Principios básicos en cuanto al ancianatopor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-4731-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Según la Biblia, debe haber siempre pluralidad de apóstoles, profetas y ancianos. Después de llamar a Sus discípulos, el Señor nombró doce apóstoles (Mt. 10:2). Adondequiera que el Señor enviaba a Sus discípulos, los enviaba de dos en dos (Mr. 6:7; Lc. 10:1). El Señor nunca envió a un apóstol solo. En Hechos 13:2 Pablo y Bernabé fueron enviados juntos como apóstoles. Así pues, vemos que siempre había pluralidad en el apostolado. Lo mismo sucede con respecto a los profetas y los ancianos. En una iglesia local siempre debe haber varios ancianos. La pluralidad en el apostolado, en el cuerpo de profetas y en el ancianato es crucial porque ayuda a prevenir que cualquiera de ellos se convierta en rey entre las iglesias.
Entre los primeros apóstoles no había un liderato permanente. Vemos que Pedro fue el líder en Hechos 2:14, pero en 15:3 Jacobo surgió como líder. Este relato nos muestra que Pedro no fue un líder permanente, único, oficial ni organizativo; al contrario, él solamente fue un líder temporal; asimismo, más tarde, Jacobo llegó a ser otro líder temporal. Si hay un apóstol, profeta o anciano que esté por encima de los demás, ése es un rey, lo cual es un insulto a la posición de Cristo como cabeza y Su reinado.
El Señor nos ha mostrado que Dios en Su administración no desea tener un rey humano. En el Antiguo Testamento hubo un rey, pero esto era algo contrario al deseo de Dios. Es por eso que no vemos ningún rey entre el pueblo de Dios en la era del Nuevo Testamento. Fue a causa de la degradación entre los hijos de Israel en el Antiguo Testamento que se introdujeron los reyes. El deseo de los hijos de Israel por un rey era conforme a las costumbres de las naciones, las cuales son abominables a los ojos de Dios. Por lo tanto, debe quedar grabado en nosotros que no debemos tener un rey. Recibimos de buen agrado a los apóstoles, a los profetas y a los ancianos, pero solamente tenemos un rey, el cual es nuestro Dios, Salvador y Señor.
Debemos ver este principio y oponernos a que alguien surja como rey entre las iglesias locales. El factor básico en la administración de Dios hoy es los ancianos. Los apóstoles y los profetas hacen muchas cosas, pero la constitución básica de la administración de Dios son los ancianos. Los ancianos son quienes ejercen la administración directamente. Debido a que Dios desea reservarse para Sí mismo de forma única y absoluta la posición de ser cabeza y el reinado, Él necesita de un grupo de ancianos en cada localidad que participe en Su administración sin afrentar Su posición como cabeza.
El primer apóstol en el Antiguo Testamento fue Moisés. Después de él, muchos fueron levantados para hablar por Dios. Éstos fueron los profetas, los portavoces de Dios. Finalmente, el Señor Jesús vino como el Apóstol y el Profeta (He. 3:1; Dt. 18:15, 18). Cristo es el Apóstol que ha sido enviado con la autoridad de Dios y el Profeta que habla por Dios. Cristo inicialmente designó y envió a doce de Sus propios apóstoles, pero después de Pentecostés envió a muchos más, entre los cuales estaba Pablo. Algunos de estos apóstoles también fueron profetas. Estos primeros apóstoles nombraron ancianos en las iglesias locales que establecieron (Hch. 14:23). Desde entonces, la administración de Dios entre Su pueblo ha estado principalmente a cargo de los ancianos.
Entre el pueblo de Dios en las iglesias hoy no debe haber ningún rey. Los ancianos en cada iglesia local deben ser diligentes en buscar directamente al Señor en todo aspecto. Con respecto a todas las necesidades, ellos deben orar, tener comunión y esperar en el Señor para recibir directamente de Él orientación, guía y dirección.
Por un lado, los ancianos nunca deben pensar que porque son capaces, no necesitan la ayuda de otras iglesias ni de nadie que esté fuera de su localidad. Tener esta clase de orgullo no está bien. Por otro lado, tampoco deben abrirse a todos sin discernimiento y pedir ayuda de las demás iglesias y de los siervos del Señor cada vez que se presente alguna necesidad, a fin de no llevar ninguna carga. Eso tampoco está bien. Debemos ser humildes y abiertos a los demás, pero a la vez ser diligentes y no siempre depender de la ayuda de otros. Por lo tanto, cada vez que surja alguna necesidad, primero debemos orar a fin de buscar al Señor directamente. Después que hayamos orado, es posible que el Señor envíe a alguien para que nos brinde alguna ayuda extraordinaria o abra la comunión para que recibamos ayuda de otras iglesias; sin embargo, normalmente debemos atender nuestros propios asuntos locales.
Por débiles que las personas sean, una vez que se casan y tienen familia, encuentran la forma de cuidar de su familia. De igual manera, todos los ancianos deben aprender a cuidar de sus propias localidades. No siempre deben buscar la ayuda de otros, sino que deben ser diligentes y fieles, y abrirse directamente al Señor en oración. No hay nada mejor que nuestro contacto directo con el Señor. Si los ancianos oran, buscan al Señor y esperan en Él, la ayuda que recibirán a menudo vendrá directamente de parte del Señor.
Debemos cambiar nuestra actitud, porque nuestra ociosidad, indolencia y costumbre de depender de otros abre la puerta para que se introduzca un rey, no sólo entre un grupo de iglesias, sino también a nivel local. Los ancianos de una localidad no deben permitir que ninguno de ellos se convierta en rey. Cada uno debe ejercer discernimiento y orar para buscar la dirección del Señor, y al mismo tiempo respetar la dirección del Señor en los demás ancianos. Los ancianos deben ser diligentes, activos y fieles al Señor, y no esperar que otro haga todo por ellos por conveniencia. Enseñorearse de los demás está mal, y ser indolentes también está mal. Si todos los ancianos se ejercitan para tomar la delantera no habrá oportunidad para que nadie se convierta en rey. Tener un rey es contrario a la administración de Dios. Dios desea tener entre Su pueblo una pluralidad de ancianos. Esto permitirá que la economía de Dios se lleve a cabo y, al mismo tiempo, evitará que la posición de Dios como cabeza se vea afrentada.
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