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Autoridad y la sumisión, Lapor Watchman Nee

ISBN: 978-0-7363-3690-1
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Actualmente disponible en: Capítulo 1 de 65 Sección 2 de 2

Lleno de mansedumbre

Vemos en Números 12:2 que Dios escuchó las palabras de murmuración, y en el versículo 4 actuó. Pero hay un paréntesis en el versículo 3: “Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra”. Esto es lo que encontramos en una autoridad delegada por Dios. ¿Por qué no hizo caso Moisés a las palabras de murmuración? Tal vez Moisés pensó que él estaba en verdad equivocado; así que no había razón para discutir con ellos. Dios no puede escoger como autoridad a una persona obstinada; tampoco puede escoger a un hombre conflictivo para que sea Su autoridad delegada. Las autoridades que Dios establece en la iglesia son personas mansas y que pasan inadvertidas. Dios no escoge personas con gran carisma para que sean Su autoridad, sino a aquellos cuya mansedumbre excede a la de todos los hombres que hay sobre la tierra. En otras palabras, ellos son tan mansos como Dios.

La autoridad delegada no puede desarrollar su propia autoridad. Cuanto más trata una persona de establecer su autoridad menos apta es para ser autoridad. Dado que la autoridad proviene de Dios, la vindicación sólo debe venir de Dios. Debemos orar para que no nos encontremos con muchas personas duras. No nos equivoquemos al pensar que una persona severa y capaz sería una buena autoridad delegada. Debemos ver claramente que sólo una persona como Pablo, cuya presencia física reflejaba fragilidad, puede ser una autoridad. El Señor dijo que Su reino no era de este mundo; por lo tanto, Sus servidores no debían luchar (Jn. 18:36). El reino de Dios no se establece por la fuerza; así que, la autoridad establecida por la fuerza no proviene de Dios.

Recordemos que Moisés era más manso que todos los hombres que había sobre la tierra. Esta fue la razón por la cual pudo ser una autoridad delegada. Si se nos pidiera que hiciéramos una lista de las características de una autoridad delegada, yo creo que casi todos enumeraríamos cualidades como: una buena apariencia física, mucho carisma, poder o por lo menos un porte imponente. El pensamiento humano acerca de cómo debe ser una autoridad es que debe ser competente, imponente, poderosa, acertada y elocuente. Pero tales rasgos no describen la autoridad, sino la carne. A ninguna otra persona en el Antiguo Testamento se le delegó tanta autoridad como a Moisés; sin embargo, él era una persona muy mansa. Antes de salir de Egipto, era violento; mató a un egipcio, y reprendió a dos hebreos. El trataba a los demás por medios carnales; por eso, Dios no lo usó como Su autoridad delegada en ese entonces. Sólo después de que Dios lo pasó por las pruebas y el quebrantamiento, llegó a ser más manso que todos los hombres que había sobre la tierra, y sólo después de esto, le pudo entregar la autoridad. Cuanto menos una persona parece ser una autoridad, más siente que lo es, y cuanto más piense que es autoridad, menos parece serlo.

LA REVELACION ES LA BASE DE LA AUTORIDAD

Números 12:4 dice: “Luego dijo Jehová a Moisés, a Aarón y a María: Salid vosotros tres al tabernáculo de reunión”. El Señor habló de una manera inesperada. Aarón y María habían criticado a Moisés muchas veces, pero de repente el Señor los llamó al tabernáculo de reunión. Muchas personas critican con facilidad y actúan en contra de la autoridad gratuitamente. Hablan en contra de otros de una manera descuidada debido a que viven en su propia tienda lejos del tabernáculo de reunión. Cuando uno permanece en su propia tienda, es fácil que critique; pero una vez que entra en el tabernáculo de reunión, comprende las cosas. Los tres vinieron al tabernáculo de reunión, y Jehová dijo a Aarón y a María: “Oíd ahora mis palabras” (v. 6). Ellos inicialmente se quejaron de que Dios hablara solamente por medio de Moisés, mas ahora Dios los llama para que escuchen Sus palabras directamente. Esto nos muestra que ellos nunca habían escuchado la palabra de Dios y que no sabían lo que era oír a Dios mismo. Aquel día Dios les habló por primera vez, pero las palabras que El expresó fueron palabras de reproche y no de revelación. Tales palabras no manifestaron la gloria de Dios, sino que trajeron juicio sobre las acciones de ellos. El dijo: “Oíd ahora mis palabras”. Esta expresión puede significar: “Yo no os dije nada antes, pero ahora os voy a hablar”. También pueden dar a entender: “Vosotros habéis hablado por tanto tiempo, pero ahora me corresponde a Mí hablar”. Una persona que habla demasiado no puede escuchar la palabra de Dios; sólo una persona mansa puede escuchar Sus palabras. Moisés era manso, y no hablaba mucho. El podía seguir cualquier dirección que Dios le indicara; podía ir hacia adelante o hacia atrás. Pero Aarón y María eran obstinados.

