Estudio más profundo en cuanto a la impartición divina, Unpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7461-3
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Hace más de veinte años, cuando por primera vez vine a los Estados Unidos, les dije a los hermanos que aun si Adán, nuestro antepasado, no hubiera caído ni nosotros hubiésemos pecado, de todos modos necesitaríamos ser regenerados. La razón de ello es que Dios deseaba tener muchos hijos que poseyeran Su vida y fueran Su expresión. Aunque Dios creó al hombre perfecto y sin tacha, Él mismo no había entrado en el hombre ni se había unido a él. Si el hombre fuese meramente perfecto mas no tuviera la vida de Dios dentro de sí, esto no satisfaría el anhelo de Dios. Cuando Dios creó al hombre, lo creó como un vaso. Pero el hombre era un vaso vacío. El propósito de Dios es llenar este vaso consigo mismo. Sin embargo, antes que Dios llenara al hombre, el hombre se contaminó y se corrompió. Por tanto, Dios intervino para redimir al hombre y limpiarlo. Pero esto es sólo el medio, y no la meta de Dios. El anhelo máximo de Dios es entrar en el hombre creado para ser su vida a fin de que el hombre gane a Dios, se una a Él y se mezcle con Él, de modo que lleve una vida que es el vivir de Dios. Con este propósito, Él primeramente se hizo hombre, es decir, Dios se “hombre-izó”; luego, Él nos hace aptos para participar de Su vida, y así hace que seamos “Dios-izados”. De esta manera, Él y nosotros llegamos a ser uno y compartimos un solo vivir.
Este concepto no se encuentra en el cristianismo. Aunque la Biblia en efecto contiene esta verdad, los que están en el cristianismo no han podido verla. Podemos comparar esto a cuando leemos un libro. Si hay palabras que no entendemos, no importa cuántas veces lo leamos, no podremos entender el verdadero significado del libro, y no nos preocupará conocer lo que ello implica. El propósito máximo de Dios es forjarse a Sí mismo en nosotros para ser nuestra vida y nuestro todo, a fin de que un día lleguemos a ser Él mismo. Sin embargo, esto no significa que podamos llegar a ser parte de la Deidad ni que lleguemos a ser iguales a Él en Su condición de único Dios. Debemos saber que pese a que hemos nacido de Dios y poseemos la vida de Dios, lo cual nos hace Sus hijos, Su casa y Su familia, no tenemos parte en Su soberanía ni en Su Persona, ni podemos ser adorados como Dios.
En la historia de la iglesia, a partir del siglo segundo, algunos de los padres de la iglesia que exponían la Biblia usaban el término deificación, que significa “hacer al hombre Dios”. Más tarde ellos experimentaron oposición y fueron considerados herejes. Pero Juan 1:12-13 dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio autoridad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. Nosotros los creyentes hemos sido engendrados de Dios. Lo que es nacido del hombre es hombre, y lo que es nacido de Dios debe de ser Dios. Nosotros hemos nacido de Dios; por lo tanto, en este sentido, somos Dios. No obstante, debemos entender que no tenemos parte en la persona de Dios ni podemos ser adorados. Sólo Dios mismo posee la persona de Dios y puede ser adorado por el hombre.
En el concepto tradicional del cristianismo, Dios quiere que nosotros, los que hemos sido salvos, seamos bondadosos, espirituales y santos, pero no existe el concepto de que Dios desea que seamos Dios-hombres. Cuando Dios se hizo carne y vino ala tierra, Él era tanto Dios como hombre, un maravilloso Dios-hombre, que poseía tanto divinidad como humanidad. En cuanto a nosotros, no sólo somos seres creados por Él, sino que Él ha sido engendrado en nosotros, de modo que cada uno de nosotros posee la vida y la naturaleza de Dios, por lo cual ahora somos hijos de Dios (2 P. 1:4). Por lo tanto, como personas que han sido engendradas de Dios, todos somos Dios-hombres.
Mi carga es mostrarles claramente que la economía y plan de Dios consiste en que Él se haga hombre y nos haga a nosotros, Sus criaturas, “Dios”, de modo que Él sea “hombre-izado” y nosotros seamos “Dios-izados”. Al final, Él y nosotros, y nosotros y Él, llegamos a ser Dios-hombres. Por lo tanto, no es suficiente que seamos hombres bondadosos, hombres espirituales u hombres santos. Esto no es lo que Dios busca; lo que Dios anhela hoy es obtener Dios-hombres. Dios no espera que mejoremos, porque lo que Él busca no es que seamos hombres buenos. Él quiere que seamos Dios-hombres. Él es nuestra vida y nuestro todo con el propósito de que nosotros lo expresemos y lo vivamos a Él.
Cuando Dios nos creó, nos creó a Su imagen y conforme a Su semejanza. Nosotros somos como una foto: tenemos la imagen de Dios, mas no Su vida. Pero después que somos regenerados, esta foto llega a ser la “verdadera” persona, que posee Su vida y naturaleza, y que es igual a Él. Él es Dios “hombre-izado”, y nosotros somos hombres “Dios-izados”. Al final, los dos llegamos a ser uno solo, pues llegamos a ser Dios-hombres. Ésta es la revelación divina hallada en la Biblia.
Por esta razón, debemos ejercitarnos para ser Dios-hombres. No tiene mucho valor que nos esforcemos por ser mejores personas. El propósito de Dios no es mejorar al hombre, sino engendrarlo. Dios nos engendró para que recibiéramos Su vida y Su naturaleza, y de ese modo creciéramos en Su vida. Cuando Dios crece en nosotros, nosotros crecemos (Col. 2:19). Si queremos que Dios crezca en nosotros, tenemos que ejercitar nuestro espíritu, pues toda cosa positiva que ocurre entre Dios y el hombre depende del espíritu. Cuanto más ejercitemos nuestro espíritu, más Dios operará y crecerá en nosotros. Como resultado de ello, nosotros creceremos hasta ser auténticos Dios-hombres. Esto es lo que Dios anhela.
(Mensaje dado por el hermano Witness Lee en Sibu, Malasia el 27 de octubre de 1990).
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