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Economía de Dios, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-87083-536-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 9 de 24 Sección 2 de 2

TRATANDO CON LA VOLUNTAD

Supongamos que nuestra mente renovada entiende lo que percibimos por medio de la intuición. Luego, la cuestión es nuestra disposición para obedecer lo que entendemos. Es posible que entendamos, pero tal vez digamos: “¡No!” Obedecer con la voluntad es otro problema. En realidad, si no tenemos una voluntad obediente es difícil entender lo que hay en la intuición. El Señor es muy sabio; El nunca hace nada de una manera despilfarradora. Si El sabe que no estamos dispuestos a obedecer, no es necesario que recibamos el entendimiento. Simplemente nos dejará en tinieblas. ¿Por qué habría El de permitir que entendiéramos si no vamos a obedecer? El entendimiento debe estar respaldado por una voluntad obediente, dispuesta a obedecer al Señor (Jn. 7:17). Cuando estemos dispuestos a obedecer podremos entender.

Por ejemplo, algunos han venido a mí con preguntas, pero sin deseo de escuchar y entender. Me he dado cuenta de que sería una pérdida de tiempo hablar con ellos. Algunas veces he preguntado: “¿De verdad hablan en serio? ¿Obedecerían si les contesto su pregunta?” Generalmente la respuesta de ellos ha sido: “Bueno, tal vez, pero quizás no quiera yo hacerlo. Sólo quiero considerar y averiguar qué es qué”. La voluntad debe ser totalmente sumisa, y no sólo debe ser sumisa, sino que debe estar en armonía con la voluntad de Dios (Lc. 22:42, Stg. 4:7, Fil. 2:13).

Cuando Dios nos creó nos dio libre albedrío. El nunca nos obliga a hacer nada, sino que siempre nos da la posibilidad de escoger. Aunque El es grande y sabio, aún así nunca nos obligará. Si El tuviera que hacer uso de la fuerza significaría que es verdaderamente pequeño. Satanás no sólo obliga a la gente, sino que hasta los seduce. Pero Dios nunca haría eso. Dios, en efecto, dice: “Si quieres, hazlo; si no quieres, no lo hagas. Si me amas, simplemente hazlo. Si no me amas, olvídalo. Sigue tu camino”. Por lo tanto, es necesario ejercer nuestra voluntad; de otro modo, es difícil que Dios haga algo. Para ejercer nuestra voluntad debemos hacer que nuestra voluntad sea sumisa y que esté dispuesta a obedecer siempre. No solamente debemos someternos a la voluntad de Dios, sino también hacer que nuestra voluntad esté en armonía con la de El.

Cuando nuestra voluntad sea tratada hasta ese grado, será transformada; será saturada de Cristo como nuestra vida por medio de que el Espíritu Santo se extienda. Otros podrán sentir el sabor y la propia imagen de Cristo en nuestra voluntad. Cada decisión que tomemos será una expresión de Cristo. Esto no es una suposición ni solamente una doctrina. A veces, cuando nos encontramos con algunos queridos hermanos en el Señor, sentimos el sabor de Cristo en todo lo que ellos dicen, en todo lo que ellos escogen, en todo lo que ellos deciden. Esto simplemente prueba que ellos han sido saturados con Cristo por medio de ser transformados en su voluntad y en su mente.

TRATANDO CON LA EMOCION

Lo último que debemos tratar del alma es nuestra problemática emoción. Como todos sabemos, casi todos nuestros problemas están relacionados con la emoción. La emoción debe estar bajo el control del Espíritu Santo. A esto se debe que en Mateo 10:37-39 se nos exhorte a amar al Señor más que a ninguna otra cosa. No debemos amar lo que el Señor no permite. La regulación de nuestro amor bajo el control del Señor es el lado negativo. Pero también debemos conocer el lado positivo, que consiste en que siempre debemos estar dispuestos a usar nuestra emoción conforme a lo que al Señor le agrada. Muchísimas veces nuestras emociones tienen el permiso del Señor, pero no Su complacencia. El permite que amemos algo, pero no está complacido con ello.

