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Estudio más profundo en cuanto a la impartición divina, Unpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7461-3
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LA IMPARTICIÓN DIVINA

Mi carga en esta conferencia es tener comunión con ustedes en cuanto a la impartición divina de la Trinidad Divina. Dios es uno solo, pero a la vez tiene la característica distintiva de ser tres. El propósito de la Trinidad Divina es forjarse en el hombre creado. Debido a que Él desea entrar en nosotros, Él tiene que ser triuno. Tiene que ser el Padre, el Hijo y el Espíritu, y al mismo tiempo ser una sola entidad.

En la Biblia el libro que nos habla de manera más clara y completa acerca de que Dios es triuno es el Evangelio de Juan.

Hace cuarenta años o más, cuando fui a Taiwán por primera vez, un amigo mío me envío una sandía que era muy grande. Cuando mis hijos la vieron, se pusieron muy contentos y me preguntaron qué debíamos hacer con ella. Me la llevé a la cocina, la corté en pedazos y después le apliqué presión hasta convertirla en jugo. Entonces les di a beber el jugo a los niños. Al final, la sandía llegó a formar parte de la constitución de ellos. Por lo tanto, todo ese proceso era necesario para que toda esa sandía pudiera entrar en los niños por medio de sus bocas.

De la misma manera, nuestro Dios es triuno con el propósito de forjarse en nosotros. Él es el Padre, la sandía entera; también es el Hijo, pues fue cortado en pedazos; y asimismo es el Espíritu, pues estuvo bajo presión hasta convertirse en jugo. A fin de que una sandía grande pueda entrar en el hombre, tiene que pasar por todos esos procesos. Estos pasos son las etapas de la impartición. No sólo la sandía necesita ser impartida, sino que también necesita ser digerida y asimilada hasta ser parte de la constitución del hombre. De la misma manera, el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— pasó por un proceso hasta llegar a ser el Espíritu vivificante a fin de que nosotros podamos beberlo y Él pueda ser nuestro elemento. En esto consiste la impartición divina de la Trinidad Divina.

LA TRINIDAD DIVINA:
EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU

El Padre es expresado en el Hijo:
el Hijo es la corporificación del Padre

El Evangelio de Juan nos habla de la verdad en cuanto al Dios Triuno de la manera más profunda. Primero nos muestra que el Padre se expresa en el Hijo. En otras palabras, el Hijo es la corporificación del Padre. En Juan 14 Felipe, uno de los discípulos del Señor, le dijo: “Señor, muéstranos el Padre, y nos basta”. Jesús le dijo: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre [...] Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, Él hace Sus obras. Creedme que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí” (vs. 8-11). Por consiguiente, el Hijo es la corporificación del Padre, y expresa al Padre entre los discípulos. El Hijo vino en nombre del Padre e hizo la obra en nombre del Padre (5:43; 10:25). Esto significa que Él y el Padre uno son (10:30). Él vive por causa del Padre (6:57), y el Padre hace las obras en Él.

El Hijo es hecho real como Espíritu:
el Espíritu es la realidad del Hijo

Después de esto, el Señor dijo nuevamente en Juan 14:16-20: “Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de realidad [...] permanece con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vengo a vosotros [...] porque Yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. Esto nos muestra que el Hijo es la corporificación y expresión del Padre, y que el Espíritu es la realidad del Hijo y la manera en que contactamos dicha realidad. El Padre en el Hijo se expresa entre los creyentes, y el Hijo, al llegar a ser el Espíritu, se hace real en los creyentes. Por consiguiente, el Padre está en el Hijo, y el Hijo llega a ser el Espíritu. El Dios Triuno se ha impartido en nuestro ser para ser nuestra porción, de modo que podamos disfrutarle como nuestro todo en la Trinidad Divina.

