Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, Elpor Watchman Nee
ISBN: 978-1-57593-377-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Hay dos cosas en la vida de Isaac a las que debemos prestar atención. La primera es su relación con Abraham, y la segunda es su relación con Dios.
Génesis 24:36 dice: “Y Sara, mujer de mi amo, dio a luz en su vejez un hijo a mi señor, quien le ha dado a él todo cuanto tiene”. Este hijo es Isaac, que significa que nosotros mismos no hacemos nada ni buscamos nada. Isaac disfruta todo lo que recibe de Abraham. Todo proviene del padre, “quien le ha dado a él todo cuanto tiene”.
Leamos 25:5 de nuevo: “Y Abraham dio todo cuanto tenía a Isaac”. Isaac no adquirió nada por sus propios esfuerzos. Su prosperidad no dependía de él, pues le vino de Dios. La Biblia nos muestra que Isaac se caracteriza por heredar, pues todo lo que tenía se lo legó su padre. El no tuvo que hacer nada. Su padre vino a Canaán, y él nació allí. No tuvo que preocuparse por nada.
La relación que tuvo Isaac con Abraham se caracterizó por su recepción de todo lo de Abraham. ¿Cuál fue su relación con Dios? Génesis 26:2-3 dice: “Y se le apareció Jehová, y le dijo: No desciendas a Egipto; habita en la tierra que yo te diré. Habita como forastero en esta tierra, y estaré contigo, y te bendeciré; porque a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras”. Si nos detenemos aquí, pensaríamos que Dios había establecido una relación directa con Isaac y que había hecho un pacto con él. Pero Dios añade explícitamente: “Y confirmaré el juramento que hice a Abraham tu padre”. Dios no bendijo a Isaac por causa de él mismo, sino por causa de Abraham. El juramento de Dios había sido hecho al padre de Isaac. Ahora Dios bendecía a Isaac en confirmación de aquel pacto. El versículo 4 dice: “Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y daré a tu descendencia todas estas tierras; y todas las naciones de la tierra serán benditas en tu simiente”. Dios había dicho esto mismo a Abraham (22:17-18). No le dio a Isaac nada nuevo, salvo lo que ya le había dado a Abraham. ¿Cómo podían ser bendecidas todas las naciones de la tierra? Génesis 26:5 dice: “Por cuanto oyó Abraham...” No fue por causa de Isaac sino por causa de Abraham. Dios mismo dice que El es primero el Dios de Abraham, y luego el Dios de Isaac. Génesis 26:24 dice: “Y se le apareció Jehová aquella noche, y le dijo: Yo soy el Dios de Abraham”. Esta es la relación entre Dios e Isaac. Y Dios añade: “No temas, porque yo estoy contigo, y te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia por amor de Abraham mi siervo”. La palabra de Dios nos muestra claramente que la relación que Dios tenía con Isaac se basaba en la relación que tenía con Abraham. Dios bendijo a Isaac por ser hijo de Abraham.
Podemos ver las características de Isaac en estas dos relaciones. A lo largo de su vida, todo cuanto tenía lo había recibido y simplemente lo disfrutaba. ¿Qué significa conocer al Dios de Isaac? Significa sencillamente conocer al Dios que todo lo provee y de quien todo proviene. Si queremos conocer al Padre, tenemos que conocer al Hijo. Para conocer al Dios de Abraham, tenemos que conocer al Dios de Isaac. No tenemos esperanza si solamente conocemos al Dios de Abraham, pues El habita en luz inaccesible (1 Ti. 6:16). Pero gracias al Señor que El también es el Dios de Isaac. Quiere decir que todo lo que tenía Abraham también era de Isaac, lo cual denota que todo lo recibimos.
Si un cristiano no conoce al Dios de Isaac, no podrá avanzar. Si no conoce lo que significa Isaac, no podrá alcanzar la meta de Dios. En otras palabras, si no sabemos recibir, nunca llegaremos a la meta de Dios. Quienes no conocen a Isaac en su experiencia personal, sólo pueden vivir bajo el Monte Sinaí, pues lo único que poseen es la ley. Cuando Dios exige algo, ellos hacen todo lo posible por cumplirlo. Cuando El desea algo, procuran ofrecerlo. Isaac no es así. Esta clase de cristianos, a la postre, sólo se lamentarán y dirán: “Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (Ro. 7:18). La persona descrita en Romanos 7 estaba dispuesta a hacer el bien y tenía un gran deseo de ser buena, pero estaba tratando de lograrlo por sus propios medios; no veía que Dios podía librarlo, ni que todo está en Cristo; tampoco veía las riquezas que Dios había preparado en Cristo. No veía la herencia que tenía en Isaac; no comprendía que el secreto de la victoria estaba en recibir; no comprendía que los cristianos actúan como lo hacen en virtud de lo que son, no porque expresen la vida cristiana a manera de imitación. No veía que Dios hace libre a la persona al darle la ley de vida. Por consiguiente, lo único que podía ejercer era su voluntad.
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