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Los de corazón puropor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-2060-3
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Actualmente disponible en: Capítulo 7 de 10 Sección 3 de 4

SER SALVOS PARA VIVIR
CONFORME A NUESTRA CONCIENCIA

En el principio, el hombre cayó de la presencia de Dios al régimen de la conciencia; y luego, de la conciencia al gobierno de los hombres. Por lo tanto, son tres las entidades que rigen al hombre: en primer lugar, Dios mismo; en segundo lugar, la conciencia; y en tercer lugar, el hombre mismo. Quienes viven delante de Dios constituyen la clase de persona más elevada. Los que viven según su conciencia no pertenecen a la categoría más elevada de personas, pero son relativamente buenas. Los que viven bajo el régimen humano, están en la más baja de las categorías: se trata de personas que no obedecen a su conciencia ni tampoco viven en la presencia de Dios, sino que se atreven a hacer cualquier cosa. Son muy pocas las personas que viven delante de Dios; la mayoría vive delante del hombre. Los maridos tienen temor de ser sorprendidos por las esposas, y las esposas tienen temor de ser sorprendidas por los maridos. Los hijos temen que sus padres los sorprendan, y los padres temen que sus hijos los sorprendan. Los médicos viven temerosos de que las enfermeras los sorprendan haciendo mal, mientras que las enfermeras temen que los médicos las sorprendan haciendo algo erróneo. Así pues, todos viven temerosos de que sus semejantes los encuentren haciendo algo impropio. Cuando no somos regidos por nadie, somos capaces de cometer toda clase de actos inmorales. Las personas que sólo temen al hombre —ya sea la policía, el juez o los militares— son las personas más bajas y caídas. Lo único que temen es ser vistos por los hombres, pero no temen a Dios mismo. En la actualidad, los cristianos viven más tiempo delante de los hombres que conforme a su conciencia. Quienes viven en la presencia de Dios, son regidos por Dios; los que viven según su conciencia, son regidos por ella; y quienes viven delante de los hombres, son regidos por sus semejantes. Estas tres maneras de vivir —vivir delante de Dios, vivir en conformidad con nuestra conciencia y vivir delante de los hombres— se denominan, respectivamente, el régimen de Dios, el régimen de la conciencia y el régimen de los hombres.

Cuando fuimos salvos, Dios nos salvó de vivir bajo el gobierno de los hombres. Antes de haber sido salvos, siempre y cuando otras personas —ya sean nuestros cónyuges, nuestros maestros o nuestros supervisores— no nos vieran, podíamos cometer toda clase de inmundicia en provecho propio. Pero un día, el Señor nos salvó del pecado y del mal. Además, también fuimos salvos de vivir meramente bajo el régimen de los hombres. Ahora, si somos hijos, no violamos las normas que rigen en nuestra familia; y, como ciudadanos, definitivamente somos personas que se sujetan a la ley. ¿A qué se debe esto? Se debe a que somos salvos y, ahora, si nuestra conciencia no nos permite hacer algo, definitivamente no lo haremos. Si ésta no es nuestra experiencia, ¿cómo podemos decir que somos salvos? Aunque hemos sido salvos, a veces nos comportamos como si no lo fuéramos: quienes son estudiantes todavía quebrantan las reglas de la escuela a espaldas de sus maestros, y quienes son esposas todavía mienten a sus hijos y a sus esposos. Un cristiano que anhela vivir delante de Dios, en Su presencia, debe ser uno que experimenta la salvación de Dios por lo menos hasta el punto en que vive conforme a su conciencia.

Este camino es muy elemental. La caída del hombre bajo el régimen de su conciencia constituye tan sólo una breve etapa. Después de esto, el hombre cayó aún más, y llegó a estar bajo el gobierno de los hombres. Todo cuanto la conciencia prohíbe, de hecho es prohibido por Dios mismo, y lo que no agrade a nuestra conciencia tampoco agrada a Dios. Todo aquello que nuestra conciencia condene, es condenado por Dios, y todo lo que ella censure, de hecho, también es censurado por Dios. Después que un cristiano es salvo, si no presta atención a su conciencia ni cumple con lo que su conciencia exige de él, estará desobedeciendo a Dios, le mentirá a Dios y le será imposible recibir la gracia de Dios. Por el bien de los nuevos creyentes, debo decir que esto no quiere decir que esta persona no haya sido salva. Definitivamente ha sido salva, pero debido a que no presta atención a la palabra de Dios, no vence. Por consiguiente, debemos obedecer detalladamente a nuestra conciencia y eliminar todo aquello que ella condene, censure o prohíba.

Me temo que muchos de los hijos de Dios que están entre nosotros tienen una conciencia llena de ofensas y agujeros. En el caso de algunos, su conciencia es como una vasija llena de agujeros por donde se escapa toda el agua que se ha echado en ella. Aunque hemos oído muchos mensajes, al recibirlos, éstos se “cuelan” inmediatamente. Aparentemente somos impresionados e iluminados cada vez que leemos la Biblia, pero todo ello nos abandona rápidamente y llegamos a ser como un automóvil que se ha quedado sin combustible. En 1 Timoteo 1:19 dice que si desechamos una buena conciencia, naufragaremos. Hoy en día, son muchos los cristianos que no avanzan en la vida divina debido a que nunca han tomado medidas exhaustivas para mantener una conciencia sin ofensa. Si ellos no le dan importancia a esto, les será imposible seguir adelante. Sin embargo, lo maravilloso es que todas las veces que tomamos medidas para mantener una buena conciencia, nos acercamos a Dios. Una vez que estamos bajo el régimen de nuestra conciencia, somos inmediatamente liberados del régimen de los hombres y vivimos delante de Dios.


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