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Solo Cuerpo, un solo Espíritu, y un solo y nuevo hombre, Unpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4289-6
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Actualmente disponible en: Capítulo 2 de 10 Sección 2 de 3

NO EL HOMBRE NATURAL,
SINO EL HOMBRE QUE HA SIDO
RECONSTITUIDO CON CRISTO

Alguien podría decir: “Puesto que soy un creyente, soy un miembro de Cristo”. En un sentido general es cierto. Sin embargo, hablando con propiedad, usted, como un hombre natural, no es un miembro de Cristo. Es sólo cuando la vida de Cristo, la naturaleza de Cristo y el todo de Cristo entra en su ser para regenerarlo y reconstituirlo, que usted llega a ser un miembro de Cristo. Originalmente, usted era completamente una persona natural y no era en absoluto un miembro de Cristo. A fin de ser un miembro de Cristo usted necesita ser reconstituido. ¿Cómo puede ser reconstituido? Cristo tiene que entrar en usted para regenerarlo, y luego continuar entrando en usted, impartiendo Su elemento en usted, a fin de forjarse en su constitución. Como resultado, todo su ser, por dentro y por fuera, pasará por un proceso de completa reconstitución, de tal modo que usted dejará de ser lo que era originalmente, y vendrá a ser una persona regenerada y transformada. Únicamente esta persona regenerada y transformada podrá ser un miembro de Cristo.

El Cuerpo de Cristo es la plenitud de Cristo, y la plenitud de Cristo se produce cuando las riquezas de Cristo que hemos disfrutado son constituidas en nuestro ser. En ese momento Sus riquezas dejan de ser objetivas y llegan a ser subjetivas para nosotros. Las riquezas objetivas se convierten en la plenitud subjetiva; éste es el Cuerpo de Cristo. El Cuerpo es esta plenitud. Por lo tanto, Colosenses 3 y Gálatas 3 dicen que en este Cuerpo no hay judío ni griego.

Supongamos que aquí hay un judío, y también un griego, un gentil. El judío nació judío y el griego nació griego; pero puesto que los dos han creído en el Señor Jesús, sus pecados han sido perdonados, y ahora son salvos. Sin embargo, la persona que ellos eran originalmente como judío o griego sigue intacta, de modo que el uno sigue siendo judío y el otro sigue siendo griego. Cuando ellos se reúnen, ¿podríamos decir que no hay judío ni griego? No, no podríamos decir esto porque tanto el judío como el griego siguen allí presentes.

Cuando aún era joven, leí Colosenses 3 y Gálatas 3, que dicen que no hay judío ni griego, y me dije a mí mismo: “¿Cómo puede ser esto? Yo soy un chino que ha creído en Jesús, y he sido salvo por cuatro o cinco años; ¿cómo podría decir que no soy chino? ¡Ciertamente sigo siendo chino!”. Sin embargo, poco a poco fui entendiendo y comprendiendo que cada uno de los que hemos sido salvos tenemos un estatus doble: un estatus externo que es nuestro estatus viejo y el estatus interno que es nuestro estatus nuevo. Según nuestro estatus externo, algunos de nosotros somos chinos, alemanes, británicos, estadounidenses e incluso hay algunos que son judíos. En nuestro hombre natural definitivamente somos estas clases de personas. Si al reunirnos todos seguimos viviendo en nuestro hombre natural, ¿podríamos acaso afirmar que éste es el Cuerpo de Cristo? Por supuesto que no, porque en el Cuerpo de Cristo no hay judío ni griego.

Hoy en día debemos conocer la revelación de Dios a tal grado que veamos que la iglesia es el Cuerpo de Cristo y que este Cuerpo no es nuestro hombre natural. Nuestro hombre natural no es un constituyente de este Cuerpo. Gálatas 3:28 incluso dice que no hay ni varón ni mujer. Yo no escribí estas palabras; fue Pablo quien las escribió y son las palabras de la Biblia. Gálatas 3:27 dice: “Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos”. Esta oración no es tan sencilla. El bautismo primeramente significa ser sepultados, y luego ser resucitados. Ser sepultados significa despojarnos de algo, mientras que ser resucitados significa vestirnos de algo. ¿De qué nos despojamos cuando somos sepultados? Nos despojamos de nuestro hombre natural: el judío y el griego, el libre y el esclavo, el varón y la mujer. La persona que usted antes era fue sepultada en su bautismo. Ahora quisiera preguntarle: “¿Fue usted verdaderamente sepultado?”. Si realmente lo fue, entonces debe dejar su persona anterior en la tumba. En esto consiste despojarse. Éste es el primer aspecto del significado del bautismo. El segundo aspecto de su significado es la resurrección, que consiste en vestirnos de algo. ¿De qué nos vestimos? Nos vestimos de Cristo. En el idioma griego, vestirnos de Cristo es ser revestidos de Él. Nosotros, los que fuimos bautizados en Cristo, de Cristo estamos revestidos. Nos despojamos del hombre natural y lo dejamos sepultado en la tumba. Luego nos vestimos de algo nuevo, que es Cristo. En este Cristo, de quien nos hemos vestido, no hay judío ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer, porque todos hemos llegado a ser una sola entidad. Ésta es la iglesia, y éste es el Cuerpo.

La condición de la mayoría de los cristianos hoy es muy diferente a lo que acabamos de describir. En lugar de estar en esta unidad, ellos están en muchas otras cosas. Sin embargo, hoy en el recobro del Señor, todos debemos ver que podemos prescindir de todo lo demás, salvo de esta unidad, que es Cristo mismo. Hemos visto claramente que el Cuerpo de Cristo es la plenitud de Cristo, la cual a su vez es el resultado de nuestro disfrute de las riquezas de Cristo. Por lo tanto, la plenitud es el Cristo que disfrutamos y asimilamos, quien es constituido en nosotros hasta ser nuestro elemento. Esta plenitud es completamente algo subjetivo para nosotros. Podríamos decir que las riquezas de Cristo son objetivas y están fuera de nosotros, pero que la plenitud de Cristo es completamente algo subjetivo para nosotros y está presente en el elemento de todo nuestro ser. Esto significa que cuando somos el Cuerpo de Cristo, ya no vivimos nosotros, sino que Cristo vive en nosotros, como dice Gálatas 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Cuando permitimos que Cristo viva en nosotros, en ese momento nosotros nos hemos vestido de Él y nos hemos despojado de nuestro viejo hombre, de nuestro hombre natural. Nos hemos vestido de Cristo mismo. En este Cristo todos somos uno. Es en este Cristo que todos somos Su Cuerpo, Su plenitud. Es en esta “unidad”, en esta plenitud, que no existe el hombre natural: no hay chino, no hay extranjero, no hay honanense, no hay hopeinense, no hay varón ni tampoco mujer. En esta plenitud Cristo lo es todo.


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