Economía divina, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-87083-443-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El Hijo se encarnó y vivió una vida humana para que Dios pudiera dispensarse a Sí mismo en Su pueblo escogido. Cuando el Hijo se encarnó para ser la incorporación de Dios, lo hizo por el Espíritu. Tanto la concepción de Jesús como Su ministerio fueron realizados por el Espíritu Santo. Por un lado, Dios se encarnó. Por otro, Jesús fue concebido en el vientre de una virgen y nació por el Espíritu Santo (Mt. 1:18, 20). Cuando Jesús tenía treinta años, salió a ministrar, a obrar para Dios (Lc. 3:23). El Espíritu descendió sobre El para ungirlo y para darle poder. El ministerio del Señor Jesús para Dios se llevó a cabo también mediante el Espíritu Santo. Dios se hizo hombre para poder dispensarse a Sí mismo en el hombre, y este Dios es triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Dios y el hombre llegaron a ser uno. En un sentido El es Dios, y en otro, El también es hombre. Este es uno de los asuntos más complicados del Nuevo Testamento. Pero tenemos que dedicar más tiempo para adentrarnos en este maravilloso misterio de la mezcla de Dios con el hombre para nuestra experiencia y disfrute del Dios Triuno en Su dispensar.
La concepción de cualquier persona siempre es efectuado por el padre con la madre. Pero la concepción de Jesús no fue efectuada por un padre humano con una madre humana, sino por el Espíritu Santo con una virgen humana. El Espíritu Santo es Dios, así que en la concepción de Jesús tomaron parte tanto Dios como el hombre. Esta fue la concepción más extraordinaria y especial de toda la historia, una concepción de Dios con el hombre. En la concepción humana, sólo hay una clase de esencia, la esencia humana. Pero la concepción de Jesús constó de la esencia divina y de la esencia humana. Jesús nació de dos elementos: el elemento divino y el elemento humano. Así que, El poseía dos naturalezas, a saber, la naturaleza divina y la naturaleza humana. El era el Dios completo y el hombre perfecto, un Dios-hombre. En El, Dios y el hombre se unieron y llegaron a ser uno.
Hasta el tiempo en que nació Jesús, nunca había habido tal persona que poseyera dos esencias, dos elementos, dos naturalezas, que fuese tanto Dios como hombre. En Jesús uno puede ver tanto a Dios como al hombre. Dios y el hombre no están separados sino unidos, vinculados, y aun mezclados en la persona de Jesús. Dios y el hombre llegaron a ser una sola persona: nuestro maravilloso Salvador, Jesucristo. Muchos cristianos sólo se dan cuenta de que a la humanidad le nació un Salvador, pero no se dan cuenta de que ese niño que nació en un pesebre es una persona que es tanto Dios como hombre, teniendo las esencias, elementos y naturalezas, tanto divinos como humanos. Isaías 9:6 nos dice que el niño que nos es nacido es llamado Dios fuerte. Según el Evangelio de Lucas, Jesús fue a Jerusalén con Sus padres cuando tenia doce años (2:41-42). Cuando leemos esta narración, debemos tener en cuenta que ese niño de doce años de edad era tanto Dios como hombre. Su constitución, Su composición, constaba de los elementos divino y humano.
Cuando Jesús tenía treinta años empezó a ministrar (Lc. 3:23). En el Antiguo Testamento, un sacerdote debía tener treinta años, la edad de madurez, para poder participar en el servicio de Dios (Nm. 4:3, 35, 39, 43, 47). El Señor Jesús, a la edad de treinta años, salió a ministrar, a servir a Dios, a predicar el evangelio, a llevar a cabo la economía de Dios. En los tiempos de Juan el bautista, Dios ordenó que todos los israelitas fueran bautizados. Jesús como hombre, como israelita, tenía que ser bautizado. El no podía ser una excepción. Después de que Jesús fue bautizado, tres cosas sucedieron: los cielos fueron abiertos, el Espíritu de Dios descendió como paloma sobre El, y el Padre habló en cuanto al Hijo: “Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3:16-17).
Hemos señalado que el Hijo vino con el Padre y que el Padre estaba en el Hijo. Pero en Mateo 3 está escrito que después de que el Hijo fue bautizado, el Padre habló desde los cielos. El Hijo y el Padre no están separados sino que son uno, y el Hijo y el Padre moran mutuamente el uno en el otro. Pero en Mateo 3 el Hijo está en la tierra y el Padre está en los cielos. ¿Cómo podemos conciliar estos dos asuntos? Además vimos que Jesús fue concebido del Espíritu Santo y que este Espíritu Santo como el elemento divino era el constituyente de Jesús. Jesús ya tenía al Espíritu Santo, no obstante, el Espíritu descendió como paloma sobre El. ¿Cómo podemos resolver este problema?
