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Verdad, la vida, la iglesia y el evangelio las cuatro grandes columnas del recobro del Señor, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3645-1
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CAPÍTULO CINCO

EXPERIMENTAR Y MINISTRAR A CRISTO

Con relación a la verdad, es necesario que la entendamos y sepamos explicarla. Con respecto a Cristo, necesitamos experimentarlo y ministrar a otros lo que hemos experimentado. El Cristo del cual hablamos no es un Cristo en un sentido objetivo, es decir, un Cristo que está sentado en el cielo, sino más bien, un Cristo que podemos experimentar de manera subjetiva como nuestra vida. Por consiguiente, experimentar a Cristo es experimentar la vida divina, y ministrar a Cristo es ministrar vida.

APRENDER A TRAZAR RECTAMENTE,
Y APRENDER A HABLAR LA PALABRA DE LA VERDAD

Hoy en día entre los cristianos se percibe una carencia con relación a la verdad y la experiencia de Cristo. La mayoría de los predicadores abarcan muchos temas en sus sermones, pero les es muy difícil presentar a las personas una verdad en particular de una manera clara. Por ejemplo, los predicadores en su mayoría no son capaces de dar una definición precisa acerca de la encarnación. Además, aun cuando presenten una definición clara de la encarnación, las personas, en su mayor parte, en seguida se olvidan de lo que ha escuchado. Por esta razón, tenemos que estudiar la verdad una y otra vez, y de manera regular hablar de ella hasta que nos sintamos tan familiarizados que podamos hablarla de una manera precisa hasta en nuestros sueños. Por ejemplo, cuando vayamos a hablar de los atributos de Dios, la secuencia debe ser amor, luz, santidad y justicia; nunca debemos alterar este orden. Esto se explica claramente y con detalle en los mensajes del Estudio-vida y en las notas de pie de página de la Versión Recobro del Nuevo Testamento. La nota 3 de 1 Juan 1:5 dice que el amor es la naturaleza de la esencia de Dios, y que la luz es la naturaleza de la expresión de Dios. En otras palabras, el amor es la esencia y la luz es la expresión. El amor es primero y después la luz, ya que el amor es la esencia de Dios y la luz es Su expresión. La santidad, por su parte, se relaciona con la naturaleza de Dios, y la justicia, con el mover de Dios. La naturaleza de Dios es santa, mientras que Su mover, Sus acciones, son justos. Por consiguiente, la santidad está antes que la justicia.

Esto requiere que aprendamos y estudiemos la verdad con la debida seriedad. Debemos aprender a diferenciar entre el amor y la luz y entre la santidad y la justicia, y también debemos presentar estos asuntos de una manera precisa. Por ejemplo, supongamos que usted va a un restaurante y pide un plato que cuesta veinte dólares, y que, después de hacer el pedido, usted le paga al cajero con un billete de cien dólares y él le devuelve noventa. Supongamos además que después de recibir los noventa dólares, usted actúa como si no hubiera pasado nada, come y bebe como de costumbre y luego se va a casa y con orgullo le cuenta lo sucedido a su familia, y hasta hace alarde de ello. Esta clase de comportamiento no se relaciona con la santidad, sino con la justicia. Si usted recibe algo que cuesta veinte dólares, pero únicamente paga diez, es como si robara diez dólares. Esta manera de actuar es injusta. Pongamos otro ejemplo. Supongamos que usted va al restaurante y compra la misma comida, pero además de ello se compra unos cigarrillos y vino. Mientras come, fuma y bebe su corazón está alegre. Dios jamás aprobaría que usted beba y fume, por cuanto Él es santo, y jamás se aprovecharía de nadie por cuanto Él es justo. Lo primero se refiere a Su santidad y lo segundo a Su justicia.

El amor, la luz, la santidad y la justicia son virtudes con respecto al hombre, pero con respecto a Dios, son atributos. En Su vivir humano el Señor Jesús expresó amor, luz, santidad y justicia en calidad de virtudes humanas; y en Su divinidad también poseía amor, luz, santidad y justicia, pero éstos no se expresaron de manera externa. En lugar de ello, eran Sus atributos divinos que estaban ocultos en Su interior, los cuales eran el rico contenido de Sus virtudes. Por ejemplo, un guante y una mano tienen dedos, sólo que los dedos de la mano son el rico contenido del guante, mientras que los dedos del guante son la expresión de la mano. La función de los cinco dedos del guante es producir la expresión externa, es decir, hacer que la persona que los usa se vea bien. En este sentido, los dedos del guante son semejantes a las virtudes humanas. Por su parte, los cinco dedos de la mano se hallan ocultos dentro del guante; la función de ellos no es dar una bonita apariencia, sino ser el rico contenido del guante. En este sentido, los dedos de la mano son semejantes a los atributos divinos. Los cinco dedos de la mano, que representan los atributos, están escondidos dentro de los cinco dedos del guante a fin de “enriquecer” y “fortalecer” al guante. Por consiguiente, lo que se ve externamente son las virtudes y lo que se halla oculto internamente son los atributos.

Confucio, un famoso pensador chino de la antigüedad, también habló de la moralidad y las virtudes, pero las virtudes de las cuales él habló no estaban enriquecidas ni fortalecidas con los atributos divinos. A la postre, no eran más que un guante sin la mano, cuyos dedos eran solo cavidades vacías. Las virtudes se las que se habla en la Biblia tienen los atributos divinos como contenido y, por tanto, están enriquecidas, fortalecidas y son sobresalientes. Podemos comparar esto a un guante ocupado por la mano. El Señor Jesús era Dios y a la vez hombre. Él era Dios y era hombre, por lo tanto, era un Dios-hombre. Él era un hombre, con humanidad, y también era Dios, con divinidad. En su humanidad tenía virtudes, en su divinidad poseía atributos. Sus virtudes humanas contenían Sus atributos divinos, y Sus atributos divinos enriquecían Sus virtudes humanas. Debido a que los atributos divinos fortalecían las virtudes humanas, éstas eran enriquecidas. Ésta es la norma más elevada de moralidad, la moralidad del Dios-hombre. Ésta fue la vida que el Señor Jesús llevó en la tierra: la vida de un Dios-hombre.


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