Iglesia gloriosa, Lapor Watchman Nee
ISBN: 978-0-87083-971-9
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En Apocalipsis 3:21 el Señor Jesús dice: “Al que venza, le daré que se siente conmigo en Mi trono”. El hijo varón puede sentarse en el trono porque ha vencido. Ahora vamos a ver cómo ellos vencen y cuál es su actitud.
Apocalipsis 12:11 dice: “Y ellos le han vencido por causa de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y despreciaron la vida de su alma hasta la muerte”.
“Le han vencido”. “Le” se refiere a Satanás. Vencieron a Satanás porque lo incapacitaron y no pudo llevar a cabo su obra en contra de ellos. Lo vencieron (1) por la sangre del Cordero, (2) por la palabra de su testimonio, y (3) por tener una actitud de despreciar la vida de su alma hasta la muerte.
Primero, “le han vencido por causa de la sangre del Cordero”. En la guerra espiritual la victoria se basa en la sangre del Cordero. La sangre sirve no solamente para perdonar y salvar, sino que también constituye la base sobre la cual vencemos a Satanás. Algunos pensarán que la sangre no tiene mucha importancia para los que han crecido en el Señor. Suponen que algunos pueden crecer hasta el punto de que ya no tienen más necesidad de la sangre. ¡Debemos decir enfáticamente que eso no es cierto! Nadie puede crecer al punto de no tener necesidad de la sangre. La Palabra de Dios dice: “Le han vencido por causa de la sangre del Cordero”.
La principal actividad de Satanás contra los cristianos consiste en acusarlos. ¿Es Satanás un asesino? Sí. ¿Es mentiroso y tentador? Sí. ¿Es aquel que nos ataca? Sí. Pero eso no es todo. Su trabajo principal consiste en acusarnos. Apocalipsis 12:10 dice: “Ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusa delante de nuestro Dios día y noche”. Aquí vemos que Satanás acusa a los hermanos día y noche. El no solamente nos acusa delante de Dios, sino también en nuestra conciencia, y sus acusaciones nos pueden debilitar y dejarnos impotentes. Le gusta acusar a las personas de tal manera que se consideren inútiles y pierdan así todo el terreno que tenían para combatirlo. No queremos decir que no necesitamos confesar el pecado y hacer con él lo debido. Debemos tener un sentir agudo hacia el pecado, pero no debemos aceptar las acusaciones de Satanás.
En cuanto un hijo de Dios acepte las acusaciones de Satanás, se sentirá culpable todo el día. Cuando se levante de madrugada, sentirá que está mal. Cuando se arrodille para orar, se sentirá mal y ni siquiera creerá que Dios contestará su oración. Cuando quiera hablar en la reunión, sentirá que esto es inútil porque él no está bien. Cuando quiere presentar una ofrenda al Señor, se pregunta por qué lo debería hacer, pues Dios no aceptaría una ofrenda de una persona como él. La preocupación principal de cristianos como éste no es lo glorioso y victorioso que es el Señor, sino lo inicuo e indigno que ellos son. Pasan todo el día consumidos por el pensamiento de su propia indignidad. En todo momento consideran lo inútil que son: cuando trabajan, descansan, caminan, leen las Escrituras u oran. Esta es la acusación de Satanás. Si Satanás los puede mantener en esta condición, él gana la victoria. Las personas que se encuentran en esta condición son impotentes frente a Satanás. Si aceptamos estas acusaciones, nunca podremos ser vencedores. A menudo cuando nos aflige el pensamiento de nuestra iniquidad, nos resulta fácil interpretarlo erróneamente y considerarlo como humildad cristiana, sin darnos cuenta de que estamos sufriendo el efecto dañino de las acusaciones de Satanás. Cuando cometemos un pecado, debemos confesarlo y hacer con él lo debido. Pero debemos aprender otra lección: debemos aprender a no mirarnos a nosotros mismos, sino a fijar nuestra mirada en el Señor Jesús. El pensar en nosotros mismos cada día, desde la mañana hasta la noche, es una condición enfermiza. Es la consecuencia de haber aceptado las acusaciones de Satanás.