Después de esto, dijo Dios: “Cuando haya entre vosotros profeta... ” (v. 6b), lo cual parece dar a entender que no había certeza si había profeta entre ellos. Parece como si a Dios se le hubiera olvidado algo. Pero lo que El dijo era que si había por lo menos un profeta, El hablaría a éste por medio de una visión o un sueño (v. 6c). Pero a Moisés, Dios le hablaba cara a cara, claramente y no por medio de figuras (v. 8). De esta manera Dios vindicó a Moisés. El hablaba a Moisés por medio de revelación y de luz, las cuales eran muy claras. Moisés no se defendió y permitió que Dios lo vindicara. Toda persona que es enviada en nombre del Señor a hablar a los hijos de Dios, posee algún grado de autoridad. Así que, espero que no tratemos de vindicarnos. Sólo a Moisés se le concedió recibir la revelación, mas no fue ése el caso con Aarón ni con María. El que hablaba con Dios cara a cara era la autoridad delegada. Por lo tanto, Dios establece Su autoridad de acuerdo con Su elección; este asunto le pertenece a Dios, y el hombre no puede intervenir. Tampoco se puede anular una autoridad por medio de la murmuración. Sólo Dios puede establecer a Moisés como autoridad y sólo Dios puede quitarle la autoridad; por consiguiente, el asunto de que una persona sea una autoridad delegada o no lo sea pertenece a Dios, y el hombre no puede cuestionarlo. El hombre no pudo anular la autoridad que tenía Moisés por medio de sus murmuraciones ya que el valor del hombre delante de Dios no se basa en la evaluación que otros tengan de él ni en su propia evaluación. El valor de un hombre delante del Señor se basa en la revelación. La revelación es la medida de la evaluación de Dios. El establece una autoridad basado en la revelación que la persona tiene de El y la evalúa según esa revelación. Cuando el Señor desecha a una persona, ésta pierde toda revelación, y Dios no le hablará más. Dios dijo que Moisés era Su siervo y que hablaba con él cara a cara. Si Dios nos concede revelación, todo estará bien; de lo contrario, nada funcionará. Puesto que Aarón y María se quejaron, parecía que Dios les preguntase: “¿Cuánta revelación tenéis? Toda mi revelación la tiene Moisés”.

A fin de ser una autoridad, debemos examinar lo que somos delante de Dios. Cuando nos disponemos para la obra, debemos ver que la prueba no es evaluada por Aarón ni por María sino por Dios. Si Dios nos concede revelación, nos habla claramente acerca de El, y tenemos una comunión cara a cara con El, nadie nos podrá derrocar. Pero si no tenemos un camino claro delante de nosotros, y los cielos no están abiertos a nosotros, todo será en vano, aunque todas las puertas en la tierra estén abiertas para nosotros. Si el cielo se abre delante de nosotros, tendremos el respaldo de Dios; tendremos la prueba de que somos Sus hijos. Cuando el Señor fue bautizado, los cielos se abrieron (Mt. 3:16). Recordemos que el bautismo representa la muerte; así que, cuando él Señor fue crucificado, entró en la muerte y fue sepultado. Por lo tanto, podemos decir que cuando las tinieblas son densas, cuando el dolor es muy grande y cuando todas las puertas se cierran, los cielos se abren. La revelación es la base de la autoridad; por lo cual debemos aprender a no defendernos ni vindicarnos. No debemos ser como Aarón ni como María, que reclamaban autoridad, pues esto pondrá en evidencia el hecho de que uno está en la carne y en tinieblas. Además mostrará que uno no vio nada en el monte.


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