Lecciones acerca de la oraciónpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-1502-9
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Una mente renovada debe ser muy limpia y brillante. Dicha mente debe ser también transparente. A veces es imposible hablar con ciertos hermanos o hermanas sobre cosas espirituales, porque su mente no es ni clara ni brillante; más bien, está toda mezclada, semejante a una pasta. Una persona con tal mentalidad no tiene discernimiento y no puede encontrarle pies ni cabeza a ningún asunto. Para él no hay mucha diferencia entre ocho y nueve, ni entre nueve y diez. ¿Cómo puede alguien así orar? Si su mente está así de confusa, seguramente no podrá orar con claridad.
Por favor, lea los ejemplos de oración presentados en la Biblia. Descubrirá que ninguno de los que oró usó palabras insensatas. Ana, la madre de Samuel, es un buen ejemplo. Después del nacimiento de Samuel, ella fue ante Dios para ofrecer su agradecimiento. Es poco probable que Ana tuviera una educación elevada, porque no había escuelas para mujeres entre los Israelitas en aquella época. Sin embargo, cuando leemos su discurso en la oración, podemos detectar que no solamente tenía un espíritu resplandeciente, sino también una mente sobria. Puesto que su mente era tan clara como una ventana de cristal, el Espíritu de Dios podía expresar directamente a través de su espíritu palabras de oración de una manera clara.
En el Nuevo Testamento encontramos a otra madre, María, la madre del Señor Jesús. Ella tenía un trasfondo humilde, y por tanto, no tenía mucha educación. Sin embargo, su oración demuestra que su mente era también muy sobria y sus pensamientos no eran nada confusos. Las oraciones confusas son producto de mentes confusas. Debido a la misericordia de Dios, Él es capaz de contestar oraciones absurdas. No obstante, uno no debe estar contento con hacer oraciones insensatas y pensar que de una forma u otra Dios siempre las escucha. Esta actitud es incorrecta. Aquellos que conocen acerca de la oración saben que muchas veces cuando vamos ante Dios para orar, es como si manejáramos asuntos diplomáticos o defendiéramos un caso ante el tribunal. Un abogado sabe que cuando defiende a un cliente, su mente debe estar clara y sus palabras deben ser muy sobrias. Un discurso sobrio de un abogado depende de su capacidad de entender, como también de su habilidad para hablar claramente. Por tanto, para ser un hombre de oración necesitamos una mente renovada y sobria. La renovación de la mente es obra del Espíritu Santo mediante la Palabra. Pero para tener una mente sobria nosotros mismos necesitamos ser responsables de ejercitarla.
Nuestra mente no sólo debe ser sobria, sino que también debe tener la capacidad de concentrarse. Creo que muchos hermanos y hermanas se han dado cuenta que el problema más grande en nuestra oración es que tenemos una mente inconstante que no se concentra fácilmente, sino que siempre divaga. Cuando algunos hermanos y hermanas se arrodillan para orar, en menos de cinco minutos su mente comienza a viajar alrededor del mundo. En un momento están pensando en los Estados Unidos, y luego sus pensamientos viajan a Gran Bretaña, y más tarde, piensan en Hong Kong. Su mente no es capaz de enfocarse, y sus pensamientos vuelan por todas partes y viajan a todos los lugares.
Creo que todos hemos tenido esta clase de experiencia. La razón por la cual no podemos orar es porque nuestros pensamientos divagan continuamente. No los podemos reunir ni dirigir. Es muy extraño que esto no suceda cuando leemos la Biblia o cuando hablamos con otras personas. Sin embargo, por alguna razón inexplicable, siempre que oramos pareciera que hay un telégrafo en nuestro interior que transmite mensajes continuamente hasta que nos incapacita para orar. Esto nos califica como despistados. Es posible no estar conscientes de tener una mente que no es sobria, pero sí podemos tener bien claro lo que es ser despistados. Una vez que nuestros pensamientos están dispersos, no podemos orar. Por tanto, para orar debemos tener una concentración apropiada.
Para poder concentrarnos adecuadamente se requiere un ejercicio habitual. La manera de ejercitar correctamente nuestra mente es controlar nuestros pensamientos, evitando que se propaguen de manera salvaje. Algunas personas son demasiado sueltas y libres en sus pensamientos. Tales personas complacen a su mente y no ejercen ningún control ni restricción sobre ella. La mente de estas personas es como un caballo salvaje que se descontrola sin ningún freno. Tales personas no sólo son incapaces de orar, sino también de leer la Biblia. Aprendamos a controlar la mente y no permitamos que ésta caiga en pensamientos fantasiosos. Debemos siempre restringir nuestra mente para no pensar más allá del límite apropiado; debemos pensar solamente en las cosas que pertenecen a nuestros deberes y responsabilidades. Por ejemplo, si vamos a visitar a un amigo, necesitamos ejercitar la mente un poco y considerar de qué manera hemos de ir, qué medios de transporte tomar, la mejor hora para ir, qué debemos hacer allí y cuándo debemos regresar. Debido a que esta clase de pensamientos pertenece a nuestras responsabilidades, son pensamientos apropiados. Pero a veces pensamos sobre asuntos que no nos corresponden. En esos momentos necesitamos restringirnos. Ocasionalmente, podemos sentirnos incapaces de restringir nuestros pensamientos. En este caso, sugeriría hacer algunas tareas o leer un libro. Siempre que descubran que su mente no tiene control, intenten mantenerse ocupados. Cuanta más libertad le demos a la mente, más ésta se descontrolará. Tal permisividad nos hace incapaces de orar.
Además, muchas veces entran a nuestra mente pensamientos que no son nuestros. Éstos son como dardos disparados desde afuera. Tales pensamientos son como dardos que distraen nuestra mente y perturban nuestra oración. Por tanto, debemos aprender a rechazarlos. Aunque pueden volver después que los rechazamos, no debemos recibirlos. A veces, cuanto más rechazamos esos pensamientos que son como dardos, más feroces se vuelven. Esto es semejante a los niños traviesos que vienen a tocar a la puerta. Cuanto más les digamos que no toquen, más fuerte lo hacen. Es el tiempo en que debemos dejar de rechazarlos y simplemente ignorarlos. Del mismo modo, al rechazar e ignorar tales pensamientos, éstos simplemente se irán.
En resumen, para concentrarnos adecuadamente, necesitamos practicar el control de nuestros pensamientos y rechazar aquellos pensamientos que son como dardos. Al practicar esto, nuestra mente será dirigida espontáneamente y de una manera apropiada; entonces, cuando nos arrodillamos otra vez para orar, nuestra mente responderá a nuestra dirección y podrá concentrarse.
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