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Autobiografía de una persona que vive en el espíritu, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1126-7
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EL MINISTERIO

La epístola de 2 Corintios aborda el tema del ministerio, el cual se constituye, se forma y se produce en nosotros cuando experimentamos las riquezas de Cristo mediante los sufrimientos, las presiones que nos consumen y la obra aniquiladora de la cruz. El ministerio no consiste meramente en tener un don o una habilidad. Una persona puede ser elocuente, expresarse con fluidez, dar buenos ejemplos y recitar proverbios, pero esto sólo forma parte de su habilidad natural. Lo que necesita la iglesia, el Cuerpo, es el ministerio. Hoy el Cuerpo de Cristo necesita hermanos y hermanas que hayan sido plenamente infundidos por Dios, que tengan a Cristo forjado en su ser, no como simple conocimiento mental que los capacite para dar enseñanzas a otros, sino que posean las riquezas de Cristo en su espíritu a fin de impartirlas en los demás. Espero que tales hermanos y hermanas salgan por doquier a tener contacto y comunión con otras personas. Con el tiempo, en los lugares que ellos visiten se verá el crecimiento en vida de los santos y la edificación. En la actualidad abundan las enseñanzas, el conocimiento y los dones, pero hay una gran escasez de ministerio; esto debe despertar en nosotros un anhelo de participar en tal ministerio. Debemos orar: “Señor, concédeme Tu gracia para que sea librado de mi concepto en cuanto a los dones. Anhelo que en mi ser se forje Dios en Cristo por el Espíritu. Forja el elemento divino en mí para que lo ministre en otros, y así tenga el ministerio divino de Cristo”. La iglesia necesita el ministerio mucho más que de los dones.

CONSOLADOS POR DIOS

En 2 Corintios 1:4-6 dice: “El cual nos consuela en toda tribulación nuestra, para que podamos nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan para con nosotros los sufrimientos del Cristo, así abunda también por el Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación, la cual se opera en el soportar con fortaleza los mismos sufrimientos que nosotros también padecemos”. Orar-leer estos versículos muchas veces nos ayudará a comprender que la iglesia necesita el ministerio. Dios nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que nosotros consolemos a los demás.

LA OBRA DE LA CRUZ

Cuanto más abunden en nosotros los sufrimientos de Cristo, más experimentaremos consolación y refrigerio. Si anhelamos ministrar algo de Dios en Cristo a otros, es menester que suframos. La cruz es el camino a seguir para poseer las riquezas de Cristo y ministrarlas en los demás. Sólo la obra de la cruz puede producir tal ministerio.

Pablo dice que Dios lo había puesto en una situación donde fue “abrumado sobremanera” (1:8), es decir, que estaba excesivamente cargado y oprimido con el fin de que pudiera consolar a otros. Quizás usted se haya preguntado por qué le sobrevienen tantos problemas; es posible que tenga problemas con su cónyuge, con sus hijos o aun con su cuerpo. ¿Había usted notado en esta epístola la frase: “abrumados sobremanera”? Quizás usted se sienta presionado, pero ¿se siente abrumado sobremanera? Si ésta es su experiencia, la cruz ha operado para eliminarlo y darle fin.

Pablo relata que él y sus colaboradores fueron abrumados sobremanera más allá de sus fuerzas, al punto que aun perdieron “la esperanza de vivir” (1:8). Muchos hermanos jóvenes son fuertes, pero tarde o temprano el Señor los pone bajo constante presión. Al principio, tratan de aguantar los sufrimientos por sí mismos, pero finalmente se rinden al Señor, diciendo: “Señor, desisto de mis esfuerzos. La presión a la que me sometes va más allá de mis fuerzas”. Cuando usted pase por sufrimientos, no trate de soportarlos con sus propias fuerzas ni trate de vencerlos por sí mismo. Tarde o temprano, el Señor lo pondrá bajo una presión que va más allá de sus fuerzas. Cuando estamos bajo presión, generalmente tratamos de valernos de nuestros propios esfuerzos —ya sean físicos, mentales o espirituales— para solucionar la situación; pero cuanto más nos esforcemos, más seremos presionados, hasta que finalmente nos rindamos y admitamos que estamos abrumados más allá de nuestras fuerzas. ¡Alabado sea el Señor, que nos abruma más allá de nuestras fuerzas!

