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Autoridad y la sumisión, Lapor Watchman Nee

ISBN: 978-0-7363-3690-1
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Actualmente disponible en: Capítulo 17 de 20 Sección 3 de 3

NO NECESITA DEFENDER SU PROPIA AUTORIDAD

En 2 Samuel 15 se narra la rebelión de Absalón. Esta fue una rebelión doble. Por un lado, fue la rebelión de un hijo contra su padre, y por otro, fue la rebelión del pueblo contra su rey. Esta fue la rebelión más grande que afrontó David. Su hijo fue el caudillo de esta rebelión. En aquel tiempo, muchas personas estaban siguiendo a Absalón; así que David tuvo que huir de la capital. Aunque necesitaba seguidores, cuando Itai geteo quiso seguirlo, David pudo decirle: “Vuélvete y quédate con el rey” (v. 19). David era humilde en verdad y su espíritu era muy sensible. El no dijo: “Yo soy el rey, y todos vosotros debéis seguirme a mí”. Al contrario, le dijo a Itai: “Sigue tu propio camino, pues yo no tengo ninguna intención de que te unas a mis desgracias. Aun si decides seguir al nuevo rey, estará bien”. El estaba en medio de una tribulación, pero no pidió que lo siguieran. No es fácil conocer a una persona cuando vive en el palacio, pero cuando está en medio de las tribulaciones, se manifiesta su verdadera personalidad. Aquí David no se apresuró ni fue descuidado. El siguió siendo humilde y sumiso.

Después de atravesar el torrente de Cedrón y estando a punto de dirigirse al desierto, Sadoc el sumo sacerdote con todos los sacerdotes y levitas, quisieron ir con él y llevaron consigo el arca. Si el arca hubiera salido de la ciudad, muchos israelitas hubieron seguido el arca. La actitud de Sadoc y de los levitas era correcta, ya que cuando surge la rebelión, ellos debían retirar el arca de en medio. Pero aun en ese caso, David no dijo: “Esto está bien. No dejéis el arca con los rebeldes”. David pensó que si el arca salía de Jerusalén, muchos israelitas se confundirían. El había ascendido mucho y no permitiría que el arca fuera con él; estaba dispuesto a someterse a la disciplina de Dios. Tuvo la misma actitud que Moisés, quien también fue humilde y se sometió bajo la mano de Dios. Ambos ascendieron a una altura que estaba por encima de sus opositores. David dijo que si él hallaba gracia a los ojos del Señor, El lo haría volver nuevamente y vería el arca y su tabernáculo. Así que si no hallaba gracia a los ojos de Dios, todo sería inútil aunque se llevara consigo el arca. Por lo tanto, exhortó a Sadoc el sumo sacerdote y a los levitas a que llevaran de regreso el arca a Jerusalén (vs. 24-26). Esto era fácil de decir, pero difícil de hacer. Eran pocas las personas que habían escapado de Jerusalén, y la ciudad estaba llena de rebeldes. Ahora él había devuelto a sus buenos amigos. ¡Cuán puro era el espíritu de David! El permaneció humilde ante el Señor, tal como lo hizo Moisés.

En el versículo 27 David le dijo a Sadoc que como él era sacerdote y vidente, debía dirigir a los sacerdotes y llevarlos de regreso junto con el arca. Con aquellas palabras la compañía se devolvió. Cuando leemos este pasaje, debemos detectar el espíritu de David. Su espíritu estaba diciendo: “¿Por qué he de pelear? Si permanezco como rey o no, es asunto del Señor. No necesito que muchos me sigan y tampoco necesito que el arca me acompañe”. El se dio cuenta de que ser autoridad depende de Dios y que uno no tiene que tratar de mantener su propia autoridad. El subió al monte de los Olivos llorando y con la cabeza cubierta (v. 30). ¡He ahí un hombre humilde y dócil! Esto fue lo que David hizo cuando lo ofendieron. No defendió su autoridad. Esta es la actitud apropiada de una autoridad delegada por Dios.

