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Ministerio de la Palabra de Dios, Elpor Watchman Nee

ISBN: 978-0-7363-0700-0
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CAPITULO TRECE

LA DISCIPLINA DEL ESPIRITU SANTO
Y LA PALABRA

Cuando un ministro de la Palabra predica, ¿de dónde procede su mensaje? El ministro de la Palabra de Dios no sólo debe pensar en lo que desea expresar, sino que sus palabras deben proceder de otra fuente. Examinemos en detalle esa fuente, ya que cuando la conozcamos, nos daremos cuenta de que muchas de nuestras palabras no deberían salir de nuestra boca, ni tomarse como la Palabra de Dios. Debemos mencionar de nuevo el hecho de que el ministerio de la Palabra y el elemento humano están íntimamente relacionados, y que en el ejercicio del ministerio de la Palabra, el hombre debe desarrollar todo un mensaje con las pocas palabras que Dios le haya proporcionado. La fuente y la base de ese mensaje son unas cuantas palabras que Dios da. El ministro usa sus propias palabras para proclamar el mensaje, pero lo que expresa es la palabra interna que Dios le confiere. En esto consiste ser ministro de la Palabra. En dicho ministerio se hallan los elementos humanos, de lo cual debemos estar conscientes. Debemos comprender que las palabras se comunican por conducto del hombre.

Una persona se conoce por lo que expresa. Así que, según la persona que hable, Dios reconocerá lo expresado como Su propia palabra o no. Aunque dos personas reciban en su espíritu la misma luz y las mismas palabras, debido a la diferencia de calidad entre ellas, el ministerio de cada una es completamente distinto. Esta diferencia trae como resultado dos ministerios de la Palabra discordantes. Puede ser que tanto la revelación como la palabra interna sea la misma, pero los ministerios difieren debido a la personalidad del que lleva el mensaje. Esto nos induce a examinar el origen de lo que el hombre expresa. Aunque el mensaje proclamado proviene de la revelación, ésta se ve afectada por los elementos humanos. Por consiguiente, lo que somos determina lo que decimos. De modo que si somos el vaso adecuado, expresaremos las palabras apropiadas. Cuando el orador no es auténtico, no tiene valor lo que dice. Aunque en su discurso use palabras rebuscadas y exhiba gran elocuencia, no conduce a nada. De su boca no salen palabras espirituales. Si la persona es recta, sus palabras espontáneamente serán espirituales, exactas y de valor, pues surgirán de una íntima comunión con Dios. Así que, es importante que nos veamos a nosotros mismos si queremos ir al origen de nuestras palabras, ya que éstas manifiestan lo que somos.

LA DIFERENCIA EN LA CONSTITUCION ESPIRITUAL
PRODUCE UNA DIFERENCIA EN EL MENSAJE

Lo que somos determina el mensaje que proclamamos. Cuando Dios efectúa una obra de constitución en nosotros, es decir, cuando Su Espíritu nos disciplina y quebranta nuestro hombre exterior y tocamos lo espiritual, a tal grado que nuestro carácter comienza a cambiar, espontáneamente nuestras palabras se convierten en las del Espíritu. Lo que expresemos tendrá como base la obra de constitución que el Espíritu haya efectuado en nosotros, pues sin ella, el Espíritu no puede expresarse. Ya que el hombre natural no puede hablar por el Espíritu, éste debe reconstituirlo y cambiar su estructura. Después de que el Señor opera en nosotros por algunos años, comenzamos a experimentar la obra de reconstitución del Espíritu y llegamos a ser como una casa reconstruida. Debemos observar que lo que el Espíritu Santo expresa tiene como base Su obra de constitución; sin dicha obra, las palabras que expresamos no son genuinas. La reconstitución que el Espíritu efectúa en nosotros nos renueva y, por ende, lo que expresamos es puro.

Esta es la razón del excelso don de Pablo que se revela en 1 Corintios 7, donde se nos enseña una lección extraordinaria. Cuando la obra de constitución del Espíritu en el hombre es avanzada, confiable y espiritual, éste deja de estar consciente de la revelación, ya que ella se manifiesta espontáneamente. Para Pablo, la revelación no era algo extraordinario; la luz que recibía era tan normal que se confundía con sus propios pensamientos. Cuando la obra de constitución del Espíritu no es suficiente en el individuo, Dios no le da revelación. El capítulo siete de 1 Corintios es excepcional, pues allí vemos un hermano sumiso a Dios y constituido por el Espíritu, a tal grado que sus pensamientos y sentimientos se asemejan a los de Dios. La revelación de Dios se confundía con sus palabras, pues la conocía muy bien. Los elementos humanos se pueden elevar hasta converger con los de Dios. Pablo dijo que en cierto asunto no tenía mandamiento del Señor y que lo que expresaba eran sus propias palabras. Sin embargo, estaba constituido de Dios a tal grado que después de hacer esa declaración, añade: “Pienso que también yo tengo el Espíritu de Dios” (v. 40). Es crucial identificar la relación que la persona y la Palabra tienen. He aquí un hombre plenamente constituido por el Espíritu Santo, que cuando hablaba, comunicaba la Palabra de Dios sin hacer referencia a ninguna revelación en especial. Esta es la cumbre de la experiencia espiritual. Hay un adagio que dice que cuando la persona es recta, también lo son sus palabras. Pablo es una evidencia de ello. Cuando uno es constituido divinamente, sus palabras son las de Dios. Debemos prestar particular atención a este asunto. La disciplina que el Señor ejerce en una persona la purifica y la limpia, de tal manera que cuando habla, su discurso es el del Espíritu.

Tengamos presente que la obra de constitución que el Espíritu Santo efectúa en nosotros es el cimiento de nuestra enunciación. A muchas personas Dios no las puede usar. Sin embargo, debemos darnos cuenta de que aun entre los que le son útiles, el grado de constitución que el Espíritu Santo forja en ellos difiere; por ello, cada quien se expresa de diferente manera. Dos personas pueden ser de igual utilidad para el Señor y alcanzar la misma profundidad espiritual y, sin embargo, tener una constitución diferente. La revelación y la palabra interna pueden ser iguales, pero al existir diferencias en la constitución de los individuos, el mensaje que comunican no será el mismo. Aunque ambos sean excelentes ministros de la Palabra, debido a que poseen diferentes elementos, las palabras que proceden de ellos son distintas. La personalidad y la forma de expresarse de Juan eran diferentes a las de Pablo y a las de Pedro. Aunque todos ellos eran útiles a Dios en gran manera, lo que expresaban era inherente a cada uno. Pablo tenía su propia forma de expresarse, pero la Palabra de Dios también estaba en él; así que sus palabras eran las palabras de Dios. Lo mismo sucedía en el caso de Pedro. Estos dos apóstoles fueron constituidos profundamente por el Espíritu, y cuando hablaban, promulgaban la Palabra de Dios; aún así, el mensaje de cada uno era distinto.


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