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Visión celestial, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-0927-1
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CAPITULO TRES

LA VISION DEL CUERPO

Lectura bíblica: Ro. 12:1-2; 1 Co. 12:12-27; Ef. 4:16

Oración: “Señor, cuánto te agradecemos por esta hora preciosa en la que nos permites aprender la manera de practicar Tu recobro. Oh Señor, Tú sabes que nuestro corazón está lleno de gratitud por Tu misericordia y Tu gracia. Nos inclinamos ante Ti para confesar que aún somos pecadores, que todavía estamos en nuestra vieja naturaleza y que permanecemos demasiado en nuestro yo. ¡Cuán llenos estamos aún de afanes egoístas, de intereses propios y de preocupación por nosotros mismos! Señor, ¡cuánto necesitamos que nos laves! No tenemos mérito ni nada bueno en que apoyarnos. Pero tenemos Tu sangre como nuestra cubierta y apoyo. Señor, concédenos una palabra viva con la cual hablar acerca de Tu misterio, el Cuerpo de Cristo, y concédenos la gracia interior que requerimos para abordar este tema. ¡Cuánto te necesitamos como la gracia interior! Señor, atráenos a amarte. Atráenos a Ti, de tal manera, que seamos uno contigo y podamos ser edificados como Tu Cuerpo viviente. Señor, líbranos de tantos elementos que nos distraen y de aquello que nos estorba; y líbranos de nuestro yo, para que seamos uno en Espíritu. Señor, Tú sabes que somos débiles. Nos volvemos a Ti esperando Tu ayuda. Oramos en Tu precioso nombre”.

En este capítulo llegamos a la tercera visión, la visión del Cuerpo. Pero antes de examinar esta visión, repasemos lo que ya vimos con respecto a la visión de Cristo y de la iglesia.

DE LA TRADICION A LA VISION

Vimos que el servicio, la labor y el ministerio dignos de ofrecerse al Señor, provienen de haber recibido la visión celestial, y que no deberían ser algo tradicional, religioso ni natural. En el primer capítulo hicimos notar que en la primera etapa de la vida de Pablo, él llevó a cabo su servicio conforme a la tradición y a la religión, sin visión alguna. El tenía la confianza de estar sirviendo a Dios, pero realmente servía conforme a la letra, al conocimiento, a la enseñanza y a los preceptos del Antiguo Testamento. Pero después de haber recibido la visión celestial, su servicio, su labor y su ministerio pasaron del ámbito de la tradición al de la visión. Desde entonces, Pablo no sirvió conforme a las tradiciones de sus antepasados, ni según el conocimiento ni los preceptos; sino de acuerdo con la visión celestial, una visión viva y vigente. En Gálatas 2, vemos que Pablo subió a Jerusalén, no debido a alguna orden que recibiera, sino por revelación, dirigido por una visión. El había visto algo, y eso lo impulsó a subir a Jerusalén. En sus epístolas podemos ver que Pablo era una persona llena de visiones.

CAUTIVADOS POR LA VISION DE CRISTO

La primera de estas visiones es la visión de Cristo. Tener la visión de Cristo es ver que Cristo es la corporificación del Dios Triuno y el centro de todo lo relacionado con Dios. Cristo es el centro del plan de Dios, de Su propósito eterno. Cristo también es el centro de la obra de Dios, de la creación y de la redención. Además, El es el centro de todo lo que Dios planeó, así que Cristo debe tener la preeminencia en todo; debe ocupar el primer lugar en todas las cosas. Necesitamos aplicar este Cristo a nuestra vida, a nuestro ministerio y a nuestra vida de iglesia. Cristo debe ser la esencia y substancia de nuestro andar cristiano, y la realidad de nuestra obra, nuestro servicio y ministerio. Nuestro ministerio debe ser Cristo, debe estar lleno de El. Aún más, Cristo debe ser el contenido y la expresión de la vida de iglesia. La iglesia no debe expresar nada que no sea el Cristo que lo es todo. Necesitamos tal visión de Cristo.

A fin de recibir la visión de Cristo es necesario orar fervientemente. Probablemente requiera clamar al Señor diariamente, diciéndole: “Señor, revélame Tu persona; ¡que pueda ver! Señor, no sólo necesito conocer, sino también ver. Necesito que la visión de Tu persona deje una profunda impresión en mi ser”. Gradualmente una especie de velo le será quitado, y en su interior habrá una revelación íntima. Entonces, tal como sucedió con Pablo, algo “como escamas” (Hch. 9:18) caerá de sus ojos y podrá decir: “Anteriormente, sabía algo acerca de Cristo, pero no tenía la visión. ¡Mas ahora veo!” Antes tenía un velo sobre mis ojos, pero el velo ha sido quitado y la cortina ha sido descorrida. Esto es inefable, indescriptible; es necesario experimentarlo por uno mismo.

Podemos oír mensajes acerca de Cristo como la corporificación del Dios Triuno; de Cristo como el centro de todo lo relacionado con Dios; de Cristo como Aquel que ocupa el primer lugar en todo; o de Cristo como la esencia de nuestra vida cristiana; mensajes que presenten a Cristo como la realidad de nuestro servicio y como el contenido y expresión de la vida de iglesia. Podemos escuchar acerca de todas estas cosas sin ver absolutamente nada; pero un día, el velo nos es quitado y recibimos la visión de Cristo; entonces somos cautivados por ella. A partir de ese momento, sentimos la urgencia de ministrar a Cristo a los demás. Si hablamos de algo ajeno a Cristo, perderemos la unción interior. Pero, cuanto más hablemos de El, más disfrutaremos de dicha unción. Estaremos “cautivos” en Cristo, lejos del simple conocimiento, porque nuestros ojos habrán sido abiertos y habremos recibido la visión de Cristo.


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