Revelación crucial de la vida hallada en las Escrituras, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-1-57593-811-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En el capítulo doce vimos algo relacionado con el Espíritu de vida en Romanos, 1 Corintios y 2 Corintios. En este capítulo queremos continuar la comunión acerca del Espíritu de vida.
Tito 3:5 se refiere a la renovación del Espíritu Santo. La transformación y la renovación están estrechamente relacionadas la una con la otra (Ro. 12:2). Cuanto más transformación ganamos, más renovados somos. Cuanto más renovación ganamos, más transformados somos. Hemos dicho que la transformación no es un simple cambio externo, sino un cambio interno de vida, un cambio metabólico. La transformación es un cambio muy subjetivo que tiene lugar en nuestro interior mediante la vida. La renovación efectuada por el Espíritu tampoco es una renovación exterior sino interior, la cual es cumplida por la vida. La vida divina impartida en nosotros nos renueva.
Todo lo relacionado con nuestro ser natural es viejo. En Efesios 4 vemos que debemos despojarnos del viejo hombre, ser renovados en el espíritu de nuestra mente, y vestirnos del nuevo hombre (vs. 22-24). Por muy joven que sea uno, su mismo ser, o sea el hombre creado y luego caído, es viejo. El viejo hombre es el hombre de la vieja creación, la cual está en Adán. Incluso un niño recién nacido tiene un viejo hombre que necesita ser renovado. Nuestra mente es vieja, nuestra naturaleza es vieja y nuestra vida también.
Adán se envejeció inmediatamente después de la caída. El viejo hombre es de Adán, creado por Dios, pero caído por el pecado. Debido a la vejez que heredamos de Adán, necesitamos ser renovados con todo lo que Dios es. Todo lo que Dios es y todo lo que tiene es nuevo. Todo lo que nosotros somos y todo lo que tenemos es viejo. Dios es muy antiguo porque es infinito, pero nunca está viejo. El es antiguo pero siempre nuevo. Puesto que somos muy viejos, necesitamos ser renovados por nuestro Dios, Aquel que siempre es nuevo.
Ser renovados significa ser reemplazados. Nuestra mente tiene que ser reemplazada por la mente de Cristo, nuestra naturaleza, por Su naturaleza, y nuestra vida, por Su vida. Todo lo que tenemos es viejo. Todo lo que es Cristo es nuevo. Cuando Cristo viene para reemplazar todo lo que tenemos y todo lo que somos, nos renueva. Necesitamos ser renovados, mediante la vida, con todo lo que Cristo es. Un dentista puede reemplazar los dientes de alguien con postizos, pero esto no constituye la renovación de sus dientes, porque no han sido reemplazados por la vida. El Espíritu de vida nos renueva mediante la vida con todo lo que Cristo es.
El Nuevo Testamento nos dice que fuimos santificados por la sangre de Cristo (He. 13:12; 10:29). Aun se encuentra en el Antiguo Testamento que la sangre redentora puede santificarnos (He. 9:13; cfr. Lv. 16:18-19). La santificación efectuada por la sangre es un simple cambio externo en cuanto a posición y condición, no es un cambio interno con respecto a nuestra manera de ser. Antes de que fuéramos salvos, estábamos entre los muchos pecadores no santificados. Cuando confesamos nuestros pecados y aceptamos a Cristo como nuestro Salvador, la sangre de Cristo nos roció y nos santificó, cambiando así nuestra posición. La sangre nos separó de los pecadores del mundo. Fuimos santificados para Dios posicionalmente por la sangre de Cristo.
Antes de que fuéramos salvos, estábamos bajo la condenación de Dios. Pero, por la sangre del Señor, la cual nos ha rociado, nuestra condición ha sido cambiada. Ya no estamos bajo la condenación de Dios, sino que hemos sido justificados ante los ojos de Dios por la sangre de Cristo (Ro. 5:16, 18; 3:24-25). Ahora estamos en condiciones de justificación, y no de condenación. La sangre de Cristo ha cambiado nuestra posición así como nuestra condición ante Dios. Estamos justificados y reconciliados con Dios.
