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Lo que el reino es para los creyentespor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7228-2
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Actualmente disponible en: Capítulo 8 de 10 Sección 3 de 3

PROSEGUIR A LA META PARA OBTENER
EL PREMIO EXTRAORDINARIO Y SOBRESALIENTE

Pablo vio esta visión, sabía de este asunto, y entendía que esto era muy serio. Él vivía bajo esta visión y de ningún modo se atrevió a conducirse descuidadamente. Él les dijo a los creyentes corintios: “No sea que habiendo predicado a otros, yo mismo venga a ser reprobado” (1 Co. 9:27). Cuando leemos las palabras de Pablo, podemos percibir cómo pensaba él. Él veía el juicio futuro, la gloria venidera del reino y el premio que el Señor había puesto delante de él para que lo obtuviera en Cristo Jesús. Pablo veía que el premio era glorioso. Él usó un ejemplo, diciendo que no todo el que corre en una carrera recibe el premio; solamente quienes corren bien, no se caen y terminan primero reciben el premio (v. 24).

Sabemos que hoy en día las pruebas de atletismo provienen de la cultura griega. Pablo escribió acerca de esto a los corintios. En aquel tiempo Corinto era una gran ciudad de Grecia, y las carreras atléticas eran muy populares entre los corintios. Por esta razón, Pablo usó esto como ejemplo a fin de mostrarles a los creyentes corintios que desde el momento en que fueron salvos, ellos estaban corriendo una carrera. Dios los había puesto en una carrera; esto corresponde al segundo paso de la administración de Dios. Dependiendo de cómo ellos corrieran la carrera, habría un resultado, lo cual corresponde al tercer paso de la administración de Dios. Si ellos corrían bien y terminaban antes que los otros corredores, recibirían el premio; pero si no corrían bien, sufrirían pérdida. Pablo dijo que él corría, no como a la ventura (v. 26a). Él sabía que había una meta muy definida para la cual el Señor Jesús lo había llamado. Fue por eso que dijo: “De esta manera lucho en el pugilato, no como quien golpea el aire” (v. 26b). ¿Qué hacía él? Él dijo: “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre” (v. 27a). Pablo hacía que su cuerpo se sometiera a él. Él no se sometía a su cuerpo, sino que hacía que éste se sometiera a él. ¿Por qué Pablo se trataba de esta manera? Porque temía conducirse descuidadamente y, de ese modo, no someterse a la autoridad de Dios ni estar bajo el gobierno de los cielos. Si hubiese sido así, Pablo, habiendo predicado a otros el glorioso mensaje de la recompensa del reino, podría haber sido reprobado. Por consiguiente, Pablo, con seriedad, golpeaba su cuerpo, ejerciendo dominio propio, a fin de correr la carrera que estaba delante de él.

Pablo primero escribió el libro de 1 Corintios, y luego unos años después escribió la Epístola a los Filipenses. En 1 Corintios podemos ver que desde la primera etapa del servicio que Pablo rendía al Señor, ya estaba corriendo en la senda de seguir al Señor. Cuando escribió el libro de Filipenses, ya tenía más edad y estaba encarcelado en Roma. Incluso en esas circunstancias dijo: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya haya sido perfeccionado” (3:12a). Les dijo a los filipenses: “Una cosa hago: olvidando lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta” (vs. 13b-14a). Él sabía que había un premio puesto delante de él, pero aún no se atrevió a decir que lo había alcanzado. Podemos comparar esto a los estudiantes que toman sus exámenes en la escuela. Desde el primer día de escuela ellos estudian diligentemente, y después de algún tiempo vienen los exámenes. Antes de esto nadie se atreve a decir que con certeza recibirá el premio por sacar las calificaciones más altas.

Esto es semejante a la situación en la cual Pablo se hallaba cuando estaba encarcelado en Roma. En aquel tiempo se acercaba el final de su carrera, pero aun así no se atrevió a decir que obtendría el premio del Señor. Él sabía que estaba próximo a morir, y estaba seguro de que algún día resucitaría. En 1 Tesalonicenses 4, cuando Pablo habló acerca de la esperanza de los creyentes, dijo que todos los creyentes serían resucitados (vs. 16-17). Pablo sabía que sin duda sería resucitado y que en el futuro, cuando los santos sean resucitados, habrá un grupo de creyentes que obtendrán una superresurrección. Todos los creyentes que hayan muerto serán resucitados, pero sólo unos cuantos obtendrán una resurrección extraordinaria, una superresurrección (Fil. 3:11).

