Visión del edificio de Dios, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6775-2
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El siguiente objeto que está en el atrio es el lavacro. Pero antes de compartir sobre el significado del lavacro, debemos mostrar en asociación que el altar estaba cubierto de bronce. Este bronce provenía de los incensarios de bronce de los doscientos cincuenta israelitas que se rebelaron contra Dios y fueron juzgados con fuego. El Señor le mandó a Moisés que reuniera todos estos incensarios de bronce e hiciera láminas de bronce para cubrir el altar (Nm. 16:38-40). Esto, por supuesto, nos comunica la idea de que el altar de bronce tiene por finalidad juzgar por medio del fuego. Es muy significativo que el lavacro también fuera hecho de bronce. Sin embargo, este bronce provenía de los espejos de las mujeres que servían en el tabernáculo (Éx. 38:8). La función de un espejo es reflejar nuestra verdadera imagen y revelar así nuestra verdadera condición. A veces cuando les pedimos a nuestros hijos que se laven la cara, ellos nos contestan indignados diciendo que están limpios. En ese momento resulta útil llevarlos al espejo para que lo vean por sí mismos. De igual manera, el lavacro de bronce revela nuestra condición y nos ilumina. Entonces de inmediato sentimos la necesidad de ser limpios, y el lavacro mismo también nos limpia (40:30-32). Ésta es la verdadera obra del Espíritu Santo (Tit. 3:5). Así pues, primero nuestra condición debe quedar al descubierto, y después necesitamos ser limpiados de nuestra condición caída.
La clase de bronce que se usó para hacer el lavacro difiere del bronce que se usó para hacer el altar, pero la naturaleza de ambos es la misma. Esto significa que la obra que realiza el Espíritu Santo de revelar nuestra condición y de alumbrarnos depende del juicio de la cruz. El lavacro de bronce viene después del altar de bronce. A partir del altar de bronce se halla el lavacro de bronce. En términos espirituales, esto significa que la función del lavacro proviene del altar. El juicio siempre nos alumbra. Cuando somos juzgados, somos alumbrados. Cuanto más somos juzgados por la cruz, más el Espíritu Santo nos alumbra y nos pone al descubierto. Si no aplicamos la cruz a nosotros mismos, siempre diremos: “Estoy bien; no hay nada malo con respecto a mí”. Si ésta es nuestra actitud, el Espíritu Santo nunca nos revelará nuestra condición, y simplemente permaneceremos en tinieblas. Pero cuando apliquemos la cruz, diciendo: “Oh, soy tan pecaminoso; no sirvo para otra cosa que morir. Tengo que morir y, de hecho, ya morí”, en seguida el Espíritu Santo sacará a luz lo que se halla oculto en nuestro ser. Nos mostrará que estamos mal con respecto a este asunto, que obramos de manera corrupta con respecto a aquello y que en muchos otros aspectos estamos contaminados. Cuanto más apliquemos la cruz, más seremos alumbrados por el Espíritu Santo. El lavacro viene después del altar, pues ambos son de bronce. En el altar de bronce tenemos la experiencia de ser juzgados, y en el lavacro de bronce tenemos la experiencia de ser alumbrados y limpiados. Debemos juzgarnos a nosotros mismos; ésta es la única manera de experimentar el edificio de Dios.
Nadie sabe cuáles eran las dimensiones del lavacro. Esto significa que la obra del Espíritu Santo de revelar nuestra condición, de alumbrarnos y de limpiarnos es ilimitada e inconmensurable. Entre todos los enseres del tabernáculo, no se proveen las medidas de dos de ellos: el lavacro y el candelero. Esto significa que ambos son inconmensurables e ilimitados.
El problema fundamental y el asunto principal hoy es que todo lo que somos, todo lo que tenemos y todo lo que podemos hacer tiene que ser puesto sobre el altar, es decir, tiene que ser puesto en la cruz. Una vez que seamos juzgados, redimidos y nos hayamos consagrado, estaremos continuamente en la posición en la cual la luz resplandecerá sobre nosotros. El Espíritu Santo continuamente sacará a luz nuestra condición y nos alumbrará y limpiará. Cuando pasamos por el altar de bronce y por el lavacro de bronce de esta manera, realmente experimentamos el juicio de Dios. Ésta es la primera experiencia que tenemos del edificio de Dios. No servimos para otra cosa que ser juzgados, y tenemos que experimentar de manera concreta este juicio.
Después de las experiencias del altar y del lavacro, proseguimos a experimentar las basas de bronce (Éx. 27:10-17). Éstas son las basas de las paredes del atrio. Todas las columnas que sostenían los cortinajes del atrio estaban apoyadas sobre estas basas de bronce. En nuestra experiencia espiritual esto significa que el fundamento, la base de las paredes del atrio, provienen del juicio de Dios. Después que experimentemos la cruz y la obra del Espíritu Santo de descubrirnos y limpiarnos, pondremos el fundamento de las paredes del atrio. Esto establece la línea divisoria del edificio de Dios. Todo lo que esté fuera de esta línea divisoria no pertenece al edificio de Dios. Cuando experimentamos el altar y el lavacro de bronce, vemos las basas de bronce que han sido puestas como fundamento para establecer la línea divisoria del edificio de Dios. El resultado de nuestra experiencia de ser juzgados y limpiados es que obtenemos el fundamento del atrio, las basas de bronce. En el pasaje donde se proveen las especificaciones del tabernáculo, se menciona el altar de bronce antes de las basas de bronce. En términos espirituales, esto significa que las basas provienen del altar. Tenemos que experimentar primero la acción de la cruz y la obra del Espíritu Santo de descubrirnos, alumbrarnos y limpiarnos. Tenemos que experimentar estos objetos de manera exhaustiva; entonces echaremos el fundamento, el cual llegará a ser la línea divisoria del edificio de Dios. Teniendo esta línea divisoria, podremos separar lo que está dentro del edificio de Dios de lo que está fuera; podremos discernir claramente lo que debe mantenerse fuera y no debe introducirse. Lo que establece los límites del edificio de Dios es el juicio de la cruz y la limpieza provista por el Espíritu Santo. Todo lo que pertenece al edificio de Dios tiene que ser juzgado por la cruz así como puesto al descubierto y limpiado por el Espíritu Santo. De lo contrario, se hallará fuera del edificio. Todo el que se crea inteligente y apto para participar en el edificio de Dios no se ha juzgado a sí mismo y no posee una línea divisoria. Si no tenemos esta línea de separación, si no hay atrio, entonces el mundo entero será el atrio para la edificación de la iglesia. ¡Eso es completamente errado! Por lo tanto, necesitamos la línea de separación, esto es, necesitamos el juicio efectuado por la cruz y la obra del Espíritu Santo de descubrirnos y limpiarnos. Esto es bastante claro.
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