Experimentamos a Cristo como las ofrendas para presentarlo en las reuniones de la iglesiapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-1188-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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También en el día de Pentecostés fue un pueblo el que recibió la salvación, no individuos aislados. Según el principio de que la primera vez que se menciona algo en la Biblia establece la norma, el primer caso de la salvación, el día de Pentecostés, no presenta la salvación de unos individuos, sino de un grupo. Inmediatamente después de ser salvos, comenzaron a reunirse (Hch. 2:46-47). Si estudiamos detenidamente el libro de Hechos, veremos que todos los que fueron salvos el día de Pentecostés permanecieron juntos y se afianzaron mutuamente. El hecho de que no se separaban constituía un testimonio de victoria, el cual asustaba a la gente. En Hechos 5:13 descubrimos que los demás no se atrevían a juntarse con ellos. Recuerdo que cuando yo era niño, la primera vez que vi un ejército me asusté y no me atreví a acercármele, pues era un cuadro aterrador. Yo creo que la primera reunión de la iglesia, el día de Pentecostés, fue tremenda. En aquellos días ellos se reunían casi todo el día y todos los días; cada reunión era un testimonio de la victoria de Cristo sobre el enemigo, Satanás, sobre el mundo y sobre todos los demonios.
He aquí el primer aspecto de la nueva luz que recibimos acerca de las reuniones: la vida de reunión del pueblo de Dios empezó en Exodo. No pensemos que la vida de reuniones del pueblo de Dios empezó en Hechos. Lo que sucedió en Hechos fue la continuación de aquella reunión que empezó en Exodo muchos siglos antes. ¡Hasta el lugar de reuniones siguió siendo el mismo! En el Nuevo Testamento el pueblo de Dios se reunía en el mismo templo donde lo hacía en el Antiguo Testamento. La reunión en el templo era la continuación de la congregación de los hijos de Israel en el monte Sinaí. Técnicamente, el pueblo de Dios empezó a reunirse en el monte de Sinaí.
El segundo aspecto de la luz adicional es éste: la reunión del pueblo de Dios es un testimonio de la victoria que Cristo obtiene en el pueblo de Dios sobre el enemigo. Observemos la situación. Cuando los hijos de Israel se encontraban bajo la tiranía de Faraón en Egipto, no había salvación, ni victoria. Todos los hijos de Israel, el pueblo de Dios, fueron vencidos y capturados; sufrían bajo aquella tiranía. Pero el hecho de que se reunieran junto al monte Sinaí, fue la evidencia de la victoria sobre Faraón, sobre Egipto, sobre Satanás y sobre todos los demonios.
Hoy las reuniones de la iglesia son una demostración de la victoria de Cristo en todos nosotros sobre todos los demonios y sobre el diablo. Si Cristo no hubiera vencido a Satanás, nosotros no podríamos estar reunidos. Podríamos estar en la playa, en el cine o en algún bar o en el estadio. Cuando estábamos en estos lugares, éramos capturados y estábamos bajo la tiranía de Satanás. Hace sesenta años yo estaba en esa situación, pero ya no. ¡Aleluya! Ahora estoy en el monte Sinaí reunido con todos los santos. El hecho de que estemos reunidos es un testimonio de la victoria de Cristo.
A veces observo que algunos santos no van a las reuniones como cautivos que fueron liberados. Aunque algunos santos me aconsejaron no hablar demasiado de Elden Hall (el primer salón de reuniones de la iglesia en Los Angeles), no puedo dejar de hablar de los años 1969, 1970, 1971 y 1972. Cuando los santos venían a las reuniones, ¡se veía la victoria! Los santos venían a las reuniones con gritos de júbilo, con alabanzas, con cánticos, con exclamaciones de ¡aleluya!
Como era de esperarse, algunos vecinos se molestaron por los gritos y los cánticos, y se quejaron ante la policía, la cual les dijo que antes de que se estableciera la iglesia allí, esa área era terrible, pues hasta se habían cometido homicidios en plena calle. Pero desde que la iglesia se estableció, el área se convirtió en un lugar agradable. Entonces alentaron a los vecinos a llevarse bien con nosotros o a mudarse a otro lugar. Esto sucedió más de una vez.
Cerca de trescientos santos vivían alrededor del salón, y muchas más personas venían a las reuniones. En ese entonces las reuniones empezaron en los hogares. Todavía recuerdo que di un mensaje usando Salmos 122:1, donde dice: “Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos”. Recuerdo todavía las palabras de aliento que pronuncié: “¡No vengan solos a la reunión! ¡Vengan siempre con una multitud!” La palabra multitud se usa en Salmos 42:4, donde leemos: “Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; de cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios, entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta”. Alenté a los santos a ir a las reuniones acompañados, cantando, alabando, caminando y brincando, con regocijo y gritos de aleluya. Los santos lo hacían, y era maravilloso.
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