En las conciencias de algunos hijos del Señor, no existe mucha sensibilidad en cuanto al pecado. Personas de ésta índole no son muy útiles espiritualmente. No obstante, son muchos los hijos de Dios cuya conciencia es tan débil que realmente no reconocen la obra del Señor Jesús. Si les preguntamos si sienten que tienen algún pecado en particular, no pueden señalar ninguno. No obstante, siempre tienen la impresión de que están mal. Siempre les parece que son débiles y que no valen nada. Cada vez que piensan en sí mismos, pierden su paz y alegría. Han aceptado las acusaciones de Satanás. Cada vez que Satanás nos da esta clase de sentir, somos debilitados y ya no lo podemos resistir.
Por lo tanto, no debemos menospreciar las acusaciones de Satanás. Su principal actividad consiste en acusarnos, y lo hace día y noche. El nos acusa en nuestra conciencia así como delante de Dios hasta que nuestra conciencia se debilita tanto que no puede ser fortalecida.
En la vida diaria de un cristiano y en su obra, la conciencia desempeña un papel muy importante. El apóstol Pablo dijo en 1 Corintios 8 que si la conciencia de alguien es contaminada, esta persona es destruida. Ser destruido no significa que una persona se pierda eternamente, sino que ya no puede ser edificada. Se ha debilitado hasta el punto de ser completamente inútil. En 1 Timoteo 1 dice que un hombre que desecha su conciencia naufraga en cuanto a la fe. Un barco naufragado no puede navegar. Por consiguiente, ya sea que un cristiano pueda presentarse delante de Dios o no depende de que su conciencia no tenga ninguna ofensa. Cuando él acepta las acusaciones de Satanás, su conciencia es ofendida, y cuando eso sucede, él no puede perseverar en su servicio ni tampoco seguir luchando por Dios. Por tanto, debemos entender que la principal obra de Satanás consiste en acusarnos, y ésta es la obra que debemos vencer.
¿Cómo podemos vencer las acusaciones de Satanás? La voz del cielo nos dice: “Le han vencido por causa de la sangre del Cordero”. La sangre es la base de la victoria, y es el instrumento que vence a Satanás. El podrá acusarnos, pero le podemos contestar que la sangre del Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado (1 Jn. 1:7). “Todo pecado” significa cualquier pecado, grande o pequeño. La sangre del Hijo de Dios nos limpia de todos ellos. Satanás nos puede decir que estamos mal, pero tenemos la sangre del Señor Jesús. La sangre del Señor Jesús nos puede limpiar de nuestros numerosos pecados. Esta es la Palabra de Dios. La sangre de Jesús, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado.
No sólo debemos rechazar las acusaciones que no tienen fundamento, sino también las que sí lo tienen. Cuando los hijos de Dios hacen algo mal, todo lo que necesitan es la sangre de Jesús, el Hijo de Dios, y no las acusaciones de Satanás. En cuanto al pecado lo necesario es la sangre preciosa, y no las acusaciones. La Palabra de Dios nunca menciona la necesidad de ser acusados después de pecar. La única pregunta es ésta: ¿hemos confesado nuestro pecado? Si hemos confesado, entonces ¿qué más se podría decir? Si hemos pecado y no hemos confesado, entonces merecemos ser acusados. Pero donde no hay pecado, no queda lugar para las acusaciones. Si hemos pecado y confesado, no deberíamos ser acusados.
