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Lecciones acerca de la oraciónpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1502-9
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Actualmente disponible en: Capítulo 9 de 20 Sección 2 de 3

III. UNA CONCIENCIA SIN OFENSA,
UNA CONCIENCIA LIBRE DE CULPA

Una conciencia sin ofensa es una conciencia libre de culpa. Estar libre de culpa significa que todos los errores que fueron condenados por la conciencia han sido tratados ante Dios y han sido perdonados por Él. Por tanto, no existe más un sentimiento de culpa ni condenación en la conciencia. Esto se expresa en Hechos 24:16 con las palabras: “Por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres”. Cuando cometamos un error, debemos siempre tomar medidas con respecto a él inmediatamente, de modo que no haya ofensa, culpabilidad ni mancha alguna en nuestra conciencia. Nuestra conciencia debe estar libre de condenación ante Dios y también libre de acusaciones ante los hombres. La conciencia debe responder claramente cuando es tocada.

Hermanos, éste es un asunto muy serio. Quizás puedan engañar a todos, pero recuerden que nunca podrán engañar a su conciencia. Especialmente cuando la iglesia se halla en degradación y confusión a muchos les gusta discutir sobre doctrinas y disputar acerca del servicio a Dios. Si ustedes tienen una conciencia sin ofensa y han tomado medidas minuciosas con respecto a todas las cosas ante Dios, entonces cuando discutan con otros habrá una respuesta clara y convincente dentro de ustedes. Pero supongamos que no obedecieron la luz que vieron, que no respondieron a cierta demanda de parte de Dios o que no estuvieron dispuestos a abandonar algo que Dios les requirió. Entonces habría una ofensa en su conciencia y no podrían hablar con palabras que tengan peso y evoquen una respuesta clara y convincente.

En los últimos años hemos conocido a muchas personas que eran así. A veces nosotros mismos somos así, porque nuestra indisposición a responder a cierta demanda de parte de Dios causa una ofensa en nuestra conciencia. Tal ofensa se convierte en una fuga en nuestro interior. Y aunque cantamos y ministramos, nuestro espíritu no es fuerte y nuestras oraciones y palabras tampoco tienen un sonido claro. Pero un día, por la gracia de Dios, tomamos medidas con respecto a la ofensa y respondemos a lo que Dios exige de nosotros. La ofensa desaparece inmediatamente de nuestra conciencia, el sonido de nuestras oraciones cambia, y cuando volvemos a ponernos de pie para dar un testimonio, hay una confirmación interior, la cual es una conciencia sin ofensa.

Hoy, durante la degradación de la iglesia, no es fácil para uno que sirve a Dios mantener su conciencia libre de ofensa. Pablo habló tales palabras mientras que era juzgado. En aquel tiempo, no solamente los poderes mundanos se oponían a él, sino que aun las autoridades del judaísmo lo condenaban continuamente usando la Palabra de Dios y las leyes del Antiguo Testamento. No era fácil que Pablo mantuviera una conciencia sin ofensa ante Dios. Pero él fue capaz de mantenerse firme ante los funcionarios gentiles y los gobernantes judíos, es decir, ante los grupos políticos y religiosos, y decir con voz fuerte: “Por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres”. En cuanto a la política, él era inocente, y en cuanto a la religión, es decir, en cuanto a las leyes del judaísmo, él era libre de culpa. Su conciencia ante Dios era sólida y no hueca. No había ninguna fuga, agujero, ofensa, culpabilidad, pecado ni acusación en su conciencia. Él podía mantenerse firme frente a ambos grupos y hablar claramente y con peso.

Los líderes de la religión judía tenían una conciencia culpable ante Dios. Si Pablo les hubiera preguntado algo, solamente con un pequeño pinchazo habría demostrado que tenían una mala conciencia. Pero ya que Pablo había tomado medidas con respecto a su conciencia ante Dios, podía decir que tenía una conciencia sin ofensa; por consiguiente, él era un hombre que servía a Dios, y era también un hombre de oración. Su conciencia le apoyaba porque no había defecto en ella. Por medio del lavamiento de la sangre preciosa, debemos mantener nuestra conciencia libre de cualquier ofensa a fin de ser hombres de oración.

IV. UNA CONCIENCIA LIMPIA Y PURA

El Señor Jesús dijo: “Bienaventurados los de corazón puro” (Mt. 5:8). Esto no sólo se refiere a un corazón limpio, sino también a un corazón puro. Además, necesitamos una conciencia limpia y pura. En 2 Timoteo 1:3 el apóstol dice que él servía a Dios con una conciencia pura. Esto no se refiere solamente a una conciencia limpia. Algo que está limpio no necesariamente es puro, porque puede haber una mezcla en él. Por ejemplo, si se une un pedazo de acero a un pedazo de madera y se lavan perfectamente, pueden estar limpios pero no están puros. Nosotros debemos tener una conciencia que sea tanto pura como limpia.

Supongamos que alguien le pide a Dios varias cosas que son apropiadas, pero que él no busca a Dios de manera absoluta conforme a su conciencia y no tiene ningún sentido de condenación. Esta clase de conciencia puede estar limpia, pero no es lo suficientemente pura. Un hombre puede estar a favor de los intereses de Dios y a la vez dedicarse a la obra del evangelio, esto es, predicar el evangelio con éxito y laborar para dar fruto. Estas cosas no son malas ni están contaminadas, pero tal vez la intención de él no sea muy pura. Quizás él desee otras cosas además de Dios. Dar fruto en la predicación del evangelio, tener poder para llevar a cabo la obra y lograr la propagación y el aumento al llevar adelante la iglesia son asuntos buenos, pero puede ser que el motivo detrás de ellos no sea totalmente puro. Esto significa que la conciencia es impura.