No obstante, la sangre no cambia lo que somos en nuestra naturaleza, o sea en nuestro carácter. Es por esto que necesitamos otro aspecto de la santificación. No necesitamos solamente la santificación exterior realizada por la sangre, sino también la santificación interior efectuada por el Espíritu. 2 Tesalonicenses 2:13 habla de la santificación realizada por el Espíritu. En este versículo la santificación tiene lugar por medio de la vida. El Espíritu nos santifica subjetiva e interiormente al cambiar nuestro carácter o sea, nuestra inclinación natural. El Espíritu Santo nos santifica interiormente en nuestro modo de ser con la substancia de Cristo, con lo que es Cristo, con la esencia de Dios.
Un buen ejemplo de esta santificación es la preparación del té. Cuando se pone una bolsita de té en agua pura, ésta se hace té. Por haberse quedado la bolsita de té dentro del agua por un tiempo, ésta llega a ser igual que el té en esencia, en naturaleza, en apariencia, en color y en aroma. El agua pura llega a ser uno con el té porque éste se mezcla con el agua. Cuanto más té se mezcla con el agua, más como té llega a ser el agua. Así como el agua pura llega a ser té, nosotros necesitamos ser santificados, o constituidos de Cristo. El Espíritu Santo entra en nosotros para santificarnos con Cristo, para hacernos Cristo. El Espíritu pone más y más de Cristo en nosotros para que seamos mezclados con El así como el té se mezcla con el agua. Si la bolsita de té se deja en el agua por un tiempo largo, se intensifica el té. Debemos permitir que Cristo se dispense en nosotros de manera completa para que seamos santificados, o sea, constituidos de Cristo, de modo intensificado.
Romanos 6:19 nos dice que debemos presentar nuestros miembros “como esclavos a la justicia para santificación”. La santidad es la esencia del ser divino de Dios. John Wesley interpretó la santidad como la perfección impecable, una perfección sin pecado. Sin embargo, la santidad no es la perfección impecable. La manera en que Dios nos hace personas santas es impartirse, el Santo, en nosotros para que todo nuestro ser sea impregnado y saturado de Su naturaleza santa.
Purificar el agua y hacer de ella té son dos asuntos diferentes. Si quiere usted servirme una taza de té, tal vez purifique primero el agua y después haga de ella té. La purificación está incluida en la preparación del té, pero no es la preparación misma. Del mismo modo, la perfección impecable está incluida en la santidad, pero no es la santidad.
Los que tienen el concepto de que la perfección impecable es la santidad, se someten a muchas reglas. Es posible que tengan reglas con respecto a su modo de vestirse y de conducirse para poder hacerse “santos”. Cuando yo era un cristiano joven, me reunía con un grupo de creyentes de la Asamblea de los Hermanos. Eran muy estrictos. Los hombres tenían que cortarse el pelo muy corto. Si el pelo de un hermano era muy corto, se consideraba una persona muy espiritual. Además, las hermanas no debían vestirse con nada moderno. Tenían que llevar la ropa anticuada. Un día me di cuenta de que las personas no salvas que vivían en el campo en China tenían la misma práctica que nosotros: los hombres se cortaban el pelo muy corto, y todas las mujeres llevaban la ropa anticuada. Aparentemente, eran tan “espirituales” como nosotros. En aquel momento me di cuenta de que la enseñanza acerca de que la santidad fuese la perfección impecable, era errónea.
La santidad es la esencia divina de Dios, la esencia del ser divino de Dios. Es necesario poner la substancia del té en el agua para hacer de ella té. Tenemos santidad cuando somos constituidos de Dios, el té divino. Cuando algo del ser divino de Dios es dispensado en nosotros, somos santificados, es decir, somos hechos santos con la propia esencia de Dios. La santificación realizada por el Espíritu no es un cambio externo, sino la adición de la propia esencia de Dios a nuestro ser. El embalsamador tiene la tarea de dar una buena apariencia a las personas muertas. Esto es un embellecimiento externo que no tiene nada que ver con la vida. Nuestra conducta o nuestra belleza exterior deben ser expresiones de la vida interior. La santificación que el Espíritu Santo efectúa no es algo exterior, sino que está exclusivamente relacionada con la vida interior.
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