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Espíritu y el cuerpo, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4516-3
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Actualmente disponible en: Capítulo 19 de 21 Sección 4 de 4

EL NOMBRE DE DIOS Y SU MORADA
ESTÁN EN EL ESPÍRITU

Quizás ustedes se pregunten dónde está Jerusalén hoy en día. A fin de responder a esta pregunta, debemos prestar atención a dos cosas que Moisés dice repetidas veces en Deuteronomio: que tanto el nombre de Dios como la morada de Dios estarían en el lugar que el Señor escogería. Según la historia, Dios no ha tenido Su nombre ni Su morada en ningún lugar diferente de Jerusalén. Hoy la morada de Dios está en nuestro espíritu (Ef. 2:22), y nosotros los cristianos debemos reunirnos en el nombre del Señor (Mt. 18:20). Tanto el nombre del Señor como la morada de Dios están en nuestro espíritu. Por lo tanto, nuestro espíritu es la Jerusalén de hoy donde debemos adorar a Dios. No menosprecie su espíritu, pues es el monte de Sión actual.

LA UNIDAD ÚNICAMENTE SE HALLA EN EL ESPÍRITU

Si a los hijos de Israel en la antigüedad no les hubiera importado el monte de Sión, ellos se habrían dividido. Únicamente el monte de Sión podía guardar la unidad de los hijos de Israel. Asimismo, hoy la verdadera unidad entre los cristianos sólo puede ser guardada si estamos en nuestro espíritu. Si nos olvidamos de todo lo demás, y nos volvemos a nuestro espíritu, seremos uno. Los cristianos se dividen porque no les importa su espíritu. En lugar de importarles su espíritu, les importan asuntos tales como el lavamiento de los pies, la práctica de cubrirse la cabeza, las diferentes maneras de bautizar y el tipo de pan o de vino que debe usarse en la mesa del Señor. Incluso es posible que discutan o se peleen unos con otros por estas cosas, pero no les importa su espíritu. Muchos cristianos ni siquiera saben que tienen un espíritu. Por esta razón, se mantienen en la mente. Si usted se mantiene en la mente, nunca será uno con otros creyentes. Al contrario, peleará con otros. Puesto que sé que la mente es tan fuerte y tan detestable, he orado muchas veces: “Señor, mantenme en mi espíritu”.

Debido a que los cristianos están en la mente, están divididos. Si mil cristianos estuvieran reunidos y cada uno de ellos permaneciera en su mente, habría miles de divisiones. La razón por la cual muchos esposos y esposas no son uno es que son independientes en su modo de pensar. El hecho de que una esposa sea independiente de su esposo en el modo de pensar, es un factor de división. La unidad se halla únicamente en el espíritu. Como hemos dicho, la unidad es el Espíritu Santo que está en nuestro espíritu. Por esta razón, cuando nos volvemos a nuestro espíritu, somos uno. Hoy en día nuestro espíritu es la Jerusalén neotestamentaria, el lugar donde experimentamos la unidad.

En el espíritu también está el nombre de Jesucristo. La realidad del nombre es la persona y la persona es el Espíritu Santo. Si nos volvemos a nuestro espíritu, nuestras propias opiniones y juicios desaparecerán. La única manera de estar perfectamente unidos en un mismo sentir y en un mismo parecer (1 Co. 1:10) es que nos volvamos a nuestro espíritu.

EN ESPÍRITU Y CON VERACIDAD

Cuando el Señor Jesús habló con la mujer samaritana en Juan 4, ella muy sutilmente cambió el tema de su marido al tema de la adoración a Dios. Ella dijo: “Nuestros padres adoraron en este monte, mas vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (v. 20). Sus palabras indicaban que ella todavía se aferraba al viejo concepto hallado en Deuteronomio. El Señor Jesús le respondió, diciendo: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y con veracidad” (v. 23). Las palabras del Señor respecto a una hora que vendría muestra que la era ha cambiado. La era anterior era una era de tipos, pero ahora estamos en la era del cumplimiento. En la tipología, Jerusalén era una figura de nuestro espíritu humano, y los sacrificios usados en la adoración a Dios eran figuras de Cristo. Cristo es la realidad de todas estas figuras. Por esta razón, el Señor Jesús le dijo a la mujer samaritana que hoy debemos adorar a Dios en nuestro espíritu y con veracidad. En la antigüedad, el pueblo de Dios adoraba a Dios en Jerusalén con los sacrificios, los cuales tipificaban a Cristo. Pero ahora debemos adorar a Dios en espíritu con Cristo como la realidad. Esto nos permite entender que la adoración a Dios debe ofrecerse en espíritu y con veracidad.

Si nuestra adoración es la apropiada, estaremos en el espíritu y, en la presencia de Dios, ofreceremos a Cristo a Dios como primicias para la satisfacción de Dios y para nuestra satisfacción. Ésta es la verdadera adoración, la adoración en la cual festejamos comiendo a Cristo en la presencia de Dios. Aquí, en nuestro espíritu, mantenemos nuestra unidad y no abrigamos opiniones, porque no estamos en la mente, sino en el espíritu. Cuando nos volvemos a nuestro espíritu, tenemos la presencia de Dios, y disfrutamos de las riquezas de Cristo. Ésta es la adoración apropiada en el único lugar de adoración, que es nuestro espíritu.

Nuestro espíritu es el único lugar donde podemos ser uno. ¿Sabían ustedes que en el espíritu no hay lugar para las opiniones y disensiones? En el espíritu está la unidad. En nuestro espíritu está el Espíritu todo-inclusivo, quien es la unidad del Cuerpo. Por lo tanto, si deseamos esta unidad, debemos volvernos a nuestro espíritu y permanecer en nuestro espíritu.

La Jerusalén de hoy es nuestro espíritu, y las ofrendas son Cristo como la realidad. Por lo tanto, debemos adorar a Dios en nuestro espíritu y con veracidad o realidad, la cual es Cristo mismo como todas las ofrendas que presentamos a Dios para Su satisfacción. Estas ofrendas también nos satisfacen a nosotros. En el espíritu adoramos verdaderamente a Dios y guardamos la unidad única. Éste es el terreno del recobro del Señor, el solar en el cual podemos edificar la vida del Cuerpo, el terreno en el cual esta vida del Cuerpo puede ser practicada.


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