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Estudio más profundo en cuanto a la impartición divina, Unpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7461-3
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UNA PALABRA ADICIONAL

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LA MANERA EN QUE SE EFECTÚA
LA IMPARTICIÓN DIVINA

La Trinidad Divina pasó por muchos procesos para efectuar Su impartición divina. En primer lugar, vino del cielo, de lo alto, a la tierra y fue concebido en el vientre de una virgen. Allí permaneció por nueve meses conforme a la ley de la vida humana, y nació como un Dios-hombre. Debido a los celos del rey Herodes, Él escapó a Egipto y más tarde regresó para establecerse en Galilea y vivir en el pequeño pueblo de Nazaret. De manera escondida, Él vivió allí por treinta años. Nadie oyó hablar de Él ni supo nada de Él. Cuando cumplió treinta años de edad, salió para cumplir Su ministerio, que consistía en buscar y salvar a los pecadores, e impartir a Dios en ellos.

Un día, mientras iba de regreso de Jerusalén a Galilea, según Su presciencia y predestinación, Él fue a salvar a un pecador perdido, una mujer samaritana inmoral. Por ello, Él intencionalmente pasó por Samaria y esperó a la mujer junto al pozo en Sicar. Él sabía que la mujer venía a sacar agua a esa hora. Cuando el Señor Jesús se encontró con ella, le pidió agua para mostrarle qué era lo que ella verdaderamente necesitaba. Él le habló de su esposo, lo cual tocó la conciencia de ella con miras a que ella se arrepintiera de sus pecados. Además, el Señor le mostró que la verdadera adoración consistía en beber a Dios, quien es el agua viva, y en contactar en espíritu a Dios, quien es el Espíritu. La manera china de adorar consiste en arrodillarse tres veces y en tocar el suelo con la cabeza nueve veces. La manera en que los árabes adoran consiste en postrarse completamente en el suelo. Sin embargo, nuestro Dios no desea que le adoremos de ninguna de esas maneras. Él desea que nosotros le adoremos en espíritu y con veracidad, lo cual equivale a beber de Él, quien es el agua viva que sacia la sed. Si bebemos del agua del pozo de Jacob, volveremos a tener sed. Nuestra sed no puede ser satisfecha jamás con el agua terrenal. Sólo el don de Dios, que es Jesús como nuestra agua viva, puede darnos satisfacción en vida.

Por consiguiente, cada día del Señor cuando partimos el pan para hacer memoria del Señor no estamos practicando una forma de adoración, sino que estamos comiendo, bebiendo y disfrutando a Dios. Los símbolos exhibidos sobre la mesa —el pan y la copa— representan el cuerpo del Señor que fue partido por nosotros y el nuevo pacto que fue establecido con Su sangre. Dichos símbolos están allí para que nosotros los comamos, bebamos y disfrutemos. Hacemos esto en memoria del Señor (Mt. 26:26-28; Lc. 22:19). Por lo tanto, vemos que el Señor desea que nosotros hagamos memoria de Él. Pero Él no quiere que nosotros nos arrodillemos y pensemos en Él silenciosamente; antes bien, Él quiere que abramos nuestro ser y lo contactemos con nuestro espíritu, comiéndole y bebiéndole en espíritu. Ésta es la manera en que verdaderamente hacemos memoria de Él.

En los mensajes pasados vimos que en la eternidad pasada, Dios tuvo una economía. A fin de llevar a cabo esta economía, Él pasó por muchos procesos para impartirse en nosotros. Desde Su encarnación hasta que llegó a ser el Espíritu vivificante, cada paso tenía por finalidad efectuar Su impartición. Tomemos la crucifixión como ejemplo. Los hombres lo tuvieron colgado en la cruz por seis horas. En las primeras tres horas, Él fue perseguido por llevar a cabo la voluntad de Dios; y en las últimas tres horas, fue juzgado por Dios para que se efectuara la redención por nosotros. Esta muerte fue, sin duda, un proceso en el que se llevaron a cabo muchas obras. Después de esto, Él entró en la muerte y en el Hades; y tres días después resucitó. Esto fue otro proceso. Tan pronto como entró en la resurrección, fue transfigurado para llegar a ser el Espíritu vivificante. Para entonces, todos los procesos por los cuales pasó fueron consumados.

