Impartición divina par ala economía divina, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6586-4
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Primeramente, Dios se encarnó como hombre y se dio a Sí mismo al hombre en el Hijo a fin de que el hombre le recibiera. Luego, a fin de ser la vida del hombre, Él pasó por la muerte para liberar la vida divina que estaba en Su interior. Cristo, después de Su crucifixión, resucitó de entre los muertos. La resurrección del Hijo crucificado impartió la vida divina en los creyentes regenerados, efectuándose así la impartición divina (Jn. 3:5; 1 P. 1:3b). La muerte de Cristo liberó Su vida divina que estaba dentro de Su cáscara humana, y la resurrección la impartió y aplicó a nosotros. Esta aplicación ocurrió en el momento en que fuimos regenerados. Todos nacimos de la carne, y necesitábamos renacer del Espíritu. Juan 3:6 dice: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. En nuestro segundo nacimiento, nuestro espíritu fue regenerado por el Espíritu, quien es Cristo en resurrección. En 1 Pedro 1:3 dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según Su grande misericordia nos ha regenerado para una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos”. Según nuestra perspectiva, nosotros fuimos regenerados después que nacimos; sin embargo, según la perspectiva de Dios, nosotros fuimos regenerados cuando Cristo resucitó, aproximadamente dos mil años atrás.
En la encarnación Dios se hizo hombre, pero en Su resurrección, Cristo, el postrer Adán, un hombre en la carne, se hizo Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). El soplo que infundió al Cristo pneumático en Su resurrección en los discípulos impartió al Espíritu consumado, quien es la consumación del Dios Triuno procesado, para que se efectuara la impartición divina (Jn. 20:22). Cristo es rico y tiene muchos aspectos. Él se encarnó para ser un hombre, y fue dado a nosotros. Luego murió en la cruz por nosotros para resolver el problema del pecado, con lo cual Él llegó a ser nuestro Redentor. Después, resucitó y ascendió a los cielos para ser nuestro Salvador. Además de esto, también llegó a ser Espíritu vivificante para morar en nosotros. Así, pues, en la cruz Él era nuestro Redentor, en los cielos Él es nuestro Salvador, y dentro de nosotros Él es el Espíritu vivificante para ser nuestra vida.
En la noche del día de Su resurrección, Jesús regresó a Sus discípulos de una manera secreta y maravillosa. Él entró en el cuarto donde ellos estaban y, soplando en ellos, les dijo: “Recibid al Espíritu Santo” (Jn. 20:19-22). Juan 20 sólo nos dice cómo Jesús vino a los discípulos; pero no nos dice cómo se volvió a ir. Es difícil descubrir adónde Jesús fue después de la noche de Su resurrección. Los Evangelios de Marcos y Lucas nos dicen que después de resucitar, Jesús ascendió a los cielos, pero en el Evangelio de Juan no se nos dice nada al respecto. Después que Jesús resucitó, Él simplemente regresó a Sus discípulos y con Su soplo se infundió en ellos como aliento santo. Desde entonces Jesús nunca los abandonó. Él estaba, todavía está y estará para siempre en el interior de todos Sus discípulos.
El Evangelio de Juan tiene dos líneas acerca de la impartición divina. En primer lugar, el maravilloso Cristo era Dios. Luego, Él se encarnó y nos fue dado como Hijo. Después de esto, murió, resucitó y llegó a ser el Espíritu vivificante para infundirse en Sus discípulos al soplar en ellos. Ésta es la primera línea. Sin embargo, el Evangelio de Juan nos presenta otra línea, la cual nos muestra cómo Jesús se impartió en nosotros. En la regeneración, Cristo entró en nosotros y nosotros nacimos de nuevo. Sin embargo, después que un niño nace, necesita respirar, beber y comer. El Cristo pneumático es dado para que los creyentes le inhalen, lo cual imparte en ellos la esencia divina. Cristo en resurrección da el agua viva, lo cual imparte las riquezas divinas en los creyentes (4:14). El Cristo resucitado es comido por los creyentes y mora en ellos, lo cual imparte en ellos los elementos divinos para su satisfacción (6:56-58a). En el Evangelio de Juan, el Señor Jesús dijo que Él es el pan de vida (vs. 35, 48), el pan del cielo (v. 32), el pan de Dios (v. 33) y el pan vivo (v. 51), todo ello con el fin de que nosotros le comamos.
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