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Cristo todo-inclusivo, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-87083-626-8
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CAPITULO UNO

EL CRISTO TODO-INCLUSIVO
UNA PALABRA DE INTRODUCCION

Lectura bíblica: Gn. 1:1, 2, 9-12, 26, 27, 29; 7:17; 8:1, 13, 22; 12:1, 7; Ex. 3:8; 6:8; Ez. 20:40-42; 1 Co. 1:30; Col. 2:6, 7, 16, 17; 3:11; Ef. 2:12; Gá. 5:4

En esta serie de mensajes queremos ver algo acerca de la tierra de Canaán, la cual es el tipo del Cristo todo-inclusivo. También queremos ver cómo la ciudad y el templo, que fueron construidos en esa tierra de Canaán, tipifican la plenitud de Cristo, la cual es Su Cuerpo, la Iglesia. Así que, el centro de nuestra consideración será el Cristo todo-inclusivo, a partir de quien y sobre quien se edifica la plenitud de Cristo, la Iglesia. Recordemos bien que el tema no es simplemente Cristo y la Iglesia, sino el Cristo todo-inclusivo y la plenitud de Cristo, la cual es Su Cuerpo, la Iglesia.

CRISTO LA REALIDAD DE TODO

Ante todo, quisiera que nos demos cuenta de que según las Escrituras, todas las cosas físicas y materiales que vemos, tocamos y disfrutamos, no son las cosas reales. No son sino sombras, figuras, de lo verdadero. Día tras día tenemos contacto con muchos objetos materiales: comemos alimento, bebemos agua, nos ponemos la ropa, vivimos en casas y manejamos automóviles. Quisiera pedirle a usted que se diera cuenta y se acuerde de que todas estas cosas no son las verdaderas; sólo son sombras, figuras. El alimento que comemos todos los días no es el alimento verdadero, sino una figura del verdadero. El agua que bebemos no es el agua verdadera. La luz delante de nuestros ojos no es la luz verdadera, sino una figura que señala algo más.

Entonces, ¿cuáles son las cosas reales? Hermanos y hermanas, por la gracia de Dios quisiera decirles la verdad de que las cosas verdaderas no son otra cosa que Cristo mismo. Cristo es el verdadero alimento para nosotros. Cristo es el agua verdadera para nosotros. Cristo es la luz verdadera para nosotros. Cristo es la realidad de todas las cosas para nosotros. Ni siquiera nuestra vida física es una vida real. Sólo es una figura que señala a Cristo. El es la verdadera vida para nosotros. Si uno no tiene a Cristo, no tiene vida. Puede ser que usted diga: “¡Estoy vivo; tengo vida en mi cuerpo!” Pero tiene que darse cuenta de que ésa no es la vida verdadera. Sólo es una sombra que señala la vida verdadera, que es Cristo mismo.

Día tras día, mientras vivo en mi casa, estoy consciente de que ésa no es mi morada verdadera. Un día le dije al Señor: “Señor, ésta no es mi verdadera morada. Esta no es real; no es nada. Señor, Tú mismo eres mi morada”. Sí, El es nuestra verdadera morada.

En estos últimos años el Señor me ha llevado a experimentarle más y más. Antes de que el Señor me mostrara que El es la tierra para nosotros, primero me mostró que El es nuestra morada. Día tras día, por más de veinte años, leí las Escrituras sin notar que el Señor es nuestra morada. Entonces un día vi algo en el salmo noventa. En el versículo 1 Moisés dice: “Señor, Tú has sido nuestra morada de generación en generación”. Oh, aquel día el Señor me abrió los ojos para ver que El es mi morada. En esa ocasión llegué a conocer al Señor como algo más. Pero después de dos o tres años El me abrió los ojos aún más. Vi que el Señor no es únicamente mi morada, sino también la tierra. ¡El Señor es la tierra para mí! Oh, desde aquel entonces el Señor me ha mostrado muchas cosas en las Escrituras. Empecé a entender por qué en el Antiguo Testamento el Señor siempre hacía mención a cierto pedazo de tierra. El Señor llamó a Abraham diciéndole que le llevaría a cierta tierra, la cual era la tierra de Canaán. Haga memoria de cuántas veces desde el capítulo doce de Génesis hasta el fin del Antiguo Testamento, el Señor ha mencionado y recalcado la tierra. La tierra... la tierra... la tierra que les prometí a vuestros padres. La tierra que le prometí a Abraham; la tierra que le prometí a Isaac; la tierra que le prometí a Jacob; la tierra que os prometí a vosotros. Os meteré en la tierra. Era la tierra, la tierra, siempre la tierra.


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