Todo el Evangelio de Juan nos muestra este asunto claramente. Al comienzo del libro, dice que en el principio era la Palabra, y que la Palabra era Dios. La Palabra se hizo carne. Más tarde nos muestra cómo el encarnado Dios-hombre Jesús vivió en la tierra por treinta y tres años y medio. Al final, fue crucificado y entró en el Hades, y después de allí salió para entrar en la resurrección. En la resurrección llegó a ser el Espíritu vivificante, quien es el aliento santo que fue soplado en los discípulos. Fue de esta manera que todos ellos recibieron al Espíritu Santo.

LA IMPARTICIÓN DE LA TRINIDAD DIVINA
EN LOS CREYENTES

Hoy en día, Aquel en quien creemos y a quien adoramos es tal Persona. Él ha llegado a ser el Espíritu, la máxima consumación del Dios Triuno, a fin de que nosotros participemos de Su impartición divina. Ésta es la misteriosa economía de Dios, que imparte y distribuye a los hijos de Dios todos los ricos elementos de Dios. Ahora este Dios ha sido procesado y ha llegado a ser un aliento santo, para llenar todos los rincones de la tierra. Incluso mientras usted predica el evangelio, él está en su boca y en su corazón. Él saldrá de su boca y entrará en el corazón de los que escuchen (Ro. 10:8-9). Él es el Espíritu Santo, el Dios Triuno, Jesucristo, que llega a ser la vida y el todo de aquellos que creen y le reciben. Él es así de maravilloso.

Esta Persona maravillosa está en nosotros principalmente para ser nuestra vida, operando y laborando silenciosa y suavemente en nosotros. Esto se puede comparar a nuestra vida física. Todos los días, veinticuatro horas al día, esta vida opera silenciosa y suavemente en nosotros. Mientras estamos aquí sentados, hay una operación que actúa en nosotros, la cual es nuestra digestión. Sin embargo, no la sentimos. Cada vez que la sentimos, eso demuestra que tenemos algún problema. Además de la digestión, también tenemos la asimilación, la cual hace que los elementos del alimento que digerimos sean parte de nuestra sangre y lleguen a ser las células y tejidos de nuestro cuerpo. Cuando el Espíritu de Dios opera en nosotros, lo hace de una manera similar.

Él viene a nosotros no sólo para ser nuestra vida, sino para ser nuestro todo, es decir, para ser nuestra persona. Él desea permanecer en nosotros, hacer Su hogar y establecerse en todo nuestro ser con el propósito de llegar a ser nuestro todo. Él está dentro de nosotros esperando continuamente a que nos volvamos a Él y recibamos Su suministro. Algunos siempre hablan de la manera en que el Señor los disciplina y los reprende. Pero en mi experiencia de más de sesenta años de seguir al Señor, más bien me parece que el Señor nunca me ha reprendido severamente. Ciertamente lo he ofendido a Él muchas veces. Pero Él siempre está dispuesto a darme Su suministro y a impartirse a mí. Hoy el Señor definitivamente vive en mí. Él es nuestra vida a fin de ser nuestro todo. Él es nuestra persona, nuestra Cabeza, nuestro Esposo y nuestro Salvador. Él desea hacer Su hogar en nosotros y hacer de nuestra persona entera el lugar de Su reposo.

Quisiera preguntarles a los jóvenes que están aquí sentados entre nosotros: ¿es el Señor un invitado o el anfitrión en ustedes hoy? ¿Es usted Su hogar? Nuestro concepto natural es el de mejorar o corregir las cosas malas o negativas. Después que creímos en el Señor, pensamos que el propósito del Señor era mejorarnos y hacernos personas nobles. En realidad, no es así. Antes de ser salvos, pecábamos y cometíamos errores con facilidad. Pero después que alguien nos predicó el evangelio, nos dimos cuenta de que éramos pecadores y necesitábamos un Salvador. Como resultado, aceptamos al Señor Jesús. Él murió en la cruz por nosotros y llevó nuestros pecados, logrando la redención, y llegó a ser nuestro Redentor. Él incluso es nuestro Salvador de día en día. Aunque somos salvos, todavía tenemos debilidades, concupiscencias y pasiones. Al mismo tiempo, afrontamos continuamente muchas pruebas y padecimientos. Por ello, necesitamos Su salvación diaria a fin de ser personas que tienen a Dios y llevar una vida superior al común de los hombres.


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