Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 254-264)por Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7270-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Apocalipsis 21:3 y 4 indican que la Nueva Jerusalén será la morada de Dios entre los hombres —las naciones— en la eternidad. Aquellos que no sigan al diablo para rebelarse contra Dios al final del milenio serán trasladados a la tierra nueva para ser las naciones que vivan alrededor de la Nueva Jerusalén y anden a su luz. Por tanto, la Nueva Jerusalén como tabernáculo de Dios será la morada de Dios entre las naciones en la eternidad.
Finalmente, la Nueva Jerusalén será la morada tanto para Dios como para Sus servidores. El cuadro que al respecto nos presenta el Antiguo Testamento es muy claro. El tabernáculo era la morada de Dios pero, al mismo tiempo, era la morada de los sacerdotes, el lugar donde ellos servían a Dios. Esto indica que en la Nueva Jerusalén, la máxima consumación del tabernáculo, Dios y Sus sacerdotes que le sirven morarán en el mismo tabernáculo. Para Dios la Nueva Jerusalén será Su morada, y para nosotros Dios será nuestra morada. Apocalipsis 21:22 dice que en la Nueva Jerusalén no hay templo, “porque el Señor Dios Todopoderoso, y el Cordero, es el templo de ella”. Esto significa que Dios no solamente es el objeto de nuestro servicio y adoración, sino también nuestro templo, en el cual le servimos. La Nueva Jerusalén es la morada de Dios, y la Nueva Jerusalén en calidad de templo es Dios mismo como nuestra morada. En realidad, la Nueva Jerusalén es una mezcla del Dios Triuno con Su pueblo redimido, y esta mezcla es la morada mutua para Dios y Sus redimidos. Dios vive en nosotros y nosotros vivimos en Él. Él y nosotros llegamos a ser una sola entidad mezclada por la eternidad.
La Nueva Jerusalén no es solamente el tabernáculo de Dios, sino también la esposa del Cristo redentor. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento Dios asemeja a Su pueblo escogido a una esposa que le satisface en amor (Is. 54:6; Jer. 3:1; Ez. 16:8; Os. 2:19; 2 Co. 11:2; Ef. 5:31-32). En la Nueva Jerusalén como esposa del Cristo redentor, Dios obtendrá plena satisfacción en amor.
Apocalipsis 21:9b y 10 dicen: “Ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. Y me llevó en espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios”. Una mujer es novia principalmente el día de bodas, mientras que una esposa lo es toda la vida. La Nueva Jerusalén será la novia durante el milenio, es decir por mil años, que es como un día (2 P. 3:8), y será la esposa en el cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad. La novia en el milenio incluirá únicamente a los santos vencedores, pero la esposa en el cielo nuevo y la tierra nueva incluirá a todos los hijos de Dios que fueron redimidos y regenerados (Ap. 21:7).
La Nueva Jerusalén será una con el Cristo redentor, así como Eva llegó a ser una con Adán. Eva fue edificada de una costilla tomada del costado de Adán, y luego fue traída de regreso a él para ser una sola carne con él, es decir, para llegar a ser uno con él en naturaleza y en vida (Gn. 2:21-24; Ef. 5:25-27, 29-32). Este mismo principio se aplica a la Nueva Jerusalén como esposa del Cristo redentor. Ella será una con su Redentor en naturaleza y en vida. Nuevamente vemos que la Nueva Jerusalén no puede ser una ciudad material, pues una ciudad física no podría ser hecha una con Cristo en vida y naturaleza. A la Nueva Jerusalén no solamente se le añadirá el elemento divino y la naturaleza santa de Dios por medio de que éstos sean forjados en ella, sino que, además, ella será hecha una con el Cristo redentor en naturaleza y en vida.
La Nueva Jerusalén, la esposa del Cristo redentor, tiene como su versión en miniatura a la iglesia. Esto es lo que revela lo dicho por Pablo en Efesios 5:22-32, donde él se refiere a la iglesia como complemento de Cristo. En realidad, la iglesia forma parte de Cristo, pues ella procede de Cristo y es para Él, así como Eva procedía de Adán y era para Adán.
En Efesios 5:32 Pablo dice: “Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia”. Que Cristo y la iglesia sean un solo espíritu (1 Co. 6:17), lo cual es tipificado por el hecho de que marido y esposa son hechos una sola carne, es el gran misterio. Ciertamente es un gran misterio que la iglesia como complemento de Cristo proceda de Cristo, tenga la misma vida y naturaleza de Cristo y sea uno con Cristo.
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