Estudio-vida de Colosensespor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-0342-2
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El hecho de atesorar esperanza en los cielos equivale al hecho de vivir a Cristo y tomarlo como nuestra persona. Colosenses 3:4 es el único versículo en la Biblia que dice que Cristo es nuestra vida. En Juan 14:6 el Señor Jesús dice: “Yo soy ... la vida”, pero en Colosenses 3:4 Pablo dice que Cristo es “nuestra vida”. Ésta es una expresión muy subjetiva. Ya que Cristo es nuestra vida, tenemos que vivir por Él; es así como atesoramos una esperanza para nosotros en los cielos. Esto es lo que significa amar a todos los santos a causa de la esperanza que nos está guardada en los cielos.
En 1:5 Pablo añade: “De la cual antes oísteis en la palabra de la verdad del evangelio”. La verdad del evangelio se refiere a la realidad, los hechos reales, y no la doctrina del evangelio. “La palabra”, no la verdad, puede ser considerada como la doctrina del evangelio. Pero en nuestra predicación del evangelio no sólo debe estar presente la palabra del evangelio, sino también la verdad del evangelio, que es Cristo mismo. Cristo, la realidad del evangelio, debe ser la realidad de nuestra predicación.
Sin embargo, en la predicación del evangelio, muchas veces sólo se trasmite la palabra, quizás la palabra persuasiva o elocuente, pero sin realidad. Esto quiere decir que Cristo no es ministrado como realidad a los oyentes. Pero nuestra predicación del evangelio debe ser diferente. Aunque no seamos muy elocuentes, los que escuchan deben percibir que la realidad de Cristo se está infundiendo en ellos. Al escuchar tal predicación, los oyentes serán empapados de Cristo como su realidad.
Debemos decirle al Señor en oración que no nos interesa el conocimiento en letras, sino Su presencia, y que deseamos que Él se infunda en nosotros y nos sature de Sí mismo. Lo que queremos es estar bajo Su resplandor celestial; cuanto más permanezcamos bajo Su resplandor, más Su realidad saturará e impregnará nuestro ser. Ésta es la verdad, la cual es Cristo mismo.
Los colosenses habían oído la palabra de la verdad del evangelio, o sea, la realidad misma del evangelio. Debido a esto, ellos podían atesorar para sí una esperanza en los cielos al vivir a Cristo, amando a los santos. Debido a que tomaban a Cristo como su vida, ellos podían amar a aquellos que, humanamente, les era imposible amar. Puesto que disfrutaban a Cristo como vida al absorberle como la verdad del evangelio, ellos podían experimentarlo como su esperanza. Por lo tanto, en estos versículos, tanto la esperanza como la verdad son el propio Cristo a quien experimentamos subjetivamente.
El versículo 6 añade: “Que ha llegado a vosotros, así como a todo el mundo, y lleva fruto y crece también en vosotros, desde el día que oísteis y conocisteis la gracia de Dios en verdad”. El amor por los santos es el fruto producido por el evangelio. Cuando el evangelio es predicado en su realidad, lleva fruto. En aquellos que lo reciben, produce amor hacia todos los creyentes.
La iglesia en Colosas estaba compuesta tanto de judíos como de gentiles. Era común que los judíos y los gentiles se despreciaran y se odiaran mutuamente. No obstante, después de creer en el Señor Jesús, los creyentes judíos y los creyentes gentiles de Calosas llegaron a amarse los unos a los otros. Aunque tal amor era humanamente imposible, éste fue el fruto del evangelio. El evangelio que crece y lleva fruto es Cristo mismo. Esto indica que en realidad era Cristo quien estaba creciendo en los colosenses desde el día en que ellos empezaron a oír la palabra de la verdad del evangelio.
En este versículo, Pablo dice que los colosenses conocieron la gracia de Dios en verdad. [Según el griego, la palabra “conocisteis” denota un conocimiento pleno]. Por tanto, conocer la gracia de Dios en este contexto es conocerla plenamente, y no en parte. La gracia de Dios equivale a lo que Dios es para nosotros y lo que Él nos da en Cristo (Jn. 1:17; 1 Co. 15:10). De hecho, la gracia es Cristo mismo. En el primer capítulo del Evangelio de Juan se nos dice que el Verbo que estaba con Dios y que era Dios, se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros, lleno de gracia y de verdad (vs. 1, 14). Además, de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia (v. 16). Aquí la palabra “verdad” significa realidad. Conocer la gracia de Dios en verdad es conocerla por experiencia, en su realidad, y no sólo mentalmente, en palabras o doctrinas. La verdad es Cristo como realidad, y la gracia es Cristo como nuestro deleite. Al experimentar y disfrutar a Cristo, el Cristo que es la verdad llega a ser nuestra gracia. El evangelio crece en nosotros y lleva fruto a medida que disfrutamos a Cristo y lo experimentamos como nuestra gracia.
En estos versículos vemos cuánto Cristo representa para nosotros: Él es nuestra esperanza, nuestra verdad, nuestra realidad y nuestra gracia. Sólo cuando Cristo llega a ser gracia para nosotros es que podemos disfrutarlo y experimentarlo. Cuanto más disfrutamos y experimentamos a Cristo, más crecemos en Él, llevamos fruto, vivimos por Él y atesoramos una esperanza para nosotros en los cielos.
La expresión “en verdad” puede considerarse un adverbio que modifica al predicado “conocisteis” o un adjetivo que modifica al sustantivo gracia. La gracia de Dios es en verdad, es decir, en realidad, y no simplemente en doctrina o en conocimiento. Cuando escuchamos los mensajes dados en el recobro del Señor, muchas veces disfrutamos la gracia en realidad. Mediante el ministerio de la Palabra, la gracia en realidad se infunde en nosotros. Dicha gracia es sólida y sustancial; es por eso que podemos probarla, disfrutarla y vivir por ella.
Si consideramos la frase “en verdad” como un adverbio que modifica al predicado “conocisteis”, vemos que nuestro conocimiento de la gracia no debe ser simplemente en doctrina, sino en realidad. En otras palabras, el conocimiento que obtenemos de Cristo como gracia debe ser en realidad. Por medio del evangelio, Cristo es transmitido a nosotros y se infunde en nosotros como verdad y como gracia; así, obtenemos a Cristo como nuestra realidad, la cual a la vez es nuestro deleite. Al vivir por el Cristo que experimentamos como verdad y gracia, atesoramos para nosotros una esperanza en los cielos.
En el versículo 7 Pablo dice: “Como lo habéis aprendido de Epafras, nuestro consiervo amado, que es un fiel ministro de Cristo a favor vuestro”. Aquí Pablo declara que Epafras era un ministro de Cristo. Un ministro de Cristo no es solamente un siervo de Cristo, uno que sirve a Cristo, sino alguien que sirve a otros ministrándoles a Cristo.
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