UNA AUTORIDAD DEBE TENER LA CAPACIDAD
DE SOPORTAR LAS OFENSAS

El espíritu rebelde es contagioso. En 2 Samuel 16 se narra el caso de Simei, quien salió al camino y empezó a arrojar piedras contra David y a maldecirlo acusándolo de haber derramado la sangre de la casa de Saúl. Aun los seguidores de David sufrieron por él, pues aquella acusación era completamente infundada, pues él jamás derramó sangre de la familia de Saúl. Simei podía decir que David había reinado en lugar de Saúl y que David estaba huyendo para salvar su vida, porque no todo eso era cierto; pero fue una terrible calumnia decir que David había derramado la sangre de la casa de Saúl. Con todo y eso, David no respondió, ni trató de justificarse, ni negó nada. El todavía tenía consigo a sus hombres valientes, y le habría sido fácil deshacerse de aquel hombre, pero él no lo hizo. Simei maldijo hasta que hubieron pasado. Ni los seguidores de David lo toleraron, pero David los exhortó a que no lo mataran. El dijo: “Dejadle que maldiga, pues Jehová se lo ha dicho” (v. 11). El era verdaderamente un hombre quebrantado y dócil. Había aprendido a someterse a una autoridad superior. David dijo que era Dios que le había dicho a Simei que lo maldijera. Cuando leemos este pasaje de la Biblia, debemos detectar el espíritu de David. El estaba solo y era perseguido. Por lo menos habría podido desahogar su infortunio sobre Simei y vindicarse un poco. Pero él era una persona completamente sumisa, se sometió incondicionalmente a Dios y lo aceptó todo como de Dios.

Debemos tener presente que la autoridad delegada por Dios debe ser apta para soportar las ofensas y para ser ultrajada. Si uno no tolera ninguna ofensa, no es apto para ser una autoridad. No podemos actuar como nos plazca porque se nos haya delegado autoridad. Sólo los que han aprendido a obedecer son aptos para ser una autoridad. El versículo 13 dice que Simei continuó maldiciendo a David, pero éste fue sumiso. Sólo una persona así es apta para ser una autoridad. Aquí vemos un hombre verdaderamente dócil ante el Señor. David y sus seguidores descansaron en cierto lugar bastante fatigados. Aunque Absalón se había rebelado, David mantuvo la debida actitud. Pese a que vivió en tiempos del Antiguo Testamento, él estaba lleno de la gracia del Nuevo Testamento. El había sido tan quebrantado que tenía tal espíritu. En verdad era una persona apta para ser autoridad.

APRENDE A HUMILLARSE
BAJO LA MANO PODEROSA DE DIOS

En 2 Samuel 19, después de que Absalón fue derrotado, los israelitas oyeron que David estaba sentado a la puerta de la ciudad, y cada uno huyó a su propia casa (v. 8). David no regresó con alboroto al palacio. Absalón también había sido ungido como rey. Por eso David tuvo que esperar. Las once tribus vinieron a pedirle que regresara, pero la tribu de Judá no vino con ellos. Así que envió hombres para recobrar la tribu de Judá (vs. 9-12). David era de la tribu de Judá, y había huido de ella; por consiguiente, debía esperar que ellos le pidieran que regresara. El era la autoridad delegada por Dios, pero durante sus pruebas, aprendió a humillarse bajo la mano poderosa de Dios. No trató de establecer su propia autoridad. El aceptó sus circunstancias y fue humilde bajo la mano poderosa de Dios. El no tenía ningún afán ni peleó por sí mismo, a pesar de ser un guerrero. El pueblo de Dios fue el que peleó todas las batallas. Anteriormente, el pueblo de Dios lo había ungido como rey y para regresar a su reinado, él debía esperar que lo ungieran nuevamente.

Aquellos a quienes Dios usa para ser autoridad, deben tener el espíritu de David. No deben decir nada con el fin de justificarse. No tenemos que decir nada ni debemos actuar por nuestra cuenta. No necesitamos mover ni un dedo para probar que Dios nos escogió. Debemos confiar, esperar y humillarnos. Debemos esperar que Dios cumpla lo que prometió. Cuanto más sumisos seamos, más aprenderemos a ser una autoridad. Cuanto más nos postremos delante del Señor, más nos vindicará El. Pero si tratamos de hablar bien de nosotros, de luchar o de quejarnos, destruiremos la obra de Dios. Debemos aprender a humillarnos bajo la mano poderosa de Dios. Cuanto más tratemos de ser una autoridad, más equivocados estaremos. El camino está abierto para nosotros. En el Antiguo Testamento la mayor autoridad fue la de Moisés, y entre todos los reyes, fue David quien tuvo más autoridad. Ambos se comportaron de la misma manera conforme a su capacidad como autoridades delegadas. Debemos reconocer el espíritu de estos hombres a fin de mantener la autoridad de Dios.


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