Base para la obra edificadora de Dios, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7268-8
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Prosigamos leyendo los versículos del 21 al 23 del capítulo 14: “El que tiene Mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por Mi Padre, y Yo le amaré, y me manifestaré a él. Le dijo Judas (no el Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo? Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. La palabra traducida “morada” aquí y “moradas” en el versículo 2 —“En la casa de Mi Padre muchas moradas hay”— son la misma palabra griega. En el versículo 2 está en plural, mientras que aquí está en singular. Así que, al llegar aquí ustedes pueden comprender que las moradas mencionadas en el versículo 2 se refieren a un grupo de personas que aman al Señor, tienen comunión con el Señor y viven en el Señor, y a quienes el Señor se manifiesta, como vemos en los versículos del 21 al 23. Las moradas del versículo 2 no pueden referirse a otra entidad —el cielo— porque se mencionan nuevamente en el mismo capítulo de la Biblia y en el mismo mensaje dado por el Señor Jesús. Por lo tanto, podemos afirmar con certeza que las moradas no se refieren a un lugar, sino a personas. Las moradas son el grupo de personas que creen en el Señor, aman al Señor, tienen comunión con el Señor, viven en el Señor y permiten que el Señor se manifieste a ellas y more junto con ellas. Este grupo de personas equivale a las muchas moradas de la casa del Padre.
Prosigamos nuestra lectura. “Respondió Jesús y le dijo: [...] El que no me ama, no guarda Mis palabras; y la palabra que habéis oído no es Mía, sino del Padre que me envió. Os he dicho estas cosas mientras permanezco con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en Mi nombre, Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que Yo os he dicho. La paz os dejo, Mi paz os doy; Yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. Habéis oído que Yo os he dicho: Voy, y vengo a vosotros. [Ésta es la tercera vez que el Señor dijo que Su ida era Su venida]. Si me amarais, os habríais regocijado, porque voy al Padre; porque el Padre mayor es que Yo. Y ahora os lo he dicho antes que suceda, para que cuando suceda, creáis” (vs. 23-29).
Hermanos y hermanas, permítanme preguntarles, según el contexto, ¿qué era lo que sucedería cuando el Señor dijo: “Para que cuando suceda, creáis”? ¿Será que el Señor iba a ascender al cielo? No, si ustedes leen del capítulo 14 al capítulo 20, verán que el Señor se estaba refiriendo a que sería resucitado de los muertos para introducir al hombre en Dios y para introducirse a Sí mismo en el hombre. Cuando esto sucediera, los discípulos creerían.
Leamos ahora los versículos 30 y 31: “No hablaré ya mucho con vosotros: porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en Mí. Mas esto es para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago. Levantaos, vamos de aquí”.
A estas alturas creo que han entendido las palabras de Juan 14. Prosigamos a leer el capítulo 15, que viene inmediatamente después del capítulo 14. “Yo soy la vid verdadera, y Mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en Mí no lleva fruto, lo quita; y todo aquel que lleva fruto, lo poda, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en Mí, y Yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en Mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de Mí nada podéis hacer” (vs. 1-5).
Puesto que el capítulo 14 ya nos dice que un día algo particular sucedería —que el Señor resucitaría de los muertos y nos introduciría en Dios, y que Él mismo también moraría en nosotros—, en el capítulo 15 se presenta el hecho de la unión de la vid y los pámpanos. El hecho de que podamos permanecer en el Señor y que el Señor pueda permanecer en nosotros, para que Él y nosotros podamos obtener una morada mutua es enteramente el resultado de la ida y venida del Señor, esto es, de Su muerte y resurrección mencionadas en el capítulo 14. Sin los acontecimientos del capítulo 14, no podemos tener el hecho que se presenta en el capítulo 15. El hecho presentado en Juan 15 es que nosotros permanecemos en el Señor y el Señor permanece en nosotros. Nuestra unión y mezcla con el Señor es igual a la de los pámpanos y la vid. Esta unión hace posible que Dios y el hombre obtengan una morada mutua y, de ese modo, se realiza el edificio de Dios.
Es por ello que repetidas veces he dicho que en el capítulo 14 la casa del Padre no se refiere al cielo, y que las muchas moradas no se refieren a muchos cuartos en el cielo. La casa del Padre se refiere al edificio de Dios en el universo, y las muchas moradas son aquellos que están mezclados con Dios y que permanecen en Dios. Todo aquel que se mezcla con Dios y permanece en Dios es una morada en la cual habita Dios. Al mismo tiempo, Dios es la morada de ellos porque ellos moran en Dios. Es sólo cuando llegamos al capítulo 15 que encontramos una expresión que alude a este morar mutuo: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros” (v. 4).
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