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Cómo reunirnospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6637-3
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Actualmente disponible en: Capítulo 13 de 23 Sección 2 de 3

CANTA EN NUESTRO CANTAR

La respuesta es ésta: cuando cantamos al Padre, Jesús canta desde nuestro interior. Ahora es cuando Hebreos 2:12 se cumple. Cuando cantamos un himno al Padre, Jesús, el Primogénito entre muchos hermanos, canta en nuestros cánticos. Es de este modo que Él canta alabanzas al Padre en medio de la iglesia. Él canta cuando nosotros cantamos.

Pero aquí encontramos un problema: ¿están ustedes seguros que siempre que cantan en la iglesia Cristo canta en su cantar? Cuando ustedes dicen: ¡Amén!, ¿Cristo también dice: ¡Amén! en vuestro interior? ¿Están ustedes seguros de que cuando ustedes dicen: ¡Aleluya!, Cristo también dice: ¡Aleluya! en vuestro aleluya? Si no pueden responder afirmativamente, entonces tengo que instarles a cerrar la boca. No vuelvan a decir: ¡Aleluya!, a menos que tengan la certeza de que al hacerlo es el Señor Jesús, quien, dentro de ustedes, dice: ¡Aleluya!

¿Piensan ustedes que al decirles esto estoy atando sus aleluyas? Sí, ato lo que ya ha sido atado y desato lo que ya ha sido desatado. No estoy de acuerdo con la vieja manera propia del cristianismo, pues dicha manera está afectada por la muerte y por la caída del hombre. Tampoco estoy de acuerdo en abusar de nuestra libertad. Es muy fácil para nosotros caer en un extremo o en otro. Por un lado, debemos estar bajo la influencia de fuerzas centrípetas, es decir, aquellas que nos atraen hacia el centro; por otro, también es necesaria la influencia de fuerzas centrífugas, es decir, aquellas que nos alejan del centro. Estas dos leyes nos mantendrán en el equilibrio apropiado. Por un lado, no es correcto tomar el viejo camino que lleva a la muerte, ni tampoco debemos tomar un nuevo camino de liviandad, con lo cual abusaríamos de nuestra libertad dándole mal uso. No estoy tratando de atarlos, más bien quiero liberarlos. Pero tienen que darse cuenta de que toda liberación, toda libertad, tiene que lograrse en el espíritu. Cuando digo: ¡Aleluya!, debo tener la seguridad de que el Señor Jesús dentro de mí también dice: ¡Aleluya! Si el Señor Jesús nos dice internamente: “No estoy de acuerdo con tu ¡aleluya!”, entonces mi aleluya es completamente erróneo. Hoy en día el Señor Jesús es uno con todos Sus miembros.

CÓMO ES QUE DIOS ESTABLECE LA ALABANZA

Hebreos 2 hace referencia a dos salmos, el salmo 8 y el salmo 22. Ya vimos que el salmo 8 habla sobre Cristo: “¿Qué es el hombre mortal, para que te acuerdes de él, / y el hijo del hombre, para que le visites? / Lo has hecho a Él un poco inferior a los ángeles / y lo has coronado de gloria y de honra [...] / Todo lo has puesto bajo Sus pies” (vs. 4-6). Sabemos que este hombre del cual el salmista habla es Jesús. El salmo 8 nos dice que Jesús se identificó con el hombre. Él es el Creador de todos los ángeles; no obstante, fue hecho un poco inferior a ellos. Él se encarnó para ser un hombre y, por Su encarnación, Él se identificó con el hombre. La palabra hebrea traducida “hombre” en la pregunta planteada en este salmo al decir: “¿Qué es el hombre?”, es una palabra que denota a un hombre frágil, un hombre débil. El hombre es tan frágil y débil; no obstante, Jesús se identificó con tal criatura Suya. Mientras estuvo en la tierra, Él no era una persona fuerte físicamente. En cierto sentido Él se hizo débil y frágil; Él se identificó plenamente con el linaje humano.

El salmo 8 nos dice que a partir de los más jóvenes, los más pequeños y débiles de dicho linaje, Dios pudo hacer una cosa: establecer la alabanza. ¿Cómo es que Dios pudo establecer la alabanza procedente de la boca de personas tan débiles? Simplemente por medio de estos cuatro o cinco pasos: 1) la encarnación de Cristo. En todo el universo jamás se había visto semejante cosa. Dios pudo establecer las alabanzas procedentes de las bocas de los niños y de los que maman, en primer lugar, por medio de la encarnación de Cristo, por medio de Su identificación con el hombre. 2) Su crucifixión. Por supuesto, en el salmo 8 no se menciona la crucifixión, solamente la encarnación con la glorificación. El hombre fue hecho un poco inferior a los ángeles, lo cual se refiere a la encarnación. Él fue coronado de honra y de gloria, lo cual se refiere a la glorificación. Pero después del salmo 8, en el salmo 22 se halla Su crucifixión. 3) Su resurrección. En el salmo 22, después de la crucifixión, tenemos la resurrección. Que el Señor declarase el nombre del Padre a Sus hermanos era una señal de Su resurrección. 4) Su glorificación. Después de Su resurrección Él fue coronado de gloria y de honra. 5) Su entronización. Todo fue puesto bajo Sus pies. Él fue entronizado como Señor de todos y como Rey de reyes.

