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Autoridad y la sumisión, Lapor Watchman Nee

ISBN: 978-0-7363-3690-1
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CAPITULO TRECE

LA BASE DE LA AUTORIDAD DELEGADA:
LA REVELACION

Lectura bíblica: Ex. 3:1-12; Nm. 12:1-5

En el Antiguo Testamento el principal representante de la autoridad delegada por Dios fue Moisés. De él podemos aprender muchas lecciones. Pongamos a un lado el aspecto general y el quebrantamiento que experimentó. Prestemos atención a la descripción de su reacción cuando fue agraviado, menospreciado y rechazado. Moisés fue rechazado muchas veces y cada vez que esto sucedía, él reaccionaba de una manera apropiada.

Antes de que Moisés fuera elegido por Dios como autoridad, mató a un egipcio que golpeaba a un israelita, alguien de su misma raza. Después reprendió a dos hebreos que estaban peleando, pero uno de ellos le respondió: “¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y juez sobre nosotros?” (Ex. 2:14). En ese entonces Moisés no había aprendido la lección, y no conocía el significado de la cruz ni de la resurrección; él actuaba simplemente por su esfuerzo carnal. Como resultado, no pasó la prueba, pues él mató a una persona y regañó a otras mostrándose muy fuerte, aunque internamente era débil. Cuando fue probado tuvo temor y huyó al desierto de los madianitas, donde permaneció cuarenta años. Allí aprendió las lecciones (vs. 11-22). Después de pasar por muchas pruebas, Dios le mostró la visión de la zarza ardiente, la cual parecía estar ardiendo, pero no se consumía; el fuego no la quemaba. Dios le mostró esta revelación, lo llamó y lo estableció como autoridad. Después de ese adiestramiento y de ese llamado, pudo Moisés ser apto para ser líder. Cuando llegó a ser líder, experimentó el rechazo de otros reiteradas veces. En una ocasión sus hermanos Aarón y María murmuraron contra él, lo rechazaron y lo censuraron como autoridad delegada. Veamos cómo respondió Moisés.

LA REACCION DE LA AUTORIDAD DELEGADA
FRENTE AL RECHAZO

No presta atención a las murmuraciones

Según Números 12:1-2, Moisés se casó con una mujer cusita, debido a lo cual Aarón y María hablaron en contra de él. En este pasaje vemos la gran pérdida espiritual que ellos sufrieron como consecuencia de haber murmurado contra la autoridad delegada, y también la reacción de Moisés como autoridad delegada. En realidad, Aarón y María desafiaron a Moisés diciendo: “¿Será posible que sólo tú, que te casaste con una mujer cusita, puedas hablar por Dios? ¿No podemos nosotros hacer lo mismo? Tú, siendo un descendiente de Sem, te casaste con un descendiente de Cam. ¿Podrá una persona como tú hablar por Dios? ¿Será posible que nosotros que nunca nos hemos mezclado con la descendencia de Cam seamos privados de ser portavoces de Dios?” Es muy probable que hayan discutido con su cuñada, pero el verdadero problema era que ellos estaban atacando a Moisés, quien era la autoridad delegada. El versículo 2 dice: “Y Jehová lo oyó”. No dice que Moisés lo oyó, ya que él no era afectado por las palabras del hombre ni prestaba atención a las murmuraciones del hombre. Era un hombre que trascendía sobre estas cosas, un hombre de autoridad. Toda oposición, murmuración y rebelión estaban bajo sus pies. El dejaba que Dios fuera el que escuchara tales palabras, pero él mismo no les prestaba oído.

Los que desean ser ministros de la palabra de Dios, los que desean hablar por Dios y aspiran a algún liderazgo entre los hermanos y hermanas, deben aprender a no prestar atención a las palabras de murmuración. Debemos permitir que sea Dios quien escuche todas esas palabras, y dejar el asunto en Sus manos. No debemos prestar atención a las críticas ni a las murmuraciones. Quienes averiguan lo que otros dicen de ellos y luego se enojan, se sienten indignados o se vindican, no son aptos para ser una autoridad delegada. Los que son afectados por las murmuraciones o se dejan abrumar por las palabras proferidas contra ellos, no pueden ser una autoridad delegada. Moisés era una persona que no permitía que tales palabras lo afectaran.

No se vindica

Moisés no trató de vindicarse cuando murmuraron de él, ya que toda vindicación y toda reacción deben provenir de Dios y no del hombre. Los que procuran vindicarse no conocen a Dios. Ningún hombre que haya vivido sobre la tierra tiene más autoridad que Cristo; pero cuando El estuvo en la tierra, nunca se vindicó. El es la única persona que jamás hizo tal cosa. La autoridad y la vindicación son incompatibles. Por consiguiente, cada vez que tratamos de vindicarnos delante de aquellos que nos critican estamos diciéndoles que ellos están por encima de nosotros. Si uno se vindica, se pone bajo el juicio de los opositores. Quienes se vindican no tienen ninguna autoridad. Cada vez que una persona se trata de vindicar, pierde autoridad. Dios nos delegó su autoridad a nosotros, pero si nos vindicamos ante los hombres, perdemos la autoridad, porque les estamos rogando que sean nuestro juez.

Pablo era una autoridad delegada para los corintios; sin embargo les dijo: “Yo en muy poco tengo el ser examinado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aún yo me examino a mí mismo” (1 Co. 4:3). La vindicación solamente debe venir de Dios. Debemos pasarle al Señor todas las palabras de murmuración y de crítica. Cuando la murmuración del hombre se intensifique, Dios actuará. Pero si nos vindicamos, estamos permitiendo que ellos sean nuestros jueces. Si tratamos de que alguien nos entienda, caemos a los pies de esa persona. Por consiguiente, jamás debemos vindicarnos ni buscar la comprensión de nadie.


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