Vivir en y con la Trinidad Divinapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6188-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En 1 Corintios 15:45 se nos muestra que el Espíritu vivificante es para la impartición divina. El Dios Triuno consumado es el Espíritu vivificante. Vivificante significa que imparte vida, e impartir vida significa impartición. El Espíritu consumado del Dios Triuno nos está impartiendo la vida divina durante todo el día. El Espíritu da vida (2 Co. 3:6).
El Espíritu de Aquel que levantó a Jesús de los muertos vivifica nuestros cuerpos mortales (Ro. 8:11). El Espíritu vivificante primero da vida a nuestro espíritu (v. 10). Luego, desde nuestro espíritu, propaga la vida divina a toda nuestra alma para transformarnos (v. 6). Finalmente, Él vivifica nuestro cuerpo mortal. Pero no necesitamos esperar por esto, incluso hoy, cuando estamos enfermos podemos ejercitar nuestra fe para decir: “Señor, envía Tu Espíritu de mi espíritu a mi cuerpo para vivificarlo. Ahora mi cuerpo está enfermo y débil. Tal vez se esté muriendo. Pero Señor, te pido que impartas Tu vida a través del Espíritu vivificante a mi cuerpo mortal y moribundo. Necesito Tu vida divina”. Necesitamos ejercitar nuestra fe para no vivir por nosotros mismos, sino por causa de Él. Vivimos por medio de Jesús. Tenemos una vida moribunda, pero Él no se está muriendo. El Espíritu de Aquel que levantó de los muertos a Jesús vivifica nuestro cuerpo moribundo. Esto es impartir.
El suministro abundante del Espíritu tiene por finalidad que vivamos y magnifiquemos a Cristo (Fil. 1:19-21). Dios ha preparado este suministro abundante para impartírlo. Además, el Espíritu es el fluir del suministro de vida como el río de agua de vida para que bebamos de Él (Ap. 22:1; 1 Co. 12:13; 10:4). Comer y beber tienen como fin la impartición. En 1965 tuvimos una conferencia y un entrenamiento acerca de comer y beber a Jesús. Se puede ver esta verdad a través de toda la Biblia. El comer del árbol de la vida se ve en Génesis 2. En el libro de Éxodo se ve que comieron el cordero en Egipto, y comieron el maná y bebieron el agua que fluyó de la roca hendida en el desierto. Cuando el pueblo de Israel entró en la buena tierra comieron del producto de esa tierra. Las ofrendas en Levítico son para que Dios coma y para que nosotros comamos. En topología, todo esto es comer a Jesús. Luego en el Nuevo Testamento, Jesús mismo nos dice que Él es el pan celestial y que necesitamos comerle (Jn. 6:51, 57).
La historia del encuentro del Señor con una mujer cananea está en Mateo 15. Cuando ella le pidió al Señor que la ayudara, Él contestó: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos” (v. 26). Luego ella dijo: “Sí, Señor; también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos” (v. 27). La mujer cananea, sin ofenderse por la palabra del Señor, admitió que ella era un perrillo gentil, y consideró que en ese momento, Cristo había sido rechazado por los hijos, los judíos, y había llegado a ser migajas bajo la mesa como porción dada a los gentiles. La tierra santa de Israel era la mesa, en la cual Cristo, el pan celestial, vino como una porción asignada para los hijos de Israel. Pero ellos lo echaron de la mesa al suelo, o sea, a la nación gentil, de manera que Él llegó a ser las migajas a fin de ser la porción asignada a los gentiles. Esto nos muestra una vez más que Dios es para que lo comamos a fin de que Él pueda impartirse en nosotros y mezclarse con nosotros para que Él y nosotros lleguemos a ser uno.
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