Predicar el evangelio en el principio de la vidapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-3771-7
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Con relación a la predicación del evangelio hay dos asuntos sumamente importantes. El primero de ellos es que tenemos que orar. Siempre debemos tener una carga en cuanto a las almas de las personas, manteniendo un espíritu de oración. Esto no sólo significa que tenemos que pasar tiempo en oración, sino que, más que eso, significa que siempre debemos llevar la carga en nuestro espíritu de oración, poniendo los ojos en el Señor y tocando el trono de autoridad, para que el Señor opere en los corazones de aquellos por quienes hemos estado orando. Debemos orar de esta manera, continuamente, con petición, reclamando estas almas para el testimonio del Señor.
En segundo lugar, debemos aprender a usar fe a fin de participar del poder que fue derramado sobre el Cuerpo, y así experimentar el bautismo del Espíritu Santo, el cual ya fue realizado cuando el Espíritu fue derramado sobre el Cuerpo. El principio, tanto de la vida espiritual como de la obra espiritual, es el principio de la fe, no es algo que se realice por vista o por apariencia. Debemos aprender a andar y a laborar por fe, no por vista, por apariencia ni por sentimientos. Si procuramos sentir, ver o aparentar algo, significa que en alguna medida tenemos un corazón maligno de incredulidad, un corazón malo que no cree. Debemos honrar al Señor al recibir lo que Él nos ha dicho en Su Palabra. En esto consiste la fe viva. Jamás debemos prestar atención a nuestros sentimientos, apariencia, vista o a cualquier clase de circunstancias.
Debemos aprender la lección de la fe, la cual consiste en creer que Dios está con nosotros. Tenemos que creer como “estando a oscuras”, sin esperar a tener ningún sentimiento (2 Co. 5:7). En la antigüedad los sacerdotes que servían al Señor en el atrio usaban la vista. A la luz del sol ellos podían ver el cielo, la tierra, y muchas cosas y personas. Sin embargo, en el Lugar Santo, únicamente estaba la luz del candelero, que no era tan intensa como la luz del sol. En el interior del Lugar Santo, los sacerdotes no podían ver el cielo, la tierra, ni nada de lo que estaba a su alrededor, como podían hacerlo en el atrio. Pero después, cuando entraban al Lugar Santísimo no disponían de ninguna luz. El arca estaba allí en la oscuridad. Sin embargo, la presencia del Señor no estaba en el atrio ni en el Lugar Santo, sino en el Lugar Santísimo. La luz que resplandecía allí no era la luz física sino la luz shekiná, la luz de la gloria shekiná de Dios; ésta no era la luz creada sino la luz increada.
Cuando éramos jóvenes en el Señor, incluso niños, el Señor se compadecía de nosotros y nos daba un “cielo despejado”. Así, cuando algunas personas eran bautizadas, recibían el derramamiento del Espíritu Santo. Tal vez digan al respecto: “¡Oh, por poco me vuelvo loco! Veía cielos tan abiertos que tuve deseos de bailar, y cuando bailé sentí que mis pies no estaban en la tierra sino en el aire”. Sé de esto porque yo mismo tuve muchas experiencias de éstas. Sin embargo, los niños simplemente son niños. Estas experiencias son para los que son jóvenes en el Señor. No debemos menospreciarlas, porque son muy buenas, pero ciertamente son experiencias que corresponden al atrio. No obstante, el Señor nos llevará del atrio al Lugar Santo para que allí ejercitemos un poco nuestra fe. Finalmente, Él nos introducirá en el Lugar Santísimo donde podremos ejercitar nuestra fe a lo sumo. Allí tendremos que olvidarnos de todo lo que vemos con nuestros ojos físicos y de lo que percibimos con nuestros sentidos físicos. También tendremos que olvidarnos de los sentimientos que provienen de nuestra vida anímica. En el Lugar Santísimo no podemos ver nada de lo natural; estamos completamente “a oscuras”. No obstante, en nuestro espíritu sí podemos ver la gloria shekiná de Dios. Esto es lo que significa la fe.
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