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Mensajes de la verdadpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6894-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 6 de 11 Sección 1 de 3

CAPÍTULO SEIS

CAMBIAR DE MORADA Y ENTRAR EN DIOS
PARA SER SANTIFICADOS
POR CAUSA DE LA UNIDAD

A fin de tener la unidad genuina, debemos separarnos de la mundanalidad, la ambición, la autoexaltación y las opiniones y conceptos. En el pasado no muchos de entre nosotros se dieron cuenta de que necesitaban ser santificados a fin de tener la unidad genuina. La santificación tiene mucho que ver con la unidad.

En este mensaje nuevamente examinaremos los capítulos del 14 al 17 del Evangelio de Juan. Aunque los cristianos han leído estos capítulos una y otra vez, no muchos conocen su verdadero significado. Los capítulos del 14 al 16 contienen las últimas palabras que el Señor Jesús habló a Sus discípulos antes de ser traicionado y crucificado. Después de expresar las palabras que están escritas en estos capítulos, Él ofreció la oración que se encuentra en el capítulo 17. En realidad esta oración es una conclusión de todo lo dicho en los tres capítulos anteriores.

UN LUGAR EN LA CASA DE DIOS

En Juan 14:2 el Señor Jesús dice: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, Yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros”. Si ustedes leen este versículo a la luz de todo el Nuevo Testamento, verán que la casa aquí se refiere a la iglesia, y no a las supuestas mansiones celestiales. En el capítulo 2 de Juan “la casa” se refiere primeramente al templo y, en segundo lugar, al cuerpo del Señor Jesús. Así como el templo era la casa de Dios, de la misma manera el cuerpo físico del Señor era la casa de Dios cuando el Señor estuvo en la tierra. Después de la resurrección de Cristo, Su cuerpo físico llegó a ser el Cuerpo místico, el cual es la casa de Dios hoy. Este Cuerpo místico, el Cuerpo de Cristo, es la iglesia. Cuando el Señor Jesús estaba próximo a morir, les dijo a Sus discípulos que iba a preparar una morada para ellos en la casa de Dios. Esto significa que iba a preparar un lugar para nosotros en la iglesia. Por consiguiente, al comienzo de esta sección del Evangelio de Juan, el Señor dijo claramente que Su ida tenía como propósito lograr una sola cosa: preparar un lugar para nosotros en la casa de Dios, la iglesia, y preparar el camino para que nosotros fuésemos introducidos en este lugar.

EN EL PADRE Y EN LA GLORIA

Juan 14:3 dice: “Si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis”. El Señor estaba en el Padre, y Él quería que Sus discípulos estuvieran también en el Padre. En este versículo el Señor parecía estar diciendo: “Yo estoy en el Padre, pero ustedes no lo están. Por medio de Mi crucifixión y resurrección, Yo los introduciré en el Padre. Entonces, donde Yo estoy, ustedes también estarán”. El Señor oró por esto mismo en Juan 17:24: “Padre, en cuanto a los que me has dado, quiero que donde Yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean Mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo”. Según este versículo, finalmente nosotros no sólo estaremos en el Padre, sino también en la gloria. Primeramente, el Señor nos introduce en el Padre y después en la gloria.

NOS TRASLADAMOS DE NOSOTROS
MISMOS AL SER SANTIFICADOS

Cuando estamos con el Señor en el Padre y en la gloria, somos uno; pero cuando estamos en nosotros mismos, no podemos ser uno con los demás. Mientras estamos en nosotros mismos, sólo podemos ser uno con nosotros mismos, no con nadie más. Por lo tanto, si deseamos ser uno con otros, debemos trasladarnos del yo y entrar en Dios el Padre. Nadie puede efectuar este traslado por nosotros; nosotros mismos somos responsables de hacerlo. Cuando nos trasladamos de nosotros mismos y entramos en el Padre y en la gloria del Padre, somos uno, e incluso somos perfeccionados en unidad.

Efectuamos este traslado al ser santificados. Ser santificados es trasladarnos de nosotros mismos y entrar en el Padre. Si permanecemos en nosotros mismos, no seremos santificados y, por tanto, no podremos ser uno con los demás. En nosotros mismos están la mundanalidad, la ambición, la autoexaltación y las opiniones. Es imposible para nosotros erradicar estas cosas de nuestro ser. ¿Se da usted cuenta de que el mundo es en realidad usted mismo? Lo mismo se aplica a la ambición, la autoexaltación y las opiniones y conceptos. Es por ello que no podremos escapar de estas cuatro cosas mientras permanezcamos en el yo. Pablo les dijo a los corintios que entre ellos había celos, contiendas y divisiones (1 Co. 3:3). Éstas son algunas de las características de los que están en el yo. Sin embargo, la vida de iglesia es un edificio, y la verdadera edificación es la unidad genuina. En esta unidad genuina no tienen cabida la mundanalidad, la ambición, la autoexaltación ni las opiniones.

¿Cómo podemos eliminar estas cuatro cosas de nuestro ser? Por nosotros mismos esto es imposible. No podemos eliminarlas. Como personas caídas que somos, estamos constituidos de mundanalidad, ambición, autoexaltación y opiniones. Hasta los niños pequeños saben cómo exaltarse a sí mismos; incluso a una edad temprana ellos se vuelven ambiciosos. Además, no hay necesidad de enseñar a los niños la mundanalidad, puesto que son mundanos por naturaleza. Mientras estemos vivos, estamos sujetos a la mundanalidad, la ambición, la autoexaltación y las opiniones. Aunque algunos de nosotros por naturaleza seamos tiernos y mansos, esto no significa que no seamos ambiciosos ni estemos llenos de opiniones. Con respecto a algunos, la ambición se expresa de forma externa y obvia, mientras que con respecto a otros, la ambición se halla escondida en su corazón. Sin embargo, todos somos ambiciosos; la ambición es un elemento constitutivo de nuestro ser.

El Señor Jesús conoce nuestro problema. En Juan 15:5 Él dijo: “Separados de Mí nada podéis hacer”. Él es la vid, y nosotros somos los pámpanos. Debemos quedarnos en Él, es decir, permanecer en Él. Quedarnos en Cristo como la vid significa que nos trasladamos de nosotros mismos y entramos en Él. Ya que el Señor está en el Padre, nosotros también podemos estar en el Padre al estar en Él. En Juan 17:21 el Señor oró, diciendo: “Para que todos sean uno; como Tú, Padre, estás en Mí, y Yo en Ti, que también ellos estén en Nosotros”. Ésta es la unidad que existe en el Dios Triuno. A fin de estar en el Dios Triuno, tenemos que trasladarnos de nosotros mismos. Juan 17:22-23a dice: “La gloria que me diste, Yo les he dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno. Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfeccionados en unidad”. Cuando nos trasladamos de nosotros mismos y permanecemos en el Dios Triuno, Cristo vive en nosotros. De este modo, somos perfeccionados en unidad.

Únicamente cuando somos santificados podemos permanecer en Cristo y Cristo puede vivir en nosotros. Nuevamente les digo: ser santificados es trasladarnos de nosotros mismos y entrar en el Dios Triuno a fin de permitir que Cristo viva en nosotros. Según los capítulos del 14 al 17 de Juan, éste es el concepto apropiado de la santificación. Cuanto más somos santificados, menos permanecemos en nosotros mismos y más permanecemos en el Dios Triuno.


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