¿Qué significa tener una conciencia pura? Significa que podemos decirle a Dios: “Dios, sólo te deseo a Ti y nada más. Incluso no me interesa la obra del evangelio, el poder para la obra, el fruto en la obra ni la propagación y el aumento de la iglesia. Solamente te deseo a Ti”. Tal conciencia es una conciencia pura. Durante la degradación de la iglesia, Pablo habló en las cartas a Timoteo acerca de una conciencia pura y también de una buena conciencia. Él declaró que servía a Dios con una conciencia pura. Su conciencia sólo buscaba a Dios. Todo lo que estaba fuera de Dios no tenía cabida en él. Él era alguien que servía a Dios con una conciencia pura a tal grado.

Algunos han condenado seriamente su trabajo ante Dios. Esto no significa que su trabajo fuera un fracaso. Al contrario, su trabajo puede haber sido muy eficaz. Quizás muchas personas se hayan salvado y muchos hayan recibido ayuda. Pero un día, cuando la luz de Dios los ilumine, ellos le dirán al Señor: “Oh Señor, estas cosas te han substituido en gran parte y han usurpado Tu lugar en mí. Dentro de mí no soy puro, sencillo ni absoluto para Ti. Aún busco cosas aparte de Ti”. Cuando nos encontramos con tales personas, tenemos una sensación profunda de que ellos viven delante de Dios y que su conciencia es pura. Recordemos, por favor, que únicamente personas como éstas pueden trabajar para Dios, y que el verdadero fruto de la obra es manifestado a través de ellas. Pero aquellos que sólo se preocupan por los resultados de la obra, quizás no siempre obtengan resultados. Y aquellos que buscan el poder para predicar el evangelio quizás no necesariamente lo obtengan. Los verdaderos resultados y el verdadero poder están con los que se interesan solamente por Dios mismo, porque sus resultados y su poder son simplemente Dios mismo. Tales hombres tienen una conciencia pura. Por tanto, pueden servir a Dios.

Necesitamos entender la situación de la época en la que Pablo escribió su segunda epístola a Timoteo. Si él no hubiera deseado exclusivamente a Dios, y si su conciencia no hubiera estado fijada solamente en Él, le habría sido imposible mantenerse firme. Porque en aquel tiempo él había perdido todo. Las iglesias en Asia, las cuales habían recibido mucha ayuda de él, le habían abandonado. Incluso Demas, su colaborador, amando el presente siglo, le había abandonado y se había ido a Tesalónica. Todos los que estaban a su lado lo abandonaron y lo dejaron solo en la prisión. Él mismo tuvo que manejar el asunto de su defensa. No obstante, no se desanimó, porque sabía lo que quería. Él no deseaba ni la iglesia ni la obra, sino únicamente a Dios. Por tanto, a pesar de que el ambiente era totalmente negativo, se mantuvo firme. Su conciencia no solamente estaba limpia, sino que también era pura.

Si nuestra conciencia fuera pura a tal grado, también condenaríamos todas las cosas que están fuera de Dios. No sólo condenaríamos las cosas malas, sino también las buenas, porque sabríamos que esas cosas no son Dios mismo. Lo que buscamos no será la obra, las bendiciones ni la iglesia de Dios. Lo que deseamos es a Dios mismo. Entonces nuestra conciencia no sólo está limpia, sino también pura. Éstas fueron las palabras que usó Pablo al escribir su segunda epístola a Timoteo. En aquel entonces, no sólo fue rechazado por los gentiles, sino también fue abandonado por las iglesias e incluso por sus colaboradores. Aunque todos lo habían abandonado, él sabía que el Señor no lo había dejado. Por tanto, en ese momento de prueba, podía decir que él servía a Dios con una conciencia pura.

Hermanos y hermanas, muchas veces quizás Dios no escucha nuestras oraciones. Inicialmente, puede ser que ustedes oren por diez asuntos y que sepan que Dios ha contestado cada uno de ellos. Pero gradualmente no se atreverán a orar por algunas cosas ni podrán hacerlo, porque descubren que Dios no busca esas cosas. Sabrán que Él no escucharía sus oraciones por tales cosas. Si no toman medidas para que su conciencia llegue a ser pura, ustedes dirán: “¿Oh, por qué debo orar? Al fin de cuentas Dios no escuchará mi oración. No tengo por qué orar más, ni tampoco servir a Dios”. Pero si su conciencia es pura al grado que no le importa ninguna cosa más que Dios mismo, entonces, en tales circunstancias, no murmurarán ante Dios. Por el contrario, le dirán: “Dios, te agradezco y te alabo por no contestar tales oraciones, porque lo que pedía en ese entonces no eras Tú mismo. Aunque era algo bueno y no era pecaminoso, aun así no era lo que Tú deseas”. Cuando nuestra conciencia sea limpia y pura a tal grado, podremos ser hombres de oración profundos y apropiados.

Hoy en día muchas de nuestras oraciones no son tan profundas ni tan apropiadas. Somos como niños pidiendo a nuestros padres toda cosa que deseamos. En el pasado nuestros padres, al considerar que aún éramos pequeños, nos concedían algunas de las cosas que les pedíamos. Ocurre lo mismo en nuestra experiencia con el Señor. Sin embargo, poco a poco al crecer en el Señor, ya no podemos orar conforme a lo que deseamos. En algunos casos no somos capaces ni de abrir nuestra boca y pedir. En otros casos, cuando el Señor no contesta nuestra oración, no podemos quejarnos más; antes bien, le damos gracias, porque sabemos que Él nunca nos daría tales cosas, que son ajenas a Él mismo. Por tanto, el hecho de ser hombres de oración profundos y apropiados tiene mucho que ver con que tengamos una conciencia pura.


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