Manera normal de llevar fruto y de pastorear a fin de edificar la iglesia, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-4643-6
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Sentir la carga de cuidar de otros exige que experimentemos un cambio en nuestra manera de ser. La mayoría de nosotros todavía se aferra a su manera de ser natural. La razón por la cual no tenemos contacto con las personas ni las invitamos a nuestras casas es que ellas no son como nosotros. Ya que somos los únicos que concuerdan con nuestra manera de ser, solamente “nos invitamos” a nosotros mismos. Sin embargo, toda madre que amamanta se siente constreñida a cambiar muchos de sus hábitos. Hay un proverbio que dice: “No hay madre que pueda hacer que sus hijos cambien, pero todos los hijos siempre pueden hacer que la madre cambie”. No obstante, hay algunas madres que pueden cambiar debido a sus hijos, pero en la vida de iglesia se resisten a que otros las cambien. La primera vez que el Señor se encontró con Pedro y con Andrés, les dijo: “Venid en pos de Mí, y os haré pescadores de hombres” (Mt. 4:19). Desde entonces, su ocupación no tenía que ver más con peces, sino con hombres. Después que el Señor resucitó, regresó a Pedro y le dijo: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? [...] Apacienta Mis corderos” (Jn. 21:15). El Señor hizo de los discípulos pescadores de hombres y pastores que apacientan los corderos. Esto es llevar la carga de cuidar de las personas. En Cantar de los cantares la que busca al Señor le pregunta: “Dime tú, amado de mi alma, / dónde apacientas tu rebaño, / dónde descansas al mediodía”. El Señor le responde: “Si no lo sabes, hermosa entre las mujeres, / sigue las huellas del rebaño, / y apacienta tus cabritas / junto a las cabañas de los pastores” (1:7-8). Mientras buscamos al Señor, Él siempre nos recuerda seguir a la iglesia y cuidar de las “cabritas”. No debemos ser de aquellos que buscan al Señor, sin “cabritas” que cuidar. Muchos de nosotros no estamos cuidando de los más jóvenes en la vida de iglesia. Ésta es una gran carencia, y tenemos que pedirle al Señor que nos dé el remedio.
Nadie puede excusarse diciendo que no tiene dones o talentos. Aunque ninguna de las mujeres nace con el don de ser madre, todas ellas, por ser mujeres, son aptas para ello. Asimismo, siempre y cuando seamos cristianos, todos tenemos un talento. En la parábola de los talentos, en Mateo 25:14-30, el Señor nos dijo que habían tres clases de esclavos: uno con cinco talentos, otro con dos y otro con un solo talento. El menor número de talentos que podemos poseer es uno. Todos tenemos por lo menos un talento y tenemos que hacer uso del mismo. Todos podemos cuidar de dos o tres cristianos más jóvenes. No les digo esto para reprenderlos; simplemente les digo la verdad. Puesto que ustedes aman al Señor y a Su recobro, les rogaría que trajesen este asunto al Señor y oren por esta carga. Toda otra idea o pensamiento discrepante carece de valor alguno. Debemos dejar que los ancianos asuman la responsabilidad y lleven la delantera, y nosotros debemos simplemente seguirlos. Lo que tenemos que hacer es tomar la carga de cuidar de los más jóvenes, de alimentar a los corderitos que están en el recobro del Señor. El recobro del Señor no pertenece a los ancianos; es el recobro de todos los santos. Si todos los santos ejercieran su función de este modo, no tendríamos que preocuparnos tanto por cuán buenos o competentes sean los ancianos.
Conforme a nuestra manera de ser, nos gusta tener contacto únicamente con las personas que nos caen bien. Sin embargo, para invitar a las personas a nuestros hogares y cuidar de ellas, no debemos tener preferencias. Debemos recibir a los creyentes basándonos en el hecho de que el Señor los ha recibido (Ro. 14:1-3). Esto nos exige tomar medidas con respecto a nuestra manera de ser natural. Nuestra manera de ser tiene que ser tocada. No se trata de que simplemente tengamos un cambio en nuestro comportamiento; esta clase de cambio es muy pasajero. En vez de ello, lo que necesitamos es que el Señor toque nuestra manera de ser. Algunos de nosotros somos muy rápidos y otros muy lentos. Hay quienes son muy estrictos, y otros son muy sueltos. Si en verdad hemos tomado la decisión de amar al Señor y vivir en pro de Su recobro, primeramente debemos tener un corazón para los incrédulos. Debemos orar, diciendo: “Señor, si en el término de un año no logro ganar para Ti un pecador, sencillamente no podré seguir adelante. Señor, estoy desesperado. Tú tienes que darme por lo menos a un pecador”. En segundo lugar, debemos cuidar de los más jóvenes y, si no hay jóvenes que cuidar, podemos tener comunión con otros santos a fin de cuidarnos mutuamente. Si deseamos tener este corazón y esta carga, necesitamos urgentemente experimentar un cambio en nuestra manera de ser.
