Información del libro

Núcleo de la Biblia, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4442-5
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Actualmente disponible en: Capítulo 1 de 20 Sección 4 de 5

ABRAHAM, ISAAC Y JACOB JUNTO CON JOSÉ

Después que Dios tuvo que abandonar el linaje creado, Él vino para llamar a un hombre, Abraham, de entre el linaje caído, a fin de establecerlo como cabeza del linaje llamado (11:27—12:3). En el caso de Abraham, vemos que él, un hombre llamado, fue justificado por Dios por medio de la fe (15:6). Isaac, por su parte, heredó de Abraham todas las bendiciones por medio de la fe. En Jacob vemos tanto la transformación como el reinado. En Abraham tenemos la justificación; en Isaac, el disfrute de la bendición heredada; y en Jacob, una persona transformada que poseía el elemento necesario para reinar sobre la tierra. Con el tiempo, Jacob reinó en Egipto por medio de su hijo José, quien representa el aspecto reinante de la vida de Jacob. En Jacob vemos a una persona transformada y madura que rige toda la tierra. Éste es el cumplimiento de la voluntad de Dios en lo referente a obtener un reinado celestial en la tierra. Todo esto en conjunto es una sombra, un tipo, de la iglesia.

AQUELLOS QUE COMPONEN LA IGLESIA

En los primeros tres capítulos de Génesis vemos que Cristo es la imagen de Dios, nuestra vida y Aquel que destruye a Satanás. En los cuarenta y siete capítulos siguientes vemos una sombra, un tipo, de la iglesia, la cual se compone de los santos desde Abel hasta Jacob junto con José. Todas estas personas son las que conforman la iglesia. Todos los aspectos que vemos en estos hombres son aspectos de la iglesia. La iglesia debe estar compuesta por personas que han regresado a Dios, que invocan el nombre del Señor para recibir Su ayuda, que andan en la presencia de Dios y viven en virtud de Él, que ejercen dominio sobre la tierra, que han sido justificadas por la fe, que heredan todas las bendiciones por la fe, y que son transformadas y llegan a la madurez para poseer el poder necesario para reinar sobre la tierra. Esto es la iglesia.

Por lo tanto, tanto Cristo como la iglesia se hallan escondidos en el libro de Génesis. En los primeros tres capítulos de este libro vemos a Cristo, y en los cuarenta y siete capítulos restantes vemos la iglesia. Cristo es la imagen de Dios, nuestra vida y Aquel que destruye a Satanás. Este Cristo engendra y produce la iglesia, una entidad compuesta por tantas personas. Por consiguiente, el núcleo del libro de Génesis es Cristo y la iglesia.

Ahora en el libro de Génesis no sólo vemos el árbol, el fruto, la piel, la pulpa y la cáscara que recubre la semilla, sino también el núcleo. Yo tardé años en ver el núcleo de este libro. Sin embargo, es un hecho que Cristo y la iglesia se hallan aquí escondidos. ¿Quién puede negar que el núcleo de Génesis es Cristo y la iglesia? Debido a que el núcleo está tan escondido, necesitamos una radiografía espiritual para verlo. Sin esta radiografía, no podremos hallar en ningún lugar a Cristo y la iglesia en Génesis. Sin embargo, ahora hemos visto que Cristo y la iglesia son el núcleo escondido en los cincuenta capítulos de este libro.

REGRESAR A DIOS

¿Es usted un Abel? Puedo testificar con toda confianza que soy un Abel, puesto que he regresado a Dios. Hace más de cincuenta años, me encontraba muy lejos de Dios. Pero un día di media vuelta y regresé a Él. En ese momento, llegué a ser un Abel. ¿Está usted todavía alejándose de Dios o ya ha regresado a Él? ¡Aleluya, hemos regresado! No somos Caínes, somos Abeles.

INVOCAR EL NOMBRE DEL SEÑOR

¿Es usted también un Enós, alguien que invoca el nombre del Señor? Durante los más de cincuenta años que tengo en la vida cristiana, he estado invocando al Señor para pedirle Su ayuda. Muchas veces invocaba al Señor para que me ayudara con mi mal genio, pues no podía controlarlo. Otras veces lo invocaba porque no podía soportar ciertas dificultades. Puesto que me daba cuenta de que era débil y frágil, decía: “Oh, Señor Jesús, ayúdame”. Siento mucho tener que decir que algunos cristianos no están de acuerdo con esta práctica de invocar el nombre del Señor. Cuando experimentan tiempos de paz no lo invocan. Sin embargo, cuando vienen los problemas espontáneamente invocan: “¡Oh Señor!”. No hay ni un solo cristiano que jamás haya invocado el nombre del Señor. ¿Por qué esperar a que los problemas vengan para invocar al Señor? ¿Por qué no mejor invocamos Su nombre cada día? Si usted nunca ha intentado hacerlo todos los días, quiero animarlo a que lo intente hoy. No es necesario que ore de la manera antigua, diciendo: “Señor, te necesito. Mi mal genio es incontrolable, y mi esposa me causa dificultades. Necesito Tu ayuda, Señor”. En lugar de orar de esta manera, simplemente diga: “¡Oh, Señor Jesús! ¡Oh, Señor Jesús!”. Algunos dicen que invocar de esta manera es muy ruidosa. Si bien estoy de acuerdo en que a veces no debemos hacer tanto ruido ni debemos perturbar a otros, aún es posible invocar al Señor de una manera más controlada.

Lamentaciones 3:55 y 56 muestran que invocar el nombre del Señor equivale a respirar. El versículo 55 dice: “Jehová, Tu nombre invoqué desde la cárcel profunda”. Cuando el escritor invocó al Señor se encontraba muy deprimido e, incluso, se hallaba en una cárcel profunda. Luego, el versículo 56 dice: “Y oíste mi voz. ¡No escondas Tu oído del clamor de mis suspiros!”. Esto muestra que invocar al Señor es la manera en que respiramos. No es necesario que invoquemos con voz muy fuerte. Simplemente podemos invocarlo de una manera que podamos inhalarlo. Este asunto de invocar el nombre del Señor empezó con Enós, la tercera generación de la humanidad. Al igual que Enós, todos debemos ser de aquellos que invocan el nombre del Señor. Cuanto más lo invoquemos, más ayuda recibiremos de parte de Él.


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