Autoridad y la sumisión, Lapor Watchman Nee
ISBN: 978-0-7363-3690-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El propósito de Números 17 es mostrarnos cómo juzga Dios la rebelión de Israel. En el capítulo dieciséis de Números surgió una rebelión como nunca antes, pero en el capítulo diecisiete se relata la forma en que se le puso fin; también nos muestra cómo apartarnos de la rebelión y de la muerte. ¿Qué hizo Dios? El vindicó a cada uno de los que El había escogido como Su autoridad delegada. También mostró a los israelitas la base sobre la cual El escoge a Sus autoridades delegadas y la razón por la cual lo hace. Tal base es indispensable en cada una de las autoridades delegadas por Dios, y la ausencia de la misma incapacita a alguien como autoridad delegada.
Dios les ordenó a los doce líderes que tomaran sus varas, una por cada tribu de Israel, y las pusieran delante del arca del tabernáculo de reunión. Luego añadió: “Y florecerá la vara del varón que yo escoja” (v. 5). Una vara es un pedazo de madera; es una rama a la que se le arrancaron las hojas y se le cortó la raíz. Estuvo viva, pero ahora está muerta. Antes recibía la savia del árbol y florecía y llevaba fruto, pero ahora está muerta. Las doce varas carecían de hojas y de raíz, y estaban secas y muertas. La vara que floreciera sería la que Dios había escogido. Vemos con esto que la resurrección es la base de la elección que Dios hace, y también la base de la autoridad.
El capítulo dieciséis habla de la rebelión del hombre contra la autoridad delegada por Dios y de la manera en que el hombre se opone a dicha autoridad. El capítulo diecisiete muestra que Dios respalda Su autoridad delegada. La base sobre la cual Dios vindica Su autoridad es la resurrección. Por medio de ésta Dios detuvo la murmuración del hombre. Es obvio que el hombre no tiene derecho a cuestionar a Dios, pero Dios fue condescendiente y le dijo cuál era la razón y la base de Su autoridad delegada. La base de dicha autoridad es la resurrección. Esto silenció a los israelitas.
Tanto Aarón como los israelitas eran descendientes de Adán y eran carnales. Debido a su naturaleza y a su carácter natural tanto el uno como los otros eran hijos de ira; por lo cual no había diferencia entre ellos. Las doce varas eran iguales; ninguna de ellas tenía hojas ni raíz; todas estaban muertas y secas. Esto nos muestra que la base del servicio no puede ser nuestra vida natural; lo que nos da la autoridad es la vida de resurrección que recibimos de Dios. La autoridad no está relacionada con el hombre sino con la resurrección que se manifiesta por medio de éste. Aarón no era diferente a las demás personas, excepto que Dios lo había escogido y le había dado la vida de resurrección. Vemos, por consiguiente, que la base de la autoridad es la resurrección.
Las doce varas estuvieron toda la noche frente al arca. Dios permitió que la vara de Aarón floreciera, echara botones y diera almendras maduras. Era una vara muerta, pero Dios infundió en ella el poder de la vida. Moisés sacó todas las varas que habían sido puestas delante del arca y las trajo a los israelitas. ¿Qué significaba el hecho de que la vara de Aarón reverdeciera? En primer lugar, hace que su dueño se humille; segundo, silencia a los dueños de las demás varas. Si tomamos una vara seca y muerta como la de Aarón, la cual sabemos que jamás ha de florecer y para nuestra sorpresa encontramos que ha reverdecido, florecido y echado fruto en una sola noche, ¿cuál sería nuestra reacción? Confesaríamos a Dios con lágrimas, que El hizo esto y que aquello está muy por encima de nosotros. Esta será Su gloria y no la nuestra. Espontáneamente nos humillaremos delante de Dios. Esto es lo que Pablo quiso decir cuando dijo: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros” (2 Co. 4:7). Sólo los necios se enorgullecen. Una persona que ha recibido gracia de parte de Dios caerá postrado delante de El, diciendo: “Dios hizo esto; no tengo nada de qué gloriarme pues todo depende de la misericordia de Dios y no del deseo ni del afán del hombre. No hay nada que no hayamos recibido. Todo lo que tenemos lo debemos a la elección de Dios”.
Aquí vemos que la base de la autoridad no depende del hombre ni tiene que ver con él. Cuando Aarón sirvió al Señor nuevamente con su autoridad, él pudo decirle al Señor: “Mi vara estaba tan muerta como las otras; sin embargo, yo puedo servir, pero ellos no; yo tengo autoridad espiritual y ellos no. Mi vara estaba tan seca como las demás. Ninguna de nuestras varas se puede tomar en cuenta. Lo único que cuenta es la misericordia de Dios. Fue Dios quien me escogió”. De aquel día en adelante, él no sirvió valiéndose de su vara, sino de la vara que reverdeció.
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