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Sacerdocio, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-0324-8
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Actualmente disponible en: Capítulo 5 de 18 Sección 2 de 2

LA REALEZA PROCEDE DE LA SANTIDAD

La naturaleza humana debe ser santa para poder mezclarse con la naturaleza divina, que es la realeza. Si tenemos la naturaleza divina tenemos el reinado, ya que todo lo divino está lleno de realeza. Es fácil tener la realeza si somos santos. Si estamos dispuestos a apartarnos completamente para Dios sin reserva alguna, seremos reales. Cuanto más apartados estemos para Dios, más santos y reales seremos.

Después de permanecer en la presencia del Señor como sacerdotes santos y apartados, salimos de Su presencia trayendo con nosotros algo divino. Venimos al Señor con algo humano, pero salimos de Su presencia con algo divino; salimos como un sacerdocio real. Debemos ser santificados para poder tener realeza. Cuando vamos a los hombres después de haber permanecido en la presencia del Señor, ellos tienen el sentir de que hay algo divino y algo de realeza en nosotros. En esto consiste el sacerdocio real. Ahora tenemos algo de Cristo qué impartirles. El pan y el vino son tipos de Cristo que muestran que El murió por nosotros y dio Su cuerpo y sangre para nuestro disfrute. Dichos elementos tipifican al Cristo redentor que se dio por nosotros.

Para poder llegar a los incrédulos, debemos ser sacerdotes santos y llenos de realeza. Primero debemos entrar a la presencia del Señor con los nombres de todos nuestros amigos incrédulos y presentarle las necesidades de ellos. Cuando hacemos esto, ministramos como sacerdotes santos en la presencia del Señor. Pero muchas veces, cuando venimos al Señor con esas necesidades, primero El nos muestra algo que tenemos que arreglar en nosotros. Si no estamos dispuestos a arreglarlo, perdemos nuestro sacerdocio. Pero si estamos dispuestos a que nos corrija, podremos permanecer en Su presencia como sacerdotes santos por amor a nuestros amigos incrédulos, y después de hacerlo reiteradas veces, el Señor nos guiará de allí a nuestros amigos. Entonces iremos con la naturaleza divina y el reinado divino, no simplemente como seres humanos, sino también como seres divinos; como sacerdotes que imparten algo de Dios. Esto es impartir al Cristo redentor y significa que les traemos el pan y el vino. Lo que ministremos a nuestros amigos incrédulos será algo del pan y el vino, y ello, con el tiempo, salvará a algunos de ellos.

Antes de Pentecostés, Pedro y los ciento veinte oraron diez días en el aposento alto. Durante ese tiempo ellos eran el sacerdocio santo. Por diez días estuvieron absolutamente separados para el Señor y trajeron todas las necesidades de los hombres a la presencia del Señor. Luego, a los diez días, en el día de Pentecostés, salieron de la presencia del Señor y declararon lo que el Señor Jesús había hecho. Eran el sacerdocio real, y la gente los miraba como reyes, no como pescadores. Cuando Pedro estaba de pie hablando, la gente sentía algo de peso, algo divino, celestial y real. El fue un verdadero sacerdote que impartió a Cristo como pan y vino a los necesitados.

Cuando Melquisedec salió al encuentro de Abraham, venía de la presencia de Dios y le ministró algo de Dios, pan y vino, para fortalecerlo. Abraham había estado luchando una larga batalla, se había cansado y necesitaba pan y vino para su sustento. Por lo tanto, Melquisedec vino de Dios y con El para ministrarle pan y vino. Este es el sacerdocio real.

Como sacerdotes, debemos darnos cuenta de que cada vez que entramos en la presencia del Señor con nuestras necesidades y las de otros, somos sacerdotes santos. Por esta razón, debemos apartarnos de todo lo común. Cuando somos rectos y estamos llenos de la gloria del Señor, salimos de Su presencia y vamos a la gente como sacerdotes reales. Entonces ministraremos a Cristo como el Redentor tipificado por el pan y el vino. Tal es el sacerdocio santo y real.

SOLAMENTE EL SACERDOCIO SANTO
Y REAL PUEDE EDIFICAR LA IGLESIA

Por causa de la vida de iglesia, todos debemos ser sacerdotes santos en nuestro vivir cotidiano y sacerdotes reales en las reuniones. Día tras día debemos estar en la presencia del Señor y presentarle nuestras necesidades, las de los hermanos y las de los incrédulos. Cada día debemos pasar tiempo en la presencia del Señor como sacerdotes santos, y luego, cuando vayamos a las reuniones, impartiremos algo de Cristo a los necesitados. De esta manera, ejerceremos en la iglesia la función de sacerdotes santos y reales.

El Señor necesita hoy el sacerdocio santo y real. Pero si observamos el cristianismo actual veremos que los creyentes, en su mayoría, no se han separado como sacerdotes santos para Dios y cuando van a las reuniones de sus iglesias no tienen nada de Cristo que impartir como sacerdotes reales. Solamente se sientan en las bancas, están callados y miran al profeta. Aparte de no ser sacerdotes, son laicos que se sientan y esperan oír un buen sermón. Esta es la lamentable condición del cristianismo actual.

No habrá la debida edificación de la iglesia hasta que el sacerdocio sea recobrado. Todos nosotros debemos aprender la lección de ser sacerdotes santos en nuestra vida cotidiana. Debemos ser separados en todo para el Señor, no sólo para entrar nosotros solos, sino para introducir a otros en la presencia del Señor. Así, cuando vayamos a las reuniones, espontáneamente seremos sacerdotes reales que presentan algo de Cristo como pan y vino a los muchos cansados y necesitados. Esto producirá la edificación de la iglesia, y los profetas quedarán “desempleados”, ya que no tendrán nada que hacer. Esta es la única manera de edificar la iglesia.

El Señor Jesús no edifica Su iglesia como Profeta, sino como Sacerdote y Rey. Esto se expresa claramente en el capítulo seis de Zacarías. El tabernáculo, el templo de Salomón y el templo recobrado fueron edificados por el sacerdocio y el reinado.

El mismo principio se aplica a la edificación de la iglesia hoy. Tal vez sea necesario que venga el profeta para que nos anime cuando estemos desalentados; tal como el profeta Hageo fue a animar a Josué, el sumo sacerdote, y a Zorobabel, el gobernador. Pero la edificación no depende directamente de los profetas, sino del sacerdocio y el reinado. Debemos aprender a ser sacerdotes y reyes, a ser el sacerdocio santo y lleno de realeza. Tomemos la responsabilidad de clamar al Señor hasta que veamos a los hermanos y hermanas en cada localidad funcionar como sacerdotes santos en la presencia del Señor y como sacerdotes reales ante el hombre.

La edificación de la iglesia no se produce por la enseñanza sino mediante los dos ordenes del sacerdocio viviente. Debemos orar al Señor específicamente para que en nuestra ciudad y en todo lugar se levante un grupo de creyentes que funcionen como sacerdotes vivientes según el orden de Aarón y según el orden de Melchisedec.


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