Pleno conocimiento de la Palabra de Dios, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-4719-8
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En cuanto al asunto de entender la Palabra de Dios, les he mencionado cuatro puntos. En primer lugar, debemos entender la Palabra de Dios literalmente. Segundo, si bien necesitamos usar nuestros ojos y nuestra mente para entender la Palabra literalmente, también debemos ejercitar nuestro espíritu para orar-leer la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es el pan de vida y la leche espiritual; además de esto es la exhalación de Dios. Puesto que es alimento, necesitamos comerla; puesto que es leche, necesitamos beberla; y puesto que es aliento, necesitamos inhalarla. Al orar-leer, podemos comer, beber y respirar. Esto es lo que les falta a muchos cristianos hoy en día. Ellos se fatigan mentalmente estudiando la letra de la Biblia, pero no usan su espíritu para orar-leer la Palabra de Dios. Es por esta razón que Jesús les dijo a los fariseos: “Escudriñáis las Escrituras [...] Pero no queréis venir a Mí para que tengáis vida” (Jn. 5:39-40). Una cosa es estudiar las Escrituras, y otra totalmente diferente es acudir al Señor mediante la oración para tocarlo y recibir Su vida. El problema general de los seminarios teológicos de hoy es que se da demasiada importancia al ejercicio de la mente para estudiar la letra de la Biblia de una manera doctrinal, y en consecuencia descuidan el uso del espíritu para orar-leer la Palabra.
Leí un libro acerca de una persona contemporánea de John Wesley llamado George Whitefield. Su predicación era aún más poderosa que la de Wesley. Puesto de rodillas, él solía leer con oración todo el Nuevo Testamento de principio a fin. En su biografía dice que cada vez que él predicaba el evangelio o ministraba la Palabra de Dios, pasaba un largo rato orando acerca de todo lo que iba a decir. ¡No es de extrañar que su predicación fuera tan llena de autoridad y poder! Un día, mientras daba un mensaje acerca del infierno, lo describió tan vívidamente que una persona de la congregación de repente se paró de su asiento y se fue corriendo hacia una enorme columna que estaba en ese salón de reunión. Él se aferró a ella y exclamó: “¡Oh, tengan cuidado, pues de lo contrario todos caeremos en el lago de fuego!”. La predicación de Whitefield fue tan poderosa que era como si estuviera presentando el lago de fuego delante de los ojos de la congregación.
Este asunto de orar-leer la Palabra de Dios no es una teoría. Nosotros leemos la Palabra con nuestros ojos y entendemos las letras con nuestra mente; después debemos usar nuestro espíritu para orar-leer la Palabra. Usted puede ensayar esto no sólo con los pasajes de la Biblia que contienen palabras que consuelan o iluminan; de hecho, si usted ora-lee unas cuantas veces la genealogía que aparece en el capítulo 1 de Mateo, en su interior sentirá que la unción lo está pintando, lo cual es semejante a cuando usted se toma una buena bebida y después se siente refrescado y vigorizado. Una vez alguien le dijo al hermano Nee: “No tengo buena memoria y suelo olvidar los versículos que acabo de leer. Siento como si estuviera perdiendo el tiempo. Lo que leo en la mañana, lo he olvidado en la noche. Creo que daría igual si dejara de leer la Biblia”. El hermano Nee le contestó: “No, hay una gran diferencia entre leer la Biblia y no leerla. Como podrá darse cuenta, esto es semejante a como se lava el arroz en una canasta de bambú, sumergiéndola una y otra vez en la laguna. Cuando la sumerge, ésta se llena de agua. Pero cuando la saca, se escurre toda el agua. No obstante, después que uno repite este proceso de sumergir y sacar la canasta unas ocho o diez veces, el arroz es lavado. De la misma manera usted lee la Biblia y ora un poco por la mañana al levantarse; pero más tarde, quizás dos horas después de estar trabajando, se olvida de todos los versículos que ha leído. Aunque es cierto que las palabras han escapado de su mente, la eficacia del lavamiento aún perdura”.
Por consiguiente, al leer la Biblia no necesitamos entenderla tan claramente en nuestra mente. Si ejercitamos demasiado la mente, eso podrá distorsionar el significado de la Biblia. Lo más importante es permitir que nuestro espíritu sea nutrido. Cada mañana debemos sumergirnos en el agua de la Palabra del Señor unas ocho o diez veces. Es posible que dos horas después volvamos a sentirnos secos. No obstante, aunque no hay más agua, tampoco habrá ninguna suciedad, pues hemos sido limpiados. Por consiguiente, cuando leamos la Palabra del Señor, después que hayamos usado nuestra mente para entenderla, en seguida debemos empezar a orar. No piensen que ustedes son muy listos y que pueden componer una oración por sí mismos. Permítanme decirles a ustedes jóvenes que la mejor manera de orar es que usen las palabras de la Biblia. Por ejemplo, podemos convertir en oración Mateo 1:1, diciendo: “¡Oh, Señor Jesús! Te adoro. Te amo, Hijo de Abraham. Oh, Señor Jesús, Tú eres el Hijo de Abraham. ¡Cuán precioso eres! Tú también eres el Hijo de David. ¡Oh, el Hijo de David! ¡Señor Jesús, Hijo de David! La genealogía de Jesucristo. Jesús, ¡este nombre es tan dulce! Oh, Cristo, ¡este nombre es tan elevado! Jesucristo. Jesucristo, amén. Jesús, amén. Cristo, amén. Jesucristo, amén”.
Hermanos y hermanas, la letra mata, mas el Espíritu vivifica. Tenemos que leer la letra, porque es así como la Biblia fue escrita, y también debemos usar nuestra mente para entender. Sin embargo, debemos convertir en oración la letra de la Biblia. Una vez que las convertimos en oración, las palabras de Dios llegan a ser espíritu y vida. Además de esto, debemos dar un paso adicional: después de haber entendido y orado con base en las palabras, debemos buscar la revelación de la vida para ir más allá de la letra.
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