Economía neotestamentaria de Dios, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-87083-252-9
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Ahora necesitamos ver todos los factores que exigían la muerte de esta Persona maravillosa. El primer factor era el pecado (Jn. 1:29). En este universo el pecado se interpuso (Ro. 5:12) entre Dios y el hombre. Del pecado salieron muchos pecados (1 P. 2:24). Además de estos dos factores, otro era que había un enemigo, quien no es solamente el enemigo de Dios, sino también el enemigo del hombre. Este enemigo es el diablo, Satanás (He. 2:14). Satanás produjo un sistema llamado el mundo que usurpó al hombre que Dios creó para Su propósito (Jn. 12:31). El mundo es otro factor que exigía la muerte del Dios-hombre, Jesús. Cuando este Hombre maravilloso vivió en esta tierra, se enfrentó con el sistema satánico, con el mundo. Además de estos factores, existe la vieja creación. Todo lo que Dios había creado se volvió viejo. Cuando la Biblia dice viejo, esto denota la corrupción. La creación de Dios se volvió corrupta porque el factor de la muerte invadió la creación y la corrompió. Todas las cosas en el universo se empeoraron con la invasión de la muerte, lo cual causó que todo se volviera viejo. El universo fue creado por Dios, pero fue arruinado por Satanás y hecho viejo por la muerte. Esta vieja creación incluyó a la humanidad (Ro. 6:6). Nosotros pertenecemos a la vieja creación. Otro factor que exigía la muerte maravillosa de Cristo era los reglamentos, rituales y ordenanzas religiosas (Ef. 2:15). Las ordenanzas religiosas resultaron ser un factor separador entre los hombres. Los judíos tenían muchas ordenanzas que los mantenían apartados de los gentiles.
El último factor que exigía la muerte de Cristo es un factor positivo. El murió para liberar la vida divina (Jn. 12:24). Si Su muerte solamente hubiera removido los seis factores negativos, habría limpiado todo el universo, pero el resultado habría sido sólo vaciedad. Si el pecado y los pecados ya no están, Satanás está acabado, el mundo está terminado, la vieja creación está concluida y todas las ordenanzas religiosas están removidas, lo único que queda es vaciedad. No obstante, hay un factor maravilloso y positivo. La muerte de Cristo liberó la vida divina para el impartir divino. Si la vida divina nunca hubiera sido liberada, nunca podría haber sido impartida. Una vez que se libera la vida divina, ésta sirve para el impartir divino. El pecado, los pecados, Satanás, el mundo, la vieja creación, las ordenanzas religiosas y la liberación de la vida divina son los siete factores que exigían la muerte maravillosa de Cristo.
En la historia humana hubo sólo una Persona que fue capacitada para morir tal muerte: el Hijo de Dios, Jesucristo. El murió tal muerte en Su humanidad. El era el Hijo de Dios, y tenía la vida divina (Jn. 1:4; 14:6). El era Dios (Jn. 1:1), aun la corporificación del Dios Triuno (Col. 2:9), el agregado del Padre, del Hijo y del Espíritu. En El estaba la vida, y esta vida fue liberada por medio de Su muerte. Sin embargo, si El fuera solamente el Dios completo y no fuera hombre, no podría morir por el hombre. Para morir por el hombre, para efectuar la redención para el hombre, El tenía que ser hombre con sangre de hombre (Ef. 1:7; He. 9:22) puesto que solamente la sangre de hombre puede redimir a los hombres. Por consiguiente, El no era solamente el Hijo de Dios, sino también el hombre, Jesucristo. Dios tiene la vida divina, pero no tiene la sangre humana. Dios en Sí está capacitado para todo, pero no está capacitado en Sí para la redención del hombre. La redención del hombre requiere la sangre genuina de un hombre genuino.
Alabado sea el Señor que había tal Persona misteriosa, excelente, maravillosa y magnífica que era tanto Dios como hombre. El tenía la vida divina y tenía la sangre humana. Nuestro Salvador, nuestro Redentor, era el Dios completo y el Hombre perfecto. Como el Dios completo, tenía la vida divina, y como el Hombre perfecto, tenía la sangre humana. Debido a que tenía la vida divina, pudo liberar la vida divina para el impartir divino, y Su sangre humana le capacitó para que fuese nuestro Redentor, para que muriera una muerte vicaria por nosotros. La muerte de este Dios-hombre nos quita el pecado y los pecados (Jn. 1:29; 1 Co. 15:3), y Su sangre nos limpia de todo pecado (1 Jn. 1:7). El efectuó Su redención para nosotros, los hombres pecaminosos, en Su humanidad, es decir, en Su carne (Col. 1:22).
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