La resurrección mencionada en Filipenses 3 no es una resurrección ordinaria, sino una superresurrección. Aquí, en griego, el prefijo antes de la palabra resurrección indica que es una superresurrección. Esta palabra no ha sido traducida adecuadamente, no sólo en la versión Chinese Union, sino también en muchas otras versiones, incluyendo muchas versiones del inglés. Esta clase de resurrección no es simplemente una resurrección, sino una superresurrección, una resurrección extraordinaria. Algunos preguntarán: “¿Qué es la superresurrección, la resurrección extraordinaria?”. Es fácil entender esto si usamos nuevamente el ejemplo de los estudiantes que hacen un examen. Por ejemplo, imaginémonos que hay cincuenta estudiantes en una clase y que todos ellos hacen el examen. El mejor estudiante hace el examen igual que los demás, pero con respecto a él el examen es sobresaliente. Todos, incluyéndolo a él, hacen el examen. Sin embargo, con respecto a los demás, tomar el examen es algo ordinario; pero con respecto a él es algo sobresaliente, porque no sólo aprueba el examen, sino que además recibe el premio. Por consiguiente, debemos ver que los vencedores, como el apóstol Pablo, no sólo serán resucitados de los muertos de un modo general, igual que todos los cristianos, sino que además de ello recibirán el premio en la resurrección. Así pues, la resurrección con respecto a ellos será una superresurrección, una resurrección extraordinaria.

Pablo en sus últimos años, los cuales pasaba en una cárcel romana, aún no se atrevió a decir que ya había alcanzado el premio de la superresurrección. Esto es semejante a alguien que corre en una carrera. Es sólo cuando uno ha dado el último paso que puede decir que ha obtenido el premio. En 2 Timoteo 4:6 Pablo dijo que el tiempo de su partida estaba cercano, es decir, que estaba próximo a ser ejecutado y a sufrir el martirio. Podemos ver que incluso la muerte de Pablo no era una muerte ordinaria. Él era una libación derramada delante del Señor. En el versículo 6 dijo: “Porque yo ya estoy siendo derramado”. Toda la vida de Pablo fue una libación; su vida fue vino derramado delante del Señor, a quien amaba, servía y seguía. Él derramó su vida delante del altar. Debido a que sabía que estaba próximo a ser derramado y que el tiempo de su partida estaba cercano, declaró victoriosamente: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Y desde ahora me está guardada la corona de justicia” (vs. 7-8a). La corona es un símbolo del reinado y de recibir una recompensa. Por lo tanto, Pablo estaba diciendo que le estaba preparada una recompensa. Además, continuó diciendo: “Con la cual [la corona de justicia] me recompensará el Señor, Juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que hayan amado Su manifestación” (v. 8b).

LA MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR Y SU REINO
SON NUESTRO INCENTIVO

En 2 Timoteo 4 Pablo encargó solemnemente a Timoteo por la manifestación de Cristo Jesús y por Su reino que llevara a cabo fielmente su obra (vs. 1-2). Antes de morir, Pablo le hizo este encargo a Timoteo. ¿Por qué encargó a Timoteo por la manifestación del Señor y por Su reino? Porque Pablo sabía que el asunto de la manifestación del Señor y Su reino es un asunto muy solemne y serio. Él sabía que cuando el Señor venga, todos los que han sido salvos estarán delante de Él y serán juzgados por Él según lo que hayan hecho. Pablo sabía que este asunto era muy serio. Asimismo sabía que cuando el Señor viniera, algunos recibirán una recompensa, y otros, un castigo. Por supuesto, Pablo sabía que la salvación del Señor es placentera y es motivo de cantar, pero sabía aún más que la manifestación del Señor es de temer y que el reino del Señor es justo. Cuando el Señor venga, estaremos delante de Él para arreglar cuentas con Él, aclarando todo y dándole cuentas de todo. Así que asuntos tales como la manera en que nos conducimos y laboramos después que somos salvos deben ser claramente examinados delante del Señor.

Este asunto de arreglar cuentas determinará nuestra posición en la gloria del reino milenario. Determinar nuestra posición en el reino es un paso muy serio que da la administración de Dios, el gobierno de Dios, en nosotros. El Señor no puede tratar a todos por igual ni introducir a todos los que son salvos en Su glorioso reino. Si hiciera esto, ello indicaría que Dios no tiene ninguna administración ni gobierno. Sin embargo, sabemos que Dios tiene Su administración y Su gobierno. Él determinará nuestra posición en la gloria del reino según como nos sometamos al gobierno celestial desde el momento en que somos salvos. Esto es un ejercicio muy serio de la administración de Dios, el gobierno de Dios. Es por ello que la manifestación del Señor y Su reino eran una advertencia así como un incentivo para el apóstol Pablo. Él era alguien que diariamente vivía a la luz de la venida del Señor Jesús, que estaba bajo el juicio del Señor y que miraba hacia la gloria del reino. Esto dio por resultado que él siguiera al Señor con temor y temblor. Fue por esta razón que él encargó a su amado Timoteo por la manifestación del Señor y por Su reino.

Así pues, vemos que el reino de Dios es la administración de Dios y, por ser la administración de Dios, es una advertencia así como un incentivo que Dios nos da. Que el Señor nos conceda Su gracia para que todos los que hemos sido salvos veamos que el Señor no sólo nos imparte Su gracia, sino que también ejerce Su administración, Su gobierno, sobre nosotros. Él nunca actuará en contra de este principio. No debemos pensar nunca que puesto que todo está tranquilo hoy, podemos relajarnos. Un día el Señor regresará; Él vendrá a examinar todos los asuntos. Por consiguiente, Su manifestación y Su reino deben ser una advertencia, una palabra de alerta, así como un incentivo para nosotros. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que podamos ser fieles a esta palabra.


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