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Sacerdotes neotestamentarios del evangelio, Lospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3970-4
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Actualmente disponible en: Capítulo 4 de 11 Sección 2 de 5

EL MAYOR GOZO DE LOS CRISTIANOS ES PREDICAR
EL EVANGELIO Y SALVAR A LOS PECADORES

Cristo es la simiente de la mujer que hirió la cabeza de la serpiente. Él es también la simiente de Abraham que cumplió la redención divina y otorgó a todos los que creen y son salvos la bendición de la redención divina, a saber, el Espíritu todo-inclusivo del Dios Triuno (Gá. 3:14). Más aún, este Espíritu, que es el Espíritu todo-inclusivo, es la bendición única que recibimos en la redención de Dios. El Espíritu es tipificado por la tierra de Canaán, y en este Espíritu disfrutamos a Cristo como el todo y recibimos esta bendición.

Alabado sea el Señor porque Cristo vino y ha cumplido todo. Dios no desea simplemente que nosotros, los que somos salvos, lo disfrutemos, sino que también nos está enviando para salvar a los pecadores a fin de que ellos crean en Cristo y sean bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. De este modo, ellos también podrán disfrutar esta bendición. Nosotros, los que hemos sido salvos, no estamos más en Adán ni en nosotros mismos, sino en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ahora, éste es nuestro estatus.

También debemos comprender que el Señor determinó que todos fuésemos sacerdotes. Debemos predicar el evangelio a los pecadores, salvándolos en Cristo y bautizándolos en el Dios Triuno. Cada vez que bautizamos a una persona, estamos ofreciendo un tesoro sobre el altar. Un pecador es un tesoro que ofrecemos, y diez pecadores son diez tesoros que ofrecemos. Todos los cristianos saben que no hay mayor gozo que predicar el evangelio y salvar a los pecadores. La única manera en que una iglesia puede ser viviente, vivificada y avivada, es que sea una iglesia que predica el evangelio.

Si una iglesia tiene ocho años de haber sido establecida y no ha salvado a nadie, sino que, en lugar de ello, todos los miembros se ven las mismas caras una y otra vez, definitivamente no habrá gozo. Pero si una iglesia tiene caras nuevas y especialmente si las personas nuevas se levantan para hablar unas palabras, aunque lo que digan no sea muy bueno, todos se sentirán muy contentos. Por lo tanto, si no salvamos a los pecadores, nos será difícil estar gozosos. Asimismo, si una iglesia no predica el evangelio para salvar a los pecadores, le será difícil tener gozo.

Cuando salvamos a los pecadores y los bautizamos, desde la perspectiva humana, estamos sumergiéndolos en el agua; pero según la perspectiva divina, somos sacerdotes que están “sacerdotando” estas ofrendas a Dios. Todos los que han hecho esto saben del gozo que se siente cuando una persona sube del agua. Nuestro gozo es eufórico. Sentimos como si hubiésemos sido arrebatados. En realidad, esto se debe a que Dios se regocija. En Lucas 15 el Señor nos habla en parábola, diciendo: “¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla?” (v. 4). Cuando la oveja es encontrada, los ángeles en el cielo se regocijan por ello (v. 7). Esto es lo que se describe en Himnos, #489: “Los ángeles con su cantar hacen los cielos resonar” (estrofa 1). Si un pecador no fuese un tesoro, ¿qué razón tendrían los ángeles para regocijarse cuando es salvo? El escritor de este himno conocía el corazón de Dios y lo escribió de una manera precisa.

Es preciso que veamos que éste es un asunto que nos trae sumo gozo y euforia, y que es una orden supremamente gloriosa. Todos tenemos que salir y conducir a los pecadores a la salvación para que lleguen a ser en Cristo ofrendas que son ofrecidas a Dios.

TODOS NECESITAMOS SER RECOBRADOS
A FIN DE PREDICAR EL EVANGELIO
Y SERVIR COMO SACERDOTES DEL EVANGELIO

Es importante que comprendamos que el cristianismo actual se ha degradado, que se ha apartado del camino ordenado por Dios. Por ejemplo, las reuniones de una campaña evangélica, en las que un sólo orador habla y los demás escuchan, han anulado en todos los santos la función de predicar el evangelio. Aunque los santos todavía están dispuestos a participar en la obra del evangelio, no pueden predicar ni tampoco tienen la oportunidad de hacerlo; en vez de ello, lo único que hacen es participar en algunos servicios levíticos, tales como acomodar las sillas, limpiar las ventanas, aspirar las alfombras e invitar a las personas a que vengan a nuestro banquete de amor. Finalmente, nadie es capaz de predicar el evangelio. Todo depende de un solo orador. El resto solamente escucha. Esto definitivamente está mal.

Cuanto más habla el orador, menos son capaces de hablar los santos. Después de diez años, todos se habrán vuelto personas mudas. Si una persona se tapa los ojos por cinco años, quedará ciega. Después de que un niño nace, si no dice un palabra en diez años, sus padres lo considerarán mudo. Si hemos estado predicando el evangelio en un lugar por diez años y hemos salvado a cien o doscientas personas, pero no hemos logrado perfeccionar a nadie para que lleguen a ser sacerdotes del evangelio, habremos destruido la función orgánica de los santos.

La manera que Dios ha ordenado hoy en día concuerda con el sacerdocio universal del Nuevo Testamento. Si lo primero no concuerda con lo segundo, el sacerdocio universal jamás podrá llevarse a cabo, pues no todos predicarán el evangelio y, por tanto, la economía neotestamentaria de Dios no se cumplirá. El cristianismo adora al Dios verdadero, pero ha destruido al adorador. Aunque hace algo que es correcto, lo hace con el método equivocado. Un ejemplo de esto es la predicación del evangelio de un solo hombre mientras los demás escuchan. Muchas de las actividades que se realizan en el cristianismo pueden resumirse en la siguiente frase: “tienen la meta correcta, pero los métodos equivocados”. Al final, se comete un grave error: se han matado todas las funciones orgánicas de los santos. Por consiguiente, debemos urgentemente seguir este nuevo camino y recobrar el que todos los santos prediquen el evangelio y sean sacerdotes del evangelio.


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