Después de que Pablo expresa que él y sus colaboradores fueron abrumados sobremanera, de modo que aun perdieron la esperanza de vivir, añade: “De hecho tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos” (1:9). Cuando los apóstoles estuvieron bajo la presión de la aflicción, habiendo perdido la esperanza aun de conservar la vida, pudieron haberse preguntado cuál sería el resultado de sus sufrimientos. La contestación o respuesta era “muerte”. Experimentar la muerte, sin embargo, nos trae a experimentar la resurrección. La resurrección es Dios mismo, quien resucita a los muertos (Jn. 11:25). La obra de la cruz pone fin a nuestro yo, para que en resurrección experimentemos a Dios. Experimentar la cruz siempre da como resultado que disfrutemos al Dios de resurrección. Tal experiencia produce y forma el ministerio (2 Co. 1:4-6). En 4:7-12 se describe este aspecto con más detalles.

Las palabras de Pablo nos muestran que debemos morir, que debemos ser reducidos a nada. Entonces, dejamos de confiar en nosotros mismos y confiamos únicamente en Dios. Es fácil decir que no debemos confiar en nosotros mismos sino en Dios, pero ser doblegados plenamente en este respecto requiere que pasemos por muchos sufrimientos. Por esta razón, Dios opera en nosotros mediante la cruz a fin de aniquilarnos; de hecho, El opera no sólo para darnos fin, sino también para aniquilar nuestra espiritualidad y logros espirituales, en los cuales equivocadamente tenemos puesta nuestra confianza.

En 1:12 Pablo dice: “Porque nuestra gloria es ésta: el testimonio de nuestra conciencia, que con sencillez y sinceridad de Dios, no con sabiduría carnal, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo, y mucho más con vosotros”. Pablo, en su conciencia, tenía el testimonio de que andaba, se conducía y existía en esta tierra, no con sabiduría carnal, sino con la gracia de Dios. Algunos definen la sabiduría como la manera ingeniosa de resolver situaciones problemáticas; sin embargo, esta clase de sabiduría proviene de nuestra carne. La sabiduría carnal consiste en usar nuestros propios recursos para obtener beneficios personales; la gracia de Dios es muy diferente, pues consiste en no hacer nada, sino dejar que Dios lo haga todo en nosotros. No se trata de que seamos habilidosos en resolver situaciones, sino de que permitamos que Dios lo haga todo en nosotros y por medio de nosotros. Esta es la gracia de Dios.

Pablo dice además que él se conducía con sencillez y sinceridad de Dios. Sencillez también significa simplicidad. Dios es sencillo y simple, pero nosotros, cuanto más estamos en la carne y en el alma, más complicados nos volvemos. Una persona que vive en el alma es muy complicada; sin embargo, cuanto más tiempo permanecemos en el Lugar Santísimo, en nuestro espíritu, más sencillos nos volvemos. Cuanto más permanecemos en el espíritu, más sencillos somos en nuestros motivos, en nuestros propósitos y en todos nuestros deseos. En 1:12 se manifiestan la sencillez o simplicidad de Dios, Su gracia y Su sinceridad. Si experimentamos la obra de la cruz de modo que nos dé fin, seremos personas apacibles que disfrutan la gracia de Dios, la cual lo hace todo por nosotros. Llegaremos a ser muy claros y sencillos en nuestros motivos y propósitos. Disfrutaremos la gracia de Dios, y tendremos Su simplicidad y sencillez.


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