No hay nada que nos impida tanto ser útiles como nuestra manera de ser. Necesitamos dejar que el Señor toque nuestra manera de ser y necesitamos negarla. En términos prácticos, negarse a uno mismo es simplemente negar nuestra manera de ser (Mt. 16:24). Somos inútiles y no ejercemos nuestra función principalmente debido a nuestra manera de ser. Si negamos nuestra manera de ser, llegaremos a ser muy útiles. Es probable que estemos tan acostumbrados a nuestra manera de ser que no estemos conscientes de la misma. En la vida de iglesia existen diversas clases de manera de ser. Hay quienes jamás toman iniciativa alguna a menos que los ancianos les pidan hacer algo. Esta persona podría excusarse diciendo que no quiere actuar independientemente, pero en lo profundo de su corazón lo que realmente desea es el honor de que los ancianos le pidan que haga algo. Esto es una vergüenza, y no un honor. En la cuenta celestial esto no es un crédito, sino un débito. Romanos 14:10 nos dice que rendiremos cuentas al Señor cuando comparezcamos ante Su tribunal. El Señor nos pedirá que le mostremos los fondos en nuestra cuenta celestial, pero cuando le mostremos algo, tal vez Él diga: “No, esto es un débito en contra, pues tú lo hiciste únicamente para obtener respeto y honor”.
Sin embargo, otros se van al otro extremo. Ellos hacen muchas cosas siempre y cuando los ancianos no los toquen, pero tan pronto los ancianos les dicen algo, se detienen. Ellos no hacen nada sólo porque los ancianos les pidieron que hicieran algo. Se preguntan: “¿Por qué debo esperar a que los ancianos me pidan hacer algo? ¿No tengo yo el derecho de hacer cosas? ¿No tengo yo un espíritu?”. Todo el mundo tiene pretextos. Incluso los ladrones de bancos dicen que como el gobierno es injusto, está bien compensar la riqueza de la sociedad con el robo. No obstante, con respecto al Señor y la vida de iglesia, no tenemos excusa. Toda excusa, por muy razonable y justa que parezca, solamente nos traerá pérdida. Debemos tener una carga por las personas, y no excusarnos al respecto. Ya sea que alguien nos alabe o nos condene, no debemos dejarnos afectar por ello. Lo único que nos debe interesar es llevar a las personas como nuestra carga. Que otros reciban la gloria, la honra y el respeto. Lo único que nos interesa es las personas.
El hermano Nee nos dijo una vez que si no guardamos los principios espirituales, nuestras oraciones no serán contestadas. La ley que rige la esfera espiritual es que debemos cuidar de las personas. Si no cuidamos de las personas, las oraciones que hagamos por obtener crecimiento numérico no serán contestadas. Pero si cuidamos de todo corazón a los incrédulos, el Señor lo honrará y se producirá el crecimiento numérico. Asimismo, si tomamos la carga de cuidar a los santos, el Señor también nos respaldará. Todos debemos acudir al Señor y pedirle que ponga en nosotros dicha carga. No debemos preocuparnos por nuestra edad ni por la posición que tengamos en la iglesia. Ni siquiera nos gusta usar la palabra posición con respecto a la vida de iglesia. Lo único que necesitamos es ser útiles, y esta utilidad está totalmente relacionada con el hecho de cuidar a las personas, y no con el hecho de hacer cosas. Tener éxito en el manejo de los asuntos prácticos de la iglesia no significa mucho. La necesidad básica en la iglesia es el servicio de cuidar de las personas.
Tenemos muchas lecciones que aprender. Si un hermano tiene algún problema, tenemos que orar por él y buscar al Señor a fin de recibir una palabra oportuna que pudiéramos comunicar a tal hermano. Se necesitan las palabras adecuadas para sustentarlo, no chismes ni vana palabrería. A fin de hablar tales palabras, necesitamos la lengua de un discípulo, la lengua de uno que ha sido disciplinado por el Señor (Is. 50:4). Si hemos sido debidamente disciplinados por el Señor, poseeremos la lengua de la cual emanan palabras que sirven para rescatar a las personas y que sostienen al fatigado. Todo esto depende de cuánto hayamos sido disciplinados. Tal lengua no es la lengua de un maestro, un profesor, ni de un erudito, sino la de un discípulo que ha sido enseñado, que ha sido disciplinado por el Señor. Únicamente aquellos que escuchan al Señor pueden hablar palabras oportunas a los demás. Es por esto que, en tipología, aquel esclavo que eligió no salir libre fue llevado al poste de la puerta para que su amo pudiera horadar su oreja con una lesna (Éx. 21:5-6). A fin de ser buenos esclavos, nuestra posición debe ser al lado del poste de la puerta, atentos a la voz del amo. Necesitamos un oído abierto, un oído que ha sido horadado; entonces tendremos palabras apropiadas al hablar a otros. Incluso según las leyes naturales, una persona que no puede oír bien, tampoco puede hablar bien. Hablar de manera apropiada viene a raíz de que escuchamos de manera apropiada. Si no escuchamos al Señor cuando Él nos disciplina, nos será muy difícil hablar palabras oportunas que sostengan al fatigado.
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