Si usted ha pecado, puede inclinarse y confesar a Dios. La sangre del Señor Jesús lo limpiará inmediatamente. No se imagine que tendrá más santidad si considera cuán pecaminoso es, o que recibirá más santidad si se siente más triste por causa del pecado. No es así. Usted debe hacerse una sola pregunta: ¿Qué aprecio tengo por la sangre del Señor Jesús? Hemos pecado, pero Su sangre nos limpia de todo pecado. “Todo pecado” incluye los pecados grandes y pequeños, los pecados que recordamos y los que hemos olvidado, los pecados visibles o invisibles, los pecados que consideramos perdonables y los que creemos imperdonables: “todo pecado” incluye toda clase de pecados. La sangre de Jesús, el Hijo de Dios, no nos limpia de un solo pecado, o de dos, o aun de muchos pecados, sino que nos limpia de todo pecado.
Reconocemos que tenemos pecado. No decimos que no lo tenemos. Pero aparte de eso, no aceptamos las acusaciones de Satanás. Delante de Dios, estamos limpios porque tenemos la sangre preciosa. No debemos creer en las acusaciones más que en la sangre preciosa. Cuando cometemos pecado, no glorificamos a Dios, pero cuando no confiamos en la sangre preciosa, lo deshonramos aún más. Pecar es algo vergonzoso, pero no creer en la sangre preciosa es algo aún más vergonzoso. Debemos aprender a confiar en la sangre del Cordero.
Romanos 5:9 dice: “...estando ya justificados en Su sangre”. Muchas personas no tienen ninguna paz en su corazón cuando entran en la presencia del Señor. También se sienten inútiles y que están mal. Esto se debe a que tienen una falsa esperanza. Esperan tener algo positivo dentro de sí que podrán ofrecer a Dios. Cuando descubren que dentro de sí no tienen nada positivo que ofrecer, vienen las acusaciones. Esta puede ser una acusación: “Una persona como usted nunca tendrá nada bueno que ofrecer a Dios”. Pero debemos recordar que originalmente no teníamos nada bueno delante de Dios. No teníamos nada bueno que ofrecer a Dios. Sólo le podemos presentar una sola cosa: la sangre. La sangre es lo único que nos puede justificar. No hay ninguna justicia positiva en nosotros. Lo que nos hace justos es la justicia que recibimos por medio de la redención. Cada vez que vamos al trono de la gracia, podemos acudir a El para recibir gracia. Es un trono de gracia, y no un trono de justicia. Cada vez que nos presentamos ante Dios, lo único que nos califica es el hecho de haber sido redimidos, y no de haber progresado en nuestra vida cristiana. Ningún cristiano podrá llegar a un nivel donde pueda decir: “Ultimamente me he portado bastante bien, ahora tengo el denuedo de orar”. No. Cada vez que nos presentamos ante Dios, nuestro único terreno, nuestra única posición, se basa en la sangre. Debemos estar conscientes de que ningún crecimiento espiritual, por muy elevado que sea, puede sustituir la eficacia de la sangre. Ninguna experiencia espiritual podrá reemplazar la obra de la sangre. Aun cuando alguien llegue a la espiritualidad del apóstol Pablo, Juan, o Pedro, seguirá necesitando la sangre para presentarse ante Dios.
A veces cuando hemos pecado, Satanás viene a acusarnos, y a veces cuando no hemos pecado, aún así viene a acusarnos. Algunas veces no tiene nada que ver con que hayamos cometido pecado o no, sino con que no tengamos una justicia positiva que ofrecer a Dios. Por tanto, Satanás nos acusa. No obstante, debemos entender claramente que podemos entrar en la presencia de Dios únicamente por causa de la sangre, y no por otra cosa. Debido a que hemos sido limpiados por la sangre y justificados por ella, no estamos bajo ninguna obligación de aceptar las acusaciones de Satanás.
La sangre preciosa es la base de la guerra espiritual. Si no conocemos el valor de la sangre, no podemos luchar. Cuando nuestra conciencia es debilitada, estamos acabados. Por consiguiente, si no mantenemos una conciencia irreprensible y limpia, no podremos hacer frente a Satanás. Satanás puede usar miles de razones para acusarnos. Si aceptamos sus acusaciones, caeremos. Pero cuando Satanás nos hable, podemos contestar a todas sus razones con la única respuesta de la sangre. No existe nada que no pueda ser contestado por la sangre. La guerra espiritual exige una conciencia sin ofensa, y la sangre es lo único que puede darnos esta conciencia.