En una ocasión una hermana se dio cuenta de que estaba en esa situación. Ella sabía que el Señor había permitido que su emoción hiciera ciertas cosas, pero se dio cuenta de que el Señor no estaba contento. Ella acudió de nuevo al Señor y le dijo: “Señor, aunque Tú has permitido esto, no lo haré. ¡Comprendo que no estás contento!” Esto está muy bien. Ella recibió una dulce comunión y quedó llena de paz y gozo. Aprendió la lección de que su emoción estuviera totalmente bajo el control del Señor y de Su complacencia. A veces podemos obtener el permiso del Señor para amar algo, pero no obtenemos Su gozo. Cuanto más amemos aquello, menos tendremos el gozo. Por último, aquello llega a ser un sufrimiento, no un disfrute. Esto prueba que estamos mal en cuanto a nuestra emoción. Todos debemos aprender a tratar con nuestra emoción conforme a la complacencia y gozo del Señor. Si en aquello que estamos buscando no sentimos el gozo del Señor, no debemos amar eso.

Muchas personas han escuchado mensajes acerca de Mateo 10:37-39, en los cuales se les exhorta a no amar a sus padres, a sus hermanos o a sus hermanas más que al Señor; sin embargo, no pueden comprender lo que esto significa. Esto simplemente significa que todo lo que ellos amen debe estar bajo el control del Señor con Su complacencia. El Señor no es insignificante, ni tampoco cruel, mas debemos aprender que todo lo que aborrezcamos o amemos, todo lo que nos guste o nos disguste, debe ser hecho con el permiso del Señor y con Su gozo. Debemos usar nuestra emoción conforme a la emoción del Señor. Cuando nuestra emoción no está bajo la emoción de El, estamos equivocados, y nunca tendremos Su gozo. Cuanto más vayamos por nuestro propio camino, más perderemos nuestro gozo; no podremos tener la dulce, tierna y profunda comunión con el Señor. Aunque nadie pueda condenarnos diciéndonos que estamos equivocados, y aunque podamos proclamar delante de otros que hemos obtenido el permiso del Señor, con todo nos daremos cuenta de que tal permiso no cuenta con Su gozo.

Si nuestra emoción es guardada bajo el gobierno del Señor con Su complacencia y gozo, será saturada con el espíritu. Entonces seremos transformados, de una etapa de gloria a otra, a la misma imagen del Señor.

Por medio de tratar con el corazón, la conciencia, la comunión, la intuición, la mente, la voluntad y la emoción, seremos maduros y estaremos plenamente crecidos; tendremos la estatura del Señor. Todo lo que tendremos que hacer para entonces, será esperar la venida del Señor para que transfigure nuestro cuerpo. Si nuestra alma está transformada, aun desde ahora la fuerza y el poder espirituales saturarán nuestro cuerpo débil y mortal cuando sea necesario. No solamente habremos sido regenerados en el espíritu y transformados en el alma, sino que también la vida divina saturará nuestro cuerpo mortal en situaciones de debilidad física. Finalmente, cuando el Señor venga, el cuerpo será transfigurado y todo nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— tendrá la gloriosa imagen del Señor. Esto será la aplicación máxima de la redención del Señor, la cual es aplicada en tres etapas: (1) la regeneración del espíritu, (2) la transformación del alma y (3) la transfiguración del cuerpo. Por ahora estamos en el proceso de la transformación.

Es necesario que el alma sea tratada en todo esto: la mente, la voluntad y la emoción. Que el Señor nos ayude a poner esto en práctica. Esto es lo que los hijos de Dios necesitan hoy día. El Señor ha dado todas las enseñanzas y todos los dones con este propósito. Solamente por este proceso podemos llegar a ser los materiales adecuados para la edificación de la Iglesia.


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