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Mensajes para creyentes nuevos: Consagración #7por Watchman Nee

ISBN: 978-1-57593-447-1
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III. UNA PERSONA CONSAGRADA

Después de leer Exodo 28:1-2 y 29:1, 4, 9-10, vemos que la consagración es algo muy especial. Israel fue la nación escogida por Dios (Ex. 19:5-6), pero no llegó a ser una nación consagrada. Las tribus de Israel eran doce, pero no todas recibieron el servicio santo: sólo la tribu de Leví. Esta fue la tribu escogida por Dios (Nm. 3:11-13); sin embargo, no toda la tribu de Leví estaba consagrada, ya que entre los levitas, sólo se asignó el servicio santo a la casa de Aarón. El servicio santo no se le dio a todos los israelitas ni a todos los levitas; la casa de Aarón fue la única que recibió el servicio santo. Así que, para recibir la consagración, uno tenía que pertenecer a esta casa. Sólo los miembros de la casa de Aarón eran aptos para ser sacerdotes y para consagrarse.

Gracias a Dios que hoy nosotros somos los miembros de esta casa. Todo aquel que cree en el Señor es miembro de esta familia. Todo aquel que ha sido salvo por gracia es sacerdote (Ap. 1:5-6). Dios nos escogió para que fuésemos sacerdotes. Inicialmente sólo los miembros de la casa de Aarón podían consagrarse, y si alguien que no pertenecía a esta casa se acercaba, moría (Nm. 18:7). Debemos recordar que sólo pueden consagrarse aquellos que son escogidos por Dios como sacerdotes. Así que, Dios nos ha escogido para ser sacerdotes por ser miembros de esta casa y por eso estamos calificados para consagrarnos.

Vemos que el hombre no se consagra porque haya escogido a Dios, sino porque Dios, quien es el único que escoge lo ha llamado. Aquellos que piensan que le hacen un favor a Dios al dejarlo todo, son extranjeros y no se han consagrado. Debemos darnos cuenta de que nuestro servicio a Dios no es un favor que le hacemos a El ni una expresión de bondad para con El. Tampoco es un asunto de ofrecernos a la obra de Dios, sino que Dios ha sido benevolente con nosotros dándonos una porción en Su obra y dándonos el honor y el privilegio. Dice en la Biblia que las vestiduras sagradas de los sacerdotes les daban honra y hermosura (Ex. 28:2) y la consagración es la honra y la hermosura que Dios nos da; es el llamado que Dios nos hace a Su servicio. Si nos gloriamos por algo, debemos gloriarnos en el maravilloso Señor. Para el Señor no hay nada especial en tener siervos como nosotros, pero para nosotros lo más maravilloso es tener al Señor. Debemos ver que la consagración es el resultado de haber sido escogidos, y que servir a Dios es un honor. No estamos elevando a Dios como si estuviéramos sacrificando algo para El, o como si tuviéramos algo de que gloriarnos. La consagración consiste en que Dios nos conceda al honor de servirle. Debemos postrarnos ante El y decir: “Gracias Señor porque tengo parte en Tu servicio. Gracias porque entre tantas personas que hay en este mundo, me has escogido a mí como parte de este servicio”. La consagración es un honor, no un sacrificio. Es cierto que necesitamos sacrificarnos, pero al consagrarnos no lo sentimos como un sacrificio, sino que tenemos la sensación de la plenitud de la gloria de Dios.

IV. EL CAMINO HACIA LA CONSAGRACION

En Levítico 8:14-28 vemos un becerro, dos carneros y una cesta con panes sin levadura. El becerro se inmolaba como ofrenda por el pecado; el primer carnero, como holocausto; y el segundo carnero con el canastillo de los panes sin levadura, constituían la ofrenda de consagración.

A. La ofrenda por el pecado

Para recibir el servicio santo ante Dios, es decir, para consagrarse a Dios, primero tiene que hacerse propiciación por el pecado. Sólo una persona que es salva y pertenece al Señor, puede consagrarse. La base de la consagración es la ofrenda por el pecado.

B. El holocausto

Examinemos Levítico 8:18-28 muy cuidadosamente. Aquí tenemos dos carneros: un carnero se ofrecía como holocausto, y otro como ofrenda de consagración. Esto hacía que Aarón fuera apto para servir a Dios.

¿Qué es el holocausto? Es una ofrenda que debe ser consumida completamente por fuego; por lo tanto, el sacerdote no podía comer su carne. El problema de nuestro pecado se soluciona con la ofrenda por el pecado, pero el holocausto hace que Dios nos acepte. El Señor Jesús llevó nuestros pecados a la cruz. Esto se refiere a Su obra como la ofrenda por el pecado. Al mismo tiempo, mientras el Señor Jesús estaba en la cruz, el velo fue rasgado de arriba a abajo, y se nos abrió así el camino al Lugar Santísimo. Esta es Su obra como el holocausto. La ofrenda por el pecado y el holocausto empiezan en el mismo lugar, pero conducen a dos lugares distintos. Ambos empiezan donde se encuentra el pecador. La ofrenda por el pecado se detiene en la propiciación por el pecado, mientras que el holocausto hace al pecador acepto ante Dios en el Amado. Por tanto, es más importante que la ofrenda por el pecado. El holocausto es el agradable aroma del Señor Jesús ante Dios, que hace que Dios lo acepte. Cuando lo ofrecemos a El ante Dios, nosotros también somos aceptados. No sólo somos perdonados mediante la ofrenda por el pecado, sino que también somos aceptados mediante el Señor Jesús.


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