Experiencia que tienen los creyentes de la transformación, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7157-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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La Epístola de Pablo a los Romanos se puede dividir en varias secciones. La primera sección abarca del capítulo 1 al 5:11. La segunda sección abarca del 5:12 al final del capítulo 8. La tercera sección abarca del capítulo 9 al capítulo 11. La cuarta sección abarca del capítulo 12 hasta el final del libro. Las primeras dos secciones tratan sobre la necesidad que tiene el hombre de la redención de Dios y de la liberación por medio de Cristo, respectivamente, y la tercera sección habla de la gracia divina en la elección de Dios. La cuarta sección nos dice cómo debemos actuar de acuerdo a nuestra redención y liberación.
La primera sección de Romanos habla de la redención de Dios, y la segunda trata de la liberación efectuada por Dios en Cristo. Tenemos que ver cuál es la diferencia entre la redención y la liberación. La redención es algo que Dios en Cristo hace por nosotros, pero que está fuera de nosotros. Por otra parte, la liberación es algo que Dios logra en Cristo, no sólo por nosotros, sino también dentro de nosotros. Por lo tanto, la redención es objetiva, mientras que la liberación es subjetiva.
Dios efectuó la redención y nos libera, debido a que tenemos dos grandes problemas. Primero, tenemos muchos pecados, esto es, actos pecaminosos, delante de Dios. Como consecuencia de haber cometido esos pecados, estamos condenados por Dios conforme a Su ley santa y justa (cfr. Ro. 3:23). No obstante, nuestros actos pecaminosos no es el único problema que tenemos delante de Dios. El otro problema es que somos pecadores con una naturaleza pecaminosa. No sólo cometemos pecados, sino que nosotros mismos poseemos una naturaleza pecaminosa, y por tanto somos pecadores. Dado que tenemos estos dos grandes problemas, Dios tuvo que hacer dos cosas por nosotros. Primero, Él tuvo que redimirnos de la ley; Él tenía que hacer esto por nosotros para que los requisitos de Su ley justa y santa fuesen satisfechos y así pudiese liberarnos de la ley. Dios en Cristo efectuó la redención en la cruz. En la cruz Cristo cargó todos nuestros pecados y murió por nosotros. Todos los requisitos de la ley de Dios fueron satisfechos por la muerte redentora de Cristo (Mt. 5:17; Ro. 10:4; He. 9:14; 1 P. 1:19). Gracias a la muerte redentora de Cristo, hemos sido redimidos y liberados de la condenación de la justa y santa ley de Dios (Gá. 4:5). Cuando oímos estas buenas nuevas, el Espíritu Santo operó en nuestro interior e impartió fe dentro de nosotros, haciendo que creyéramos en la muerte redentora de Cristo y recibiéramos a Cristo como nuestro Salvador (Ro. 10:17, 14). Cuando creímos en Cristo, fuimos justificados por Dios (Hch. 13:39) mediante la fe en el Señor Jesucristo, quien murió por nosotros en la cruz para redimirnos de la condenación de la ley de Dios. Ya no estamos bajo la condenación de Dios; hemos sido justificados por Dios (Ro. 5:18). Esto es la redención (3:24; 5:1).
Hemos sido justificados por Dios, y por lo tanto ya no estamos bajo la condenación de Dios en conformidad con Su justa y santa ley. Aun cuando el problema de nuestros pecados ha sido resuelto, tenemos un segundo problema: poseemos la naturaleza pecaminosa. Y a fin de librarnos de nuestra naturaleza pecaminosa, Dios tiene que hacer algo adicional. No es suficiente que Él nos redima; Él también tiene que librarnos en Cristo de nuestra naturaleza pecaminosa. Mientras que Su redención es objetiva para nosotros, en nuestra experiencia la liberación que Él nos da es subjetiva y mucho más vital e importante para nosotros. Supongamos que no hubiese liberación con la redención que Dios efectúa. Si Dios sólo efectuara la redención, no podríamos ser librados nunca de la naturaleza pecaminosa que está dentro de nosotros. Aunque podríamos ser justificados por Dios, jamás podríamos ser conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios (8:29). Por esta razón, no solo tenemos que ser redimidos, y así rescatados de la condenación de la justa ley de Dios; también tenemos que ser librados de nuestra naturaleza pecaminosa, nuestro hombre natural, y ser conformados a la imagen de Cristo.
La segunda sección de Romanos nos presenta cuatro figuras muy importantes. La primera figura es Adán, quién es presentado en Romanos 5, especialmente a partir del versículo 12. El capítulo 6 presenta la segunda figura, Cristo. La tercera figura, presentada en el capítulo 7, es la carne. La cuarta figura es el Espíritu, a quien vemos en el capítulo 8. Si anteponemos la preposición en a cada una de estas figuras, tenemos cuatro “en”, los cuales podemos considerar como los cuatro subtítulos de estos cuatro capítulos en el libro de Romanos: “en Adán” (cap. 5), “en Cristo” (cap. 6), “en la carne” (cap. 7) y “en el Espíritu” (cap. 8). Estas cuatro figuras también forman dos pares, los cuales se oponen uno al otro: Cristo es contrario a Adán, y el Espíritu es contrario a la carne. Cristo resuelve el problema de Adán, y el Espíritu es el único que puede resolver el problema de la carne.
¿Qué tiene que ver la carne con Adán, y qué tiene que ver el Espíritu con Cristo? Podemos comenzar a contestar estas preguntas haciendo otras dos preguntas: ¿Dónde está Adán hoy, y dónde está Cristo hoy? Estas preguntas deberían hacer que comencemos a entender que la carne guarda cierta relación con Adán y que el Espíritu guarda cierta relación con Cristo. Adán está en la carne, y la carne es la expresión, el vivir mismo, de Adán. En otras palabras, la carne es la realidad de Adán que expresamos en nuestro vivir. De igual manera, Cristo está en el Espíritu Santo, y el Espíritu es la manifestación de Cristo. Dicho de otro modo, el Espíritu es la realidad de Cristo que se manifiesta, que se expresa en nuestro vivir, por medio de nosotros y a través de nosotros. Por lo tanto, la realidad del quinto capítulo de Romanos se halla en el séptimo, y la realidad del sexto capítulo se halla en el octavo. Romanos 5 hace un relato del Adán pecaminoso, pero a fin de ver la realidad y el vivir de Adán necesitamos leer el capítulo 7. De la misma manera, aunque Romanos 6 nos da un relato acerca de Cristo, necesitamos ir al octavo capítulo para descubrir la realidad de Cristo, la cual es el Espíritu. Por consiguiente, la realidad de Adán está en la carne, mientras que la realidad de Cristo está en el Espíritu.
Cuanto más vivimos en la carne, más manifestaremos a Adán. Si vemos que una persona vive en la carne desde la mañana hasta la noche, realmente estamos viendo a Adán desde la mañana hasta la noche, por cuanto vivir en la carne equivale a manifestar a Adán. Del mismo modo, cuanto más vivimos en el Espíritu, más expresamos y manifestamos a Cristo. Si vivimos en el Espíritu, la gente verá a Cristo en nosotros y sobre nosotros. En principio, si sencillamente vivimos en el Espíritu Santo, seremos conformados a la imagen de Cristo, transformados en la semejanza de Cristo, y manifestaremos a Cristo en nuestra vida diaria (Ro. 8:29; 2 Co. 3:18; Fil. 1:20).
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