Por medio de estos cinco eventos: la encarnación, la crucifixión, la resurrección, la glorificación y la entronización, Dios pudo establecer las alabanzas procedentes de las bocas de los más débiles del linaje humano. Mediante estos cinco pasos dados por Cristo, Dios cumple Salmos 8:2. Uno podría preguntar: “¿Y qué tiene que ver esto conmigo?”. La respuesta es ¡muchísimo! Si Cristo no hubiera dado estos cinco pasos importantes en este universo, ninguno de nosotros podría ofrecer una sola palabra de alabanza. Todas las bocas de los hombres habrían sido cerradas. ¿Cómo podríamos alabar a Dios sin la encarnación, crucifixión, resurrección, ascensión y entronización de Cristo? Podríamos decir: “¡Oh Dios, Tú eres mi Creador!”. Pero Dios diría: “¡Eres un pecador!”; entonces, ¿qué podríamos decir? Tal vez podríamos decir: “¡Oh Dios, gracias por Tu misericordia!”. Pero Dios diría: “¿Cómo podría tener misericordia de ti?”. Sin la obra realizada por Cristo, esto sería imposible.

¡Oh, cuánto necesitamos ver de qué manera Dios puede establecer las alabanzas procedentes de nuestras bocas, de nosotros los más débiles, los más pequeños y los que son menos que el menor de todos! Por Su encarnación, Cristo fue hecho uno con nosotros. Nosotros somos inferiores a los ángeles, y Él también lo es; Él se hizo como nosotros. Por Su crucifixión, todos nuestros problemas fueron resueltos. Dios jamás podría decirnos: “¡Eres un pecador!”. Si Dios nos dijera esto, nosotros tendríamos que decirle: “Oh Dios, no eres recto. No eres justo al decir esto porque Cristo es mi Sustituto, y Él murió en mi lugar”. Como pueden ver, no hay motivo alguno para que dejemos de alabar a Dios. Por la encarnación de Cristo, Cristo se hizo uno con nosotros. Por Su crucifixión, ya no soy pecador. Por Su resurrección, llego a ser hijo de Dios. Díganme, ¿quién es mayor? ¿El presidente de los Estados Unidos o usted? Supongamos que el presidente no fuese un hijo de Dios, ¿quién sería mayor, usted o él? ¡Usted! Usted tendría que exclamar: “¡Aleluya! ¡Yo soy el mayor! ¡Soy mayor que él!”. ¿Por qué? Por causa de la resurrección de Cristo. Por Su resurrección, usted fue hecho hermano de Cristo. Entonces, ¿tendría usted razón para dejar de alabar? ¿Puede ver esto? De este modo, Dios ha establecido las alabanzas procedentes de la boca de los más débiles. Es posible que usted sea una persona con muchos hijos y que, en cuanto a las cosas materiales, usted sea muy pobre; ¿pero acaso no es usted más glorioso que el más grande de los millonarios? ¡Alabado sea el Señor! En Su glorificación, todos fuimos glorificados. ¡Nosotros somos más gloriosos que cualquiera! Como pueden ver, es tan fácil para Dios establecer las alabanzas procedentes de la boca de los más débiles. Si ustedes alguna vez han visto lo que es la encarnación de Cristo, así como Su crucifixión, Su resurrección, Su glorificación y Su entronización, estarán fuera de sí, exclamando: ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!

Esto no es todo. Lo más maravilloso es que Aquel que se encarnó, Aquel que fue crucificado, Aquel que resucitó, Aquel que fue glorificado y entronizado, hoy es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Él es el Espíritu vivificante y todo-inclusivo y, como tal, Él mora en mi espíritu, y yo soy un solo espíritu con Él (6:17). ¡Qué es esto! ¡Oh, qué es esto!

Hebreos 2 nos remite al salmo 8, donde se nos habla de la encarnación de Cristo, de Su glorificación y entronización. Hebreos 2 también nos remite al salmo 22, donde se nos habla de la crucifixión de Cristo y de Su resurrección. Cuando consideramos estos dos salmos en conjunto, podemos ver estos cinco pasos gloriosos y maravillosos dados por Cristo: Su encarnación, Su crucifixión, Su resurrección, Su glorificación y Su entronización. Por medio de todos estos cinco pasos, Cristo ha sido hecho uno con nosotros y nosotros fuimos hechos uno con Él. Ahora Cristo no solamente está en la iglesia, sino que es la iglesia (1 Co. 12:12). Él puede decir: “En medio de la iglesia te cantaré himnos de alabanzas”. ¿De qué manera? Al ser uno con la iglesia, al ser uno con todos los miembros, y por el hecho de que ellos sean a ser uno con Él. Cuando ellos cantan, Él canta en sus cánticos. Él canta por medio de sus cánticos y canta en sus cánticos. El cantar de ellos es el cantar de Cristo. Ellos son uno con Él, y Él es uno con ellos. Ellos están en Él, y Él está en ellos. ¡Aleluya!


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