Antes de que el Espíritu de Dios descendiera y viniera sobre El, el Señor Jesús ya había nacido del Espíritu (Lc. 1:35; Mt. 1:18, 20), lo cual comprueba que El ya tenía al Espíritu de Dios dentro de Sí. Este aspecto del Espíritu era para que se llevara a cabo Su nacimiento. Ahora, para la realización de Su ministerio, el Espíritu de Dios descendió sobre El, lo cual sirvió para ungir al nuevo Rey y presentarlo al pueblo como cumplimiento de Isaías 61:1; 42:1 y de Salmos 45:7, el cual era ungir al nuevo Rey y presentarlo a Su pueblo.
La finalidad de Su concepción era que El existiera; la de Su ministerio era que El obrara. Jesús fue concebido y nació del Espíritu Santo para existir; pero para obrar a fin de llevar a cabo el ministerio de Dios, necesitaba un requisito extraordinario. El Espíritu Santo que El recibió en Su concepción era necesario para Su ser, Su existencia, y llegó a ser un elemento de Su persona. El necesitaba la esencia del Espíritu Santo para existir. La esencia divina llegó a ser la constitución del ser de Jesús. Esto es el aspecto esencial. Para Su obra, es decir, para Su ministerio, El necesitaba más del Espíritu Santo; El necesitaba el poder divino del Espíritu Santo, el aprovisionamiento divino. Este es el aspecto económico. La esencia corresponde al aspecto esencial, y el poder corresponde al aspecto económico. En Su aspecto esencial, el Espíritu Santo, siendo la esencia de la persona de Jesús, nunca puede ser separado de Jesús, y en este sentido el Espíritu Santo nunca abandonó a Jesús. En Su aspecto económico, el Espíritu Santo como poder vino sobre El, no con el fin de que El pudiera existir, sino con el fin de darle poder para que obrara para Dios. Este poder puede venir, permanecer o irse. Cuando este poder vino, no añadió nada nuevo al ser de Jesús. Cuando este poder se fue, no indicó que Su ser hubiera sido dañado. Todos necesitamos conocer estos dos aspectos del Espíritu en cuanto a la persona y a la obra de Jesús: el aspecto esencial y el aspecto económico.
Que nuestro Dios se dispense a Sí mismo en nosotros no es algo simple. Todo aquello que Jesús experimentó, lo debemos experimentar también nosotros. Todos necesitamos nacer del Espíritu Santo. Esto es nuestra regeneración, nuestro nuevo nacimiento, para que tengamos al Espíritu Santo dentro de nosotros. En el aspecto esencial, al ser regenerados, recibimos al Espíritu Santo, pero en el aspecto económico, todavía necesitamos al Espíritu Santo. Al estar hablando, en el aspecto económico necesito al Espíritu Santo como mi poder. El bautismo en el Espíritu Santo es singularmente uno y se realizó sobre el Cuerpo de Cristo hace más de mil novecientos años (1 Co. 12:13). Pero las experiencias del bautismo en el Espíritu Santo son numerosas y son compartidas continuamente por todos los miembros del Cuerpo. Pedro primero recibió el bautismo (Hch. 1:5, 8; 2:4) y después lo experimentó una y otra vez (Hch. 4:8, 31). La finalidad de todo esto es la economía de Dios de dispensarse a Sí mismo en nosotros.
El Hijo vino por medio de la encarnación con el Padre y fue concebido del Espíritu y nació de El. El es la incorporación del Dios Triuno para el dispensar de Sí mismo en Su pueblo. Cuando invocamos el nombre del Señor Jesús, no disfrutamos sólo al Hijo, sin disfrutar al Padre ni al Espíritu. Esto es porque el Hijo vino para ser incorporado, con el Padre y por el Espíritu. Cuando tocamos al Hijo, tocamos al Padre y al Espíritu.
Juan 14:23 dice: “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”. Es posible que nuestro concepto haya sido que cuando nosotros amamos al Señor Jesús, el Señor Jesús viene a nosotros solo. Tal vez nunca hayamos considerado que el Señor Jesús viene a nosotros con el Padre. El Señor nos dice que una vez que lo amamos a El, el Padre y El vendrán a morar con nosotros. Cuando decimos: “Señor Jesús”, el Padre viene con el Hijo. El Padre está siempre con el Hijo, así que cuando invocamos al Hijo y decimos: “Señor Jesús, te amo”, el Padre viene. Todos necesitamos decir: “Señor Jesús, te amo” para experimentar que el Padre viene con el Hijo para hacer morada con nosotros. Además, cuando invocamos el nombre del Hijo, el Padre viene, el Espíritu lo sigue y el Hijo permanece. Tenemos a los tres, pero los tres son uno. El Dios Tres-uno es un misterio maravilloso: tres como uno para nuestra experiencia y en nuestra experiencia.
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