Testimonio de Jesús, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-8269-4
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Según la revelación hallada en los Evangelios, el Señor Jesús nació no en el mundo gentil sino en el mundo religioso. La madre de Jesús, María, formaba parte de la religión judía, y Jesús mismo creció cerca del centro de esa religión. Cuando inició Su ministerio, casi todos con los que Él se encontraba eran miembros de esa religión. Por esta razón, cuando el Señor Jesús vivía en la tierra, Él tenía dos categorías de discípulos. Una categoría la componía aquellos que estaban en la religión judía pero que lo siguieron a Él saliendo del redil, el “campamento” (Jn. 10:1; He. 13:13), tales como Pedro, Juan, Jacobo y muchos otros jóvenes. La otra categoría estaba formada por aquellos que habían creído en Él pero que permanecieron en esa religión, como Nicodemo, un discípulo honesto y fiel de Jesús que lo siguió, pero no salió del campamento (Jn. 3:1; 7:50-52). La anciana profetisa Ana también estaba a favor del Señor Jesús, pero probablemente no siguió al Señor al grado de abandonar el templo (Lc. 2:36-37).
La mayoría de los que siguieron al Señor eran jóvenes. Aún más, los ancianos de la primera iglesia local establecida en la tierra, la iglesia en Jerusalén, eran todos jóvenes. Cuando el Señor Jesús inició Su ministerio, Él sólo tenía treinta años de edad. Pedro, que posiblemente era el mayor de los primeros discípulos, era quizá unos años menor que el Señor. En tal caso, Pedro habría tenido cerca de treinta años. Por esta razón, nos complace ver a muchos jóvenes en las iglesias locales. A los jóvenes le es fácil creer en el Señor Jesús y seguirlo fuera del redil, el viejo “campamento”, pero es mucho más difícil a la generación mayor seguirlo y salir fuera.
Nicodemo y José de Arimatea, los dos discípulos de edad avanzada, se encargaron del cuerpo del Señor y lo enterraron en un sepulcro nuevo (Jn. 19:38-41). Sin embargo, a pesar de lo que hicieron por el Señor, ellos no manifestaron abiertamente su creencia por Él y posiblemente tampoco estaban entre los ciento veinte discípulos en Hechos 1. Ellos habían creído sinceramente en el Señor, pero en la práctica no estaban en la iglesia en Jerusalén. Algunos tal vez argumenten: “Acaso, ¿no eran ellos miembros de Cristo?”. Sí, Nicodemo y José eran miembros de Cristo, pero no debemos considerar la iglesia únicamente en su aspecto doctrinal. Tenemos que hacerle frente a la situación actual. Independientemente de si ellos eran realmente miembros del Cuerpo, en la práctica no estaban en la iglesia. Más bien, aún permanecían en el viejo redil, al cual el Señor no solamente había abandonado, sino también condenado.
En cierto sentido, Pedro tenía claridad en cuanto a la vieja religión judía, porque fue un fiel seguidor del Señor Jesús, fue el principal apóstol y el anciano que estableció la primera iglesia en Jerusalén. Sin embargo, su entendimiento no era tan claro comparado con el de Pablo en cuanto a la religión judía. Incluso después del día de Pentecostés, en el tiempo de Hechos 10, Pedro aún seguía aferrándose a los viejos conceptos del judaísmo, lo cual obligó al Señor a mostrarle Su visión tres veces (vs. 9-16). Pedro dijo: “Señor, de ninguna manera”, pero el Señor tuvo paciencia con él hasta que finalmente Pedro vio la visión acerca de la casa de Cornelio. Después, Pedro aún era débil. Lo que consta en Gálatas 2:11-14 ocurrió después de Hechos 10. En Hechos 10 Pedro había recibido del cielo una visión clara de que Dios había terminado con el judaísmo, pero aun así, fue capaz de actuar como lo hizo en Gálatas 2, aparentando guardar las ordenanzas del judaísmo. No pudiendo tolerar esto, el apóstol Pablo lo reprendió cara a cara. Sin embargo, cuando Pablo fue a Jerusalén por última vez, según Hechos 21, él mismo fue derrotado por la influencia del judaísmo. Es difícil creer que un apóstol como Pablo, que condenaba al máximo el judaísmo en sus epístolas, entró en el templo y pagó los gastos de cuatro hombres para guardar los ritos judíos (vs. 23-26). La religión judía lo había convencido y subyugado. El Señor no pudo tolerar aquella situación, así que después de que Pablo pagó los gastos por los votos de esos hombres, Él suscitó un alborotó en la gente, y debido a ello Pablo fue encarcelado. Poco después, en el año 70 d. C., el Señor envió al ejército romano bajo el comando de Tito a destruir la ciudad santa y el templo santo, el cual no dejó piedra sobre piedra (Mt. 24:1-2). El Señor no pudo tolerar ver que Sus creyentes continuaban llevando a cabo las prácticas judías, las cuales habían sido condenadas. Esto demuestra que la religión constituye un gran embrollo muy sutil que ha sido plantado profundamente en todos nosotros. El elemento del cristianismo lo llevamos en la sangre y es difícil deshacernos de ello.
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