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Cristo es contrario a la religiónpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1012-3
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Actualmente disponible en: Capítulo 8 de 14 Sección 2 de 6

UN CUADRO DESCRIPTIVO DE NUESTRA CONDICION

No piense que estos cuatro casos ocurridos en cuatro sábados diferentes hablan de cuatro personas distintas. Les aseguro que, en el plano espiritual, estos cuatro casos son cuatro aspectos de una misma persona. Cada uno de nosotros está representado en este cuadro descriptivo. Nosotros somos los hambrientos, los miembros secos y las ovejas caídas; además, hemos estado incapacitados por muchos años, y somos los ciegos. Tenemos hambre, estamos secos, caídos, imposibilitados y ciegos. Antes de ser salvos y de entrar en la vida de iglesia, éramos tal clase de personas. Este es un retrato de nuestra condición pasada. Puedo testificar que antes de ser salvo y entrar en la vida de iglesia, me hallaba realmente hambriento, seco y caído, imposibilitado y ciego. En cierto sentido, esperaba que algo sucediera, y en otro sentido, estaba verdaderamente ciego. No sabía en qué dirección iba, ni podía discernir si era de día o de noche. Ciertamente todos estábamos en el redil. Pero, ¡aleluya! el Señor Jesús quebrantó el sábado y nos alimentó. ¡Aleluya! El también quebrantó los reglamentos de la religión para sacarnos del hoyo. El Señor Jesús vino con el fin de impartir vida en nosotros. Anteriormente dependíamos de que sucediera algo, pero ahora podemos tomar nuestra cama y andar, pues tenemos vida. El Señor Jesús también hizo esto quebrantando los reglamentos de la religión. Finalmente, ¡aleluya! el Señor vino y nos abrió los ojos, y aunque los religiosos nos expulsaron del redil, acudimos a los pastos. ¡Aleluya! ¡Cuán maravilloso es salir del redil y entrar a los pastos!

Ahora, en la vida de iglesia, ya no tenemos hambre, pues estamos en los sembradíos. Ya no estamos en el hoyo, sino en la casa. Y ya no yacemos imposibilitados en un pórtico religioso; antes bien, tenemos vida. No tenemos más necesidad de que los demás nos ayuden y nos carguen, pues ahora podemos llevar nuestro lecho solos. Ahora en la vida de iglesia ya no estamos en el redil, sino en los pastos. ¡Este es un gozo inefable y lleno de gloria!

Finalmente, no estamos sólo en los pastos, sino también en el rebaño. ¡Alabado sea el Señor! No somos un redil sino un rebaño. El redil es un lugar para guardarnos, pero el rebaño se compone de todos los santos. La iglesia no es un lugar, sino que es un rebaño. Si fuéramos una denominación, una sinagoga o una secta, entonces seríamos un redil. Pero, ¡aleluya! somos un rebaño: la iglesia. Somos las ovejas del rebaño que pacen en los pastos verdes y tiernos, disfrutando continuamente del Cristo ilimitado. ¿Tenemos reglamentos y tradiciones? ¡No! ¿Estamos en cautiverio? ¡No! Por el contrario, estamos en el pasto verde y tenemos libertad, vida, aire puro y un sol resplandeciente: tenemos todo lo que necesitamos. Somos un solo rebaño con un solo Pastor. Aquí estamos actualmente. ¿También están ustedes aquí? El Señor quebrantó cada uno de estos cuatro sábados para traernos aquí.

NI SI, NI NO

Profundicemos ahora en el caso del hombre ciego. El Señor Jesús pasaba por allí y vio a este hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?” (9:2). La pregunta de los discípulos fue completamente religiosa. Ellos razonaron que alguien debió haber pecado, él o sus padres, para que este hombre fuera ciego. Pero Jesús respondió: “No es que pecó éste, ni sus padres” (v. 3). Si leen cuidadosamente el Evangelio de Juan, se darán cuenta de que la gente acostumbraba ir a Jesús y hacerle preguntas que requerían de un sí o un no. Pero Jesús nunca contestaba con un sí ni con un no. En realidad, El nunca dijo “ni sí, ni no”. Por ejemplo, en el capítulo cuatro la samaritana mencionó el asunto de la adoración. Ella dijo: “Nuestros padres adoraron en este monte, mas vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (v. 20). Sin embargo, el Señor Jesús dijo: “Ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (v. 21). En el capítulo nueve, el Señor dio a Sus discípulos una respuesta similar. El nunca contesta sí ni no; más bien, contesta según la vida. Con El no se trata de tener razón o de estar equivocados, no se trata de sí o de no, de bien o de mal, ni de nada que pertenezca al árbol del conocimiento. Se trata solamente de Dios, de la vida. El Señor Jesús dijo a Sus discípulos: “No es que pecó éste, ni sus padres, sino que nació así para que las obras de Dios se manifiesten en él” (v. 3). La pregunta de los discípulos provenía de la religión, pero la respuesta del Señor Jesús pertenecía a la revelación. Con Su respuesta, Jesús quitó el velo de la religión. El en realidad dijo: “Olvídense de la religión. No se trata de esto ni de aquello, sino de manifestar las obras de Dios”.


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