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Visión celestial, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-0927-1
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Actualmente disponible en: Capítulo 5 de 6 Sección 3 de 3

NO ESTORBAR LA VOLUNTAD
DE DIOS EN NOSOTROS

Ciertamente no es necesario preocuparnos tanto por las cosas que necesitamos para nuestra existencia. Por ejemplo, en lugar de estar preocupados por la comida, simplemente debemos alimentarnos con la finalidad de vivir para el propósito de Dios. Entonces podremos decir juntamente con Pablo que: “La comida para el vientre, y el vientre para la comida; pero Dios reducirá a nada tanto al uno como a la otra” (1 Co. 6:13a). No debemos preocuparnos tanto por la comida. Nuestras facultades y capacidad humana no tienen como fin buscar la comida, sino agradar a Dios. Para nosotros, comer no constituye un elemento del mundo, sino una de las cosas terrenales que son necesarias para nuestra existencia. El comer no debe frustrar la voluntad de Dios en nosotros ni impedirnos efectuar Su voluntad.

Debe ser lo mismo con el matrimonio, el vestido, la vivienda y el transporte. El matrimonio es necesario para nuestra subsistencia en la tierra. Si bien es cierto que necesitamos del matrimonio, no debemos ocuparnos con él hasta el grado que estorbe la voluntad de Dios en nosotros. De ser así, el matrimonio se convertiría en un elemento del mundo. Del mismo modo, la vestimenta, la vivienda y el transporte también son elementos necesarios para nuestra existencia terrenal, pero si nos preocupamos excesivamente por estas cosas, se convertirán en elementos mundanos.

Nosotros estamos en la tierra por causa de Dios; no del alimento, ni del matrimonio, ropa, vivienda ni transporte. Cualquiera de estas cosas, en cuanto contradiga la voluntad de Dios o impida el cumplimiento de Su propósito, se convierte en un elemento mundano. Ninguna de estas cosas debería obstaculizar la voluntad de Dios en nosotros. Si comer no nos impide hacer la voluntad de Dios, entonces no estamos tomando la comida como algo del mundo. De igual manera, si el matrimonio no estorba la voluntad de Dios en nosotros, entonces, en nuestra experiencia, el matrimonio no es un elemento del mundo. Pero una vez que el matrimonio sea un obstáculo para la voluntad de Dios, llega a ser un asunto mundano. Si los miembros de nuestra familia nos impiden realizar la voluntad de Dios; entonces, conforme a lo dicho por el Señor en Lucas 14:26, deberíamos aborrecerlos. Debemos orar para que nos sea revelada la visión del mundo, y para ser librados de todo tipo de preocupación.

PUESTOS EN CONDICIONES DE MUERTE
POR LA CARNE, EL YO Y EL MUNDO

El cuerpo humano se convirtió en la carne; el alma humana vino a ser el yo, y las cosas terrenales fueron sistematizadas y llegaron a ser el cosmos que nos llena de ansiedad, el mundo que nos envuelve con sus preocupaciones. Como resultado de esto, el ser humano fue completamente usurpado y puesto en condiciones de muerte por Satanás. De manera que, ahora no hay posibilidad de que Dios lleve a cabo Su propósito, debido a que la carne, el yo y el mundo condujeron al hombre a una condición de muerte.

El espíritu humano ha caido en una condición de muerte por causa de la carne en el cuerpo, del yo en el alma, y del mundo. Cuanto más vive uno en la carne y conforme a ésta, más muerte recibe su espíritu. Del mismo modo, cuanto más vive por el yo, más muerto está en su espíritu. Aún más, llevar una vida mundana mata su espíritu. Este era nuestro caso. Anteriormente vivíamos conforme a la carne y al yo, y nos amoldábamos a este mundo; así que, estábamos muertos en nuestro espíritu y no éramos aptos para participar del propósito de Dios.

LIBRADOS DE LOS TRES ELEMENTOS DAÑINOS

El Señor Jesús vino a redimirnos y a conducirnos de regreso a Dios. Vino a liberarnos de los tres elementos dañinos: la carne, el yo y el mundo. Este proceso se inicia cuando el Señor Jesús vivifica nuestro espíritu, que hasta entonces ha estado en muerte, lo cual implica que El nos regenera y vivifica nuestro espíritu; ahora, El mora en nuestro espíritu para ser nuestra vida. Al ser El nuestra vida, gradualmente somos desatados y librados de la carne, del yo y del mundo. En nuestra experiencia, primero somos librados de la carne, y luego somos librados gradualmente del yo. Y entonces, con dificultad, somos librados del mundo.

La liberación de la carne, del yo y del mundo es en realidad un ciclo que se repite continuamente. Tal vez uno piense que ya quedó libre de la carne, del yo y del mundo. Pero pronto se dará cuenta de que necesita una liberación más profunda de un aspecto más sutil de la carne. Por lo tanto, necesitaremos que el Espíritu libertador (2 Co. 3:17) nos libre de la carne un poco más. Luego, descubriremos que necesitamos que el Espíritu libertador nos libere aún más del yo y del mundo. Este ciclo ha de repetirse, y cada vez, seremos más libres de estos tres elementos negativos —la carne, el yo y el mundo—, los cuales, al dañar la humanidad, estropean los materiales que Dios creó para Su edificación.

Gradualmente, el recobro del Señor llegará al asunto crucial de la edificación. Si deseamos hacer realidad la edificación del Cuerpo, necesitamos ser librados de la carne, del yo y del mundo.

NO NOS AMOLDAMOS A ESTA ERA,
SOMOS TRANSFORMADOS POR LA RENOVACION DE LA MENTE PARA LA EDIFICACION DEL CUERPO

En nuestra experiencia, el Espíritu que nos libera se convierte en el Espíritu que nos transforma (2 Co. 3:18). La obra de liberación también es la obra de transformación. Finalmente, seremos transformados a la imagen de Cristo. Es por esto que en Romanos 12:2 Pablo nos exhorta, diciendo: “No os amoldéis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestra mente”. Amoldarse a esta era es conformarse al curso actual del mundo. En lugar de ser conformados a esta era, debemos ser transformados mediante la renovación de nuestra mente. Cuanto más somos transformados, más somos liberados de la carne, del yo y del mundo.

¿Vemos claramente lo que es el mundo? Cualquier cosa puede convertirse en un elemento mundano, si llega a ocuparnos y llenarnos de ansiedad. Necesitamos ser librados de todas las cosas que nos agobian y preocupan. Debemos llegar al punto en que podamos decir: “Señor, te alabo porque he sido totalmente librado de toda preocupación. En esta tierra no hay nada que me agobie ni me preocupe”. Cuando ésta sea nuestra condición, no tendremos relación alguna con el mundo, aunque estemos viviendo en esta tierra. Todavía necesitaremos comer, casarnos, vestirnos, albergarnos y transportarnos, pero ninguna de estas cosas nos preocuparán ni nos producirán afán.

Si vemos lo que es el mundo, llegaremos a la conclusión de que no debemos amar nada mundano, ni preocuparnos por nada. Debemos amar sólo al Señor, de una manera íntegra y absoluta. Todas nuestras habilidades y nuestra capacidad deben ser para El. Todo nuestro ser, nuestro tiempo y esfuerzos, deben ser Suyos.

Necesitamos ver lo que es el mundo para descubrir cómo éste es utilizado por el enemigo para impedir que el Cuerpo sea una realidad. Sólo cuando hemos sido liberados del mundo, somos plenamente edificados para hacer realidad la vida del Cuerpo.


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