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Vida cristiana normal de la iglesia, Lapor Watchman Nee

ISBN: 978-0-87083-495-0
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ACTITUD HACIA LOS GENTILES

El principio es: “sin aceptar nada de los gentiles” (3 Jn. 7). No osamos recibir ningún sostenimiento para la obra de Dios de parte de aquellos que no le conocen. Si Dios no ha aceptado a un hombre, tampoco podrá aceptar su dinero, y sólo lo que Dios puede aceptar osen aceptar Sus siervos. Si alguna persona ocupada en el servicio de Dios acepta dinero de un hombre que no es salvo, para el avance de la obra, entonces virtualmente coloca a Dios en obligación para con los pecadores. Nunca recibamos dinero a nombre de Dios, de modo que le permita a un pecador, ante el gran trono blanco, acusar a Dios de haber sacado provecho de él. Sin embargo, esto no quiere decir que debemos rechazar aun la hospitalidad de los gentiles. Si en la providencia de Dios visitamos alguna Melita, haremos bien en aceptar la hospitalidad de un amistoso Publio. Pero esto debe hacerse definidamente según el arreglo de Dios, no como caso usual. Nuestro principio debe ser siempre el de no tomar nada de los gentiles. Cuando comencemos a usar su dinero, nuestra obra habrá caído en un estado lamentable.

LAS IGLESIAS Y LOS OBREROS

¿Deben las iglesias suministrar lo necesario a los obreros? La Palabra de Dios nos da una contestación clara a nuestra pregunta. Vemos en ella que el dinero reunido por las iglesias es usado en tres formas distintas:

(1) Para los santos pobres. Las Escrituras dan mucha atención a los hijos de Dios que son menesterosos, y una gran parte de las ofrendas locales es usada para aliviar su aflicción.

(2) Para los ancianos de la iglesia local. Las circunstancias pueden hacer necesario que los ancianos renuncien a sus ocupaciones ordinarias a fin de entregarse de lleno a los intereses de la iglesia, en cuyo caso los hermanos locales deben reconocer su responsabilidad financiera hacia ellos y procurar, aunque sea en parte, suplirles lo que han sacrificado por causa de la iglesia (1 Ti. 5:17-18).

(3) Para los hermanos que laboran y para la obra. Esta debe ser tomada como una ofrenda a Dios, no como sueldo pagado a ellos.

“He despojado a otras iglesias, recibiendo salario para serviros a vosotros. Y cuando estaba entre vosotros y tuve necesidad, a ninguno fui carga, pues lo que me faltaba, lo suplieron los hermanos que vinieron de Macedonia, y en todo me guardé y me guardaré de seros gravoso” (2 Co. 11:8-9). “Y sabéis también vosotros, oh filipenses, que al principio de la predicación del evangelio, cuando partí de Macedonia, ninguna iglesia participó conmigo en razón de dar y recibir, sino vosotros solos....Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios” (Fil. 4:15, 18). Cuando los miembros de una iglesia son espirituales, no pueden evitar cuidar los intereses del Señor en sitios más allá de su propia localidad, y el amor del Señor les constreñirá a dar para los obreros así como para la obra. Si los miembros no son espirituales es probable que razonen que, puesto que la iglesia y la obra son entidades separadas, ellos no tienen obligaciones para la obra y que basta con responsabilizarse de la iglesia. Mas aquellos miembros que son espirituales siempre serán conscientes de su responsabilidad en cuanto a la obra y los obreros, y nunca tratarán de evadirla basados en que no tienen ninguna responsabilidad oficial. Ellos tendrán como un deber y también como un deleite hacer avanzar, por medio de sus donativos, lo que interesa al Señor.

Mientras que en las epístolas se alentaba a las iglesias a dar para los santos pobres y también para los ancianos y maestros locales, no se menciona estímulo alguno para dar a los apóstoles o a la obra en que ellos se ocupaban. La razón es obvia. Los escritores de las epístolas eran, ellos mismos, apóstoles; por tanto, no hubiera sido propio que ellos invitaran a que se dieran donativos a ellos o a su obra, ni tenían ellos ninguna libertad del Señor para hacerlo. Era perfectamente adecuado que ellos animaran a los creyentes a que dieran a otras personas, pero para el suministro para sus propias necesidades y las necesidades de la obra, ellos sólo podían acudir a Dios. Al cuidar de las necesidades de otros, El no pasaba por alto las necesidades de ellos y El mismo conmovía los corazones de Sus santos para que proveyeran todo lo que se requiriera. Así que los obreros de hoy deben hacer lo que hacían los apóstoles de aquel entonces, sólo preocuparse de las necesidades de otros, y Dios tomará para Sí todas sus preocupaciones.