LA MANERA EN QUE SE EFECTÚA
LA IMPARTICIÓN DIVINA DE LA TRINIDAD DIVINA

El Dios Triuno se hizo carne
para impartirse en el hombre
como gracia y realidad

Antes que el Dios Triuno se hiciera carne, la impartición divina aún no se había realizado. No fue sino hasta cuatro mil años después de la creación que Cristo nació como hombre. Ése fue el primer paso de la impartición de Dios en el hombre. Juan 1 nos muestra que la Palabra que era Dios desde el principio se hizo carne y vino a estar entre los hombres, llena de gracia y realidad (vs. 1, 14). El que la Palabra se hiciera carne equivalía a que el Dios Triuno se hiciera un hombre de carne. De este modo, Dios entró en el hombre pecaminoso y se unió a éste como una sola entidad. Sin embargo, sólo poseía la forma del hombre pecaminoso; es decir, no tenía el pecado del hombre pecaminoso. Esto se puede ver con la tipología de la serpiente de bronce que Moisés levantó en el desierto (3:14). De este modo, Él llegó a ser un Dios-hombre sin pecado. Este Dios-hombre es el Dios completo y un hombre perfecto, que posee tanto divinidad como humanidad. Acerca de Él fue profetizado en Isaías 9:6, que dice: “Porque un niño nos es nacido, un Hijo nos es dado [...] y se llamará Su nombre [...] Dios Fuerte, Padre Eterno”. Él es el niño, y a la vez es Dios; es el Hijo, y a la vez es el Padre. Él es el misterioso Dios-hombre.

Además, todos los que creen en Él también han llegado a ser Dios-hombres. Juan 1:12-13 dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio autoridad de ser hechos hijos de Dios; los cuales [...] son engendrados [...] de Dios”. Los que son engendrados de hombre son hombres; por lo tanto, los que son engendrados de Dios son dioses. No obstante, esto no significa que los que hemos nacido de Dios participamos en Su Deidad. Nosotros no tenemos la persona de Dios, ni podemos ser adorados como Dios. Sin embargo, en lo que se refiere a nuestra vida, somos iguales a Dios, pues Dios nos regeneró y nos dio Su vida. Esto es como ser engendrados de nuestro padre; compartimos la misma vida de nuestro padre. Él es un hombre; y por haber sido engendrados de él, también somos hombres. Sin embargo, no tenemos la posición del padre. Es desde esta perspectiva que afirmamos que somos iguales a Dios quien nos regeneró, y que tanto Él como nosotros somos Dios-hombres.

Cuando el Dios Triuno se hizo carne, Él se impartió a los hombres como gracia y realidad. Esta gracia es Dios a quien el hombre disfruta, y esta realidad es Dios a quien el hombre gana. En Juan 4 el Señor Jesús fue a Samaria y se sentó junto al pozo de Jacob, a esperar a que la mujer samaritana viniera a sacar agua. El Señor Jesús le dijo: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le habrías pedido y Él te habría dado agua viva”. Luego le dijo: “Mas el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que Yo le daré será en él una fuente de agua que brote para vida eterna” (vs. 10, 14). El Señor Jesús gratuitamente le dio al hombre el agua viva. No hay que pagar ningún precio ni se requiere ninguna labor. Esto es gracia. Además, esta agua viva puede darle al hombre la satisfacción de vida y puede apagar la sed que él tiene en lo más profundo de su ser. Esto es realidad. Esta agua viva es el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu—, el Padre se expresa en el Hijo, y el Hijo se hace real a nosotros como Espíritu, para impartirse en el hombre. En Juan 7 el Señor Jesús también dijo: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí [...] de su interior correrán ríos de agua viva”. El Señor Jesús dijo esto del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él (vs. 37-39). El Espíritu es la consumación del Dios Triuno. Él es el agua viva, que nos es dada gratuitamente. Esto es gracia. Cuando nosotros le recibimos, nuestra sed es satisfecha, y no estamos más vacíos. Esto es realidad.

En Juan 9 vemos a un hombre que era ciego de nacimiento. El Señor Jesús como luz del mundo vino a él, escupió en tierra, hizo lodo con la saliva, ungió sus ojos con el lodo y le mandó que se lavara en el estanque de Siloé. El ciego, después que se hubo lavado, regresó viendo (vs. 1-7). Él no pagó ningún precio; sin embargo, fue sanado gratuitamente. Esto es la gracia de Dios. Además, el Señor Jesús como luz del mundo le había dado la vista, de modo que ya no fuera ciego. Esto es realidad.


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