, El ciertamente escuchará, y moverá los corazones de los hombres para suministrarnos todo lo que necesitamos. Si sólo somos voluntarios en el servicio de Dios, entonces Dios no será responsable por las obligaciones en que incurramos, así que seremos incapaces de vivir del evangelio.

Cuando la señorita M. E. Barber pensó en venir a China a servir al Señor, ella previó las dificultades que encontraría una mujer que saliera por su cuenta y riesgo a un país extraño, de manera que le pidió consejo al señor Wilkinson de la Misión Mildmay a los judíos, quien le dijo: “Un país extranjero, ninguna promesa de sostenimiento, ningún respaldo de una sociedad; todo esto no presenta ningún problema. La cuestión es ésta: ¿Va usted por iniciativa propia, o la envía Dios?” “Dios me envía”, contestó ella. “Entonces no se necesitan más preguntas”, respondió él, “porque si Dios la envía a usted El deberá ser responsable”. Es cierto, si vamos por iniciativa propia, entonces la vergüenza y la angustia nos esperan, pero si vamos como enviados de Dios, toda responsabilidad será de El y nunca tenemos que inquirir cómo ha de cumplirla.

Pero en Corinto Pablo no vivió del evangelio; él hacía tiendas con sus propias manos. De manera que, evidentemente, hay dos formas en que pueden satisfacerse las necesidades de los siervos de Dios: esperar que Dios toque los corazones de Sus hijos para que den lo que es menester, u obtener el sostenimiento ocupándose medio tiempo en un trabajo secular. Puede ser bueno que trabajemos con nuestras manos, pero debemos fijarnos en que Pablo no lo consideraba lo usual. Es algo excepcional, un curso al que debe recurrirse en circunstancias especiales.

“Si nosotros sembramos entre vosotros lo espiritual, ¿es gran cosa si segáremos de vosotros lo material? Si otros participan de este derecho sobre vosotros, ¿cuánto más nosotros? Pero no hemos usado de este derecho, sino que lo soportamos todo, por no poner ningún obstáculo al evangelio de Cristo. ¿No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar participan? Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio. Pero yo de nada de esto me he aprovechado, ni tampoco he escrito esto para que se haga así conmigo; porque prefiero morir, antes que nadie desvanezca esta mi gloria....¿Cuál, pues, es mi galardón? Que predicando el evangelio, presente gratuitamente el evangelio de Cristo, para no abusar de mi derecho en el evangelio” (1 Co. 9:11-15, 18). Hay ciertos derechos que son privilegio de todos los predicadores del evangelio. Pablo no recibió nada de Corinto, porque estaba en unas circunstancias especiales en ese momento; pero, aunque no utilizó en esa ocasión sus privilegios como predicador del evangelio, está muy claro que sí lo hizo en otras ocasiones. “¿Pequé yo humillándome a mí mismo, para que vosotros fueseis enaltecidos, por cuanto os he predicado el evangelio de Dios de balde? He despojado a otras iglesias, recibiendo salario para serviros a vosotros. Y cuando estaba entre vosotros y tuve necesidad, a ninguno fui carga, pues lo que me faltaba, lo suplieron los hermanos que vinieron de Macedonia, y en todo me guardé y me guardaré de seros gravoso. Por la verdad de Cristo que está en mí, que no se me impedirá esta mi gloria en las regiones de Acaya” (2 Co. 11:7-10).


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