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Arbol de la vida, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-1-57593-813-4
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Actualmente disponible en: Capítulo 4 de 16 Sección 4 de 4

EL DISFRUTE Y LA EXPERIENCIA DE CRISTO

El sistema religioso de hoy nos ha distraído del disfrute de Cristo. La religión tiene enseñanzas, reglas y ritos con los cuales adorar y servir a Dios. Las enseñanzas de la religión tratan de cómo calibrar el carácter de una persona y cómo mejorar su conducta. En el cristianismo de hoy hay muchas enseñanzas y muchos dones, pero lo triste es que hayan pasado por alto el pensamiento central de Dios revelado en las Escrituras y aun lo hayan perdido. El pensamiento central de Dios consiste en que Dios quiere ser nuestro disfrute. Tenemos que participar de El y disfrutarle, no sólo debemos conocerle con cierta cantidad de conocimiento objetivo, sino que debemos conocerle en nuestra experiencia subjetiva. Tenemos que probarle como David nos manda en Salmos 34:8: “Gustad, y ved que es bueno Jehová”. En el salmo 36 se nos dice que necesitamos saciarnos abundantemente de la grosura de la casa del Señor, disfrutando el manantial de la vida en la luz del Señor. Esto describe el disfrute y la experiencia que tenemos del Señor mismo. No es suficiente obtener algún conocimiento objetivo acerca del Señor y aprender muchas doctrinas y enseñanzas con respecto a El. Debemos experimentarle y gustarle.

La que buscaba en Cantar de Cantares dijo: “Como el manzano entre los árboles silvestres, así es mi amado entre los jóvenes; bajo la sombra del deseado me senté, y su fruto fue dulce a mi paladar” (2:3). Esto indica cuán precioso es el Señor para la que le busca. El es como el manzano que provee de sombra y del rico fruto a la que le busca. Podemos descansar bajo Su sombra y disfrutar Su fruto, el cual es todas Sus riquezas disponibles para nosotros. El fin del manzano no es el estudio científico de la que le busca, sino proveerle manera de descansar bajo su sombra y de disfrutar su fruto. Necesitamos experimentar y disfrutar al Señor de semejante manera.

Por muchos años he recibido las enseñanzas, la ayuda y aun la fortaleza para disfrutar al Señor de tal manera. Es por esto que no debemos centrarnos en las doctrinas, en las enseñanzas ni en los dones, sino que debemos concentrar todo nuestro ser en el Señor mismo. Debemos aprender a disfrutarle, tocarle, comerle y participar de El. El Señor dijo: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí” (Jn. 6:57). Tenemos que aprender a conocer al Señor en nuestra experiencia, día tras día gustándole y saciándonos de El. Necesitamos saciarnos de la grosura de Su casa, y ser saturados e impregnados con Su dulzura.

EL RESULTADO DE DISFRUTAR AL SEÑOR

Si disfrutamos al Señor de esta manera, este disfrute creará un hambre profunda en nosotros por el deseo del corazón del Señor, es decir, Su morada. Este disfrute nos incitará a orar: “Señor, llévame a la plena experiencia de la vida de iglesia. Guárdame en Tus atrios y en Tu casa todos los días de mi vida”. El disfrute del Señor le introducirá a usted en la vida de iglesia, y ésta hará que le disfrute aún más como el manantial de la vida y como la fuente de la luz. A veces la gente nos preguntaba de dónde viene la luz que hemos recibido. Querían saber cuáles son los libros que hemos estudiado para poder sacar esta luz de la Palabra. En realidad, la luz que hemos recibido es el propio Señor viviente en la iglesia. En la iglesia la Biblia está abierta. La iglesia está tipificada por el tabernáculo. Dentro del tabernáculo está la mesa del pan de la proposición, la cual es la fuente, el manantial, de la vida, y el candelero, el cual es la fuente de la luz. La vida y la luz están en la casa del Señor, en la iglesia, el edificio de Dios. Esta vida y esta luz son inagotables en la iglesia. En la casa del Señor hay luz en abundancia, como dijo el salmista: “En tu luz veremos la luz” (36:9).

El disfrute del árbol de la vida da por resultado el tabernáculo, la casa del Señor. Si le disfrutamos de una manera viviente y real como árbol de la vida, tendremos el tabernáculo y estaremos en la casa del Señor. En ese momento podremos decir que estamos saciados de la grosura de la casa del Señor. Le disfrutaremos como el manantial de la vida y como la fuente de la luz. Sólo desearemos morar en Su casa todos los días de nuestra vida y comprenderemos plenamente que un día en Sus atrios es mejor que mil. Seremos como el gorrión que halla casa y la golondrina que encuentra nido para sus polluelos en los altares de la casa (Sal. 84:3). La vida de iglesia será nuestro lugar de reposo y un nido donde podemos cuidar a los que hemos traído al Señor. Damos gracias y alabanzas al Señor por la grosura de Su casa.


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