Hebreos 10:2 dice: “De otra manera, ¿no habrían cesado de ofrecerse, por no tener ya los adoradores, una vez purificados, consciencia de pecado...?” La sangre hace que la conciencia del cristiano quede libre de la consciencia de pecado. Cuando tomamos como base la sangre, cuando creemos en la sangre, Satanás ya no puede obrar en nosotros. A menudo tendemos a considerar que ya no podemos luchar porque hemos pecado. Pero el Señor sabe que somos pecaminosos; por eso, preparó la sangre. El Señor tiene la solución para el pecador, porque El tiene la sangre. Pero El no puede hacer nada con aquel que está dispuesto a recibir las acusaciones de Satanás. Todo aquel que acepta las acusaciones de Satanás niega el poder de la sangre. Nadie que crea en la sangre preciosa puede al mismo tiempo aceptar las acusaciones de Satanás; una de ellas debe desaparecer. Si aceptamos las acusaciones, la sangre debe irse; si aceptamos la sangre, las acusaciones deben retirarse.
El Señor Jesús es nuestro Sumo Sacerdote y Mediador (véanse He. 2:17-18; 4:14-16; 7:20-28; 8:6; 9:15; 1 Jn. 2:1). El siempre está sirviendo en esta posición: como Sumo Sacerdote y Mediador. El propósito de Su servicio consiste en preservarnos de las acusaciones de Satanás. El hombre necesita un solo instante para recibirlo a El como su Salvador, pero toma toda la vida enfrentarse a las acusaciones de Satanás. En el griego la palabra mediador significa “un defensor designado”. El Señor es nuestro Mediador, nuestro Defensor. El Señor habla por nosotros. Pero ¿estamos de parte del Mediador o del acusador? Sería ridículo creer en las palabras del acusador mientras nuestro Mediador nos está defendiendo. Si un abogado comprobara continuamente que su cliente es inocente, pero éste persiste en creer al acusador, ¿no sería una situación absurda? ¡Oh, que veamos que el Señor Jesús es nuestro Mediador y que El nos está defendiendo! ¡Que entendamos que la sangre es la base que nos permite hacer frente a Satanás! Nunca deberíamos responder a las acusaciones de Satanás con una buena conducta; debemos responder con la sangre. Si nos diésemos cuenta del valor de la sangre, habría más cristianos gozosos y en paz en la tierra hoy en día.
“Le han vencido por causa de la sangre del Cordero”. ¡Cuán preciosas son estas palabras! Los hermanos le han vencido no por su mérito, su adelanto, ni su experiencia. Le han vencido por causa de la sangre del Cordero. Cuando vengan las acusaciones de Satanás, debemos rechazarlas por la sangre. Cuando aceptamos la sangre, el poder de Satanás queda anulado. Todo lo que somos depende de la sangre, y necesitamos la sangre cada día. Así como dependimos de la sangre y confiamos en la sangre el día en que fuimos salvos, debemos seguir dependiendo de la sangre y confiando en ella a partir de ese día. La sangre es nuestro único fundamento. Dios desea liberarnos de todas las acusaciones insensatas. El quiere romper estas cadenas. Nunca deberíamos sentir que nos humillamos al recibir acusaciones día tras día. Debemos aprender a vencer estas acusaciones. Si no vencemos estas acusaciones, nunca podremos ser vencedores. Los vencedores deben conocer el valor de la sangre. Aunque no conozcamos el inmenso valor de la sangre, podemos decir al Señor: “Oh Señor, aplica la sangre por mí conforme a Tu aprecio por ella”. Debemos resistir el poder de Satanás conforme al aprecio que Dios tiene por la sangre, y no según nuestro aprecio por la sangre.
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