Fue una grande y noble declaración la que nuestro hermano Pablo hizo a los filipenses. Se atrevió a decirles a aquellos quienes eran casi su único sostén: “Todo lo he recibido, y tengo abundancia”. Pablo no da ninguna insinuación de necesidad, sino que tomó la posición de un hijo rico de un Padre opulento, y no tenia temor de que al hacerlo así se detendría el suministro de más abastecimientos. Estaba muy bien que los apóstoles dijeran a un incrédulo que también estaba en penuria: “No tengo plata ni oro”, pero nunca estaría bien que un apóstol necesitado dijera eso a creyentes que estuvieran dispuestos a responder a una solicitud de ayuda. Es una deshonra para el Señor si algún representante Suyo divulga necesidades que provocan lástima de parte de otros. Si tenemos una fe viva en Dios, siempre nos gloriaremos en El, y osaremos proclamar en toda circunstancia: “Todo lo he recibido, y tengo abundancia”. No hay nada mezquino ni bajo en los siervos verdaderos de Dios; son todos hombres de gran corazón. Las líneas siguientes fueron escritas por la señorita M. E. Barber sobre el Salmo 23:5 después de haber gastado su último dólar:

Siempre hay algo que rebosa,
Al confiar en nuestro Señor de gracia;
Cada copa que El llena rebosa,
Todos Sus ríos grandes son anchos.

Nada estrecho, nada limitado,
Jamás salió de Su provisión;
A los suyos El da medida plena,
Por siempre rebosando.

Siempre hay algo que rebosa,
Al tomar de la mano del Padre,
Nuestra porción con acción de gracias,
Alabando por la senda que planeó El.

Satisfacción plena y ahondando,
Llena el alma y a los ojos da la luz,
Cuando el corazón ha confiado en Jesús
Para satisfacer todas sus necesidades.

Siempre hay algo que rebosa,
Al declarar todo Su amor;
Profundidades inexploradas aún
yacen a nuestros pies,
Alturas no escaladas ascienden a lo alto.

Labios humanos jamás podrán contar
Toda Su maravillosa ternura.
Sólo podemos alabar y admirarnos
Y Su nombre por siempre bendecir.

Somos los representantes de Dios en este mundo, y estamos aquí para probar Su fidelidad; por lo tanto, en asuntos financieros debemos ser completamente independientes de los hombres y plenamente dependientes de Dios. Nuestra actitud, nuestras palabras y nuestras acciones, todas deben declarar que únicamente El es nuestra fuente de abastecimiento. Si hay alguna debilidad en esto, se le robará a El la gloria que merece. Como los siervos de Dios, debemos exhibir los recursos abundantes de nuestro Dios. No debemos temer que parezcamos ricos ante la gente. No debemos ser falsos, pero tal actitud corresponde perfectamente con la honestidad. Mantengamos nuestras necesidades financieras en secreto, aun si nuestra discreción lleva a los hombres a concluir que tenemos suficiente, cuando en realidad no tengamos nada. Aquel que ve en lo secreto tomará nota de todas nuestras necesidades, y El las llenará, no en medida limitada sino “conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil. 4:19). Nos atrevemos a hacer las cosas difíciles para Dios, porque El no requiere ninguna ayuda de parte de nosotros para efectuar Sus milagros.

Del estudio de la Palabra de Dios notamos dos cosas con respecto a la actitud de Sus hijos en asuntos financieros. Por una parte, los obreros deben tener cuidado de no revelar sus necesidades a nadie sino sólo a Dios; por otra, las iglesias deben ser fíeles para recordar las necesidades tanto de los obreros como de la obra, y deben enviar donativos, no solamente a aquellos que están trabajando en su cercanía, o a los que han sido llamados de en medio de ellos, sino que, como los filipenses y los macedonios, deben ministrar con frecuencia a un Pablo lejano. El horizonte de las iglesias debe ser más amplio de lo que es. El método actual de que una iglesia mantenga a su propio “ministro” o a su propio misionero, era una cosa desconocida en los días apostólicos. Si los hijos de Dios, con las facilidades de hoy en día para remitir dinero a partes lejanas, sólo ministran a las necesidades de aquellos en su propia localidad, ciertamente carecen de percepción espiritual y de un corazón ensanchado. De parte de los obreros, ellos no deben esperar recibir nada del hombre, y de parte de las iglesias, ellas deben recordar fielmente la obra y los obreros tanto en la localidad como en el extranjero. Es esencial en la vida espiritual de las iglesias que éstas tomen un interés práctico en la obra. Dios no tiene ningún uso para un obrero incrédulo, ni tiene uso alguno para una iglesia que carece de amor.

La distinción entre la iglesia y la obra debe estar bien definida en la mente del obrero, especialmente en lo tocante a los asuntos financieros. Si un obrero llega en una visita corta a cualquier lugar, a invitación de la iglesia, entonces es correcto que él acepte su hospitalidad. Pero si él se queda por un período indefinido, entonces debe tomar la carga él solo delante de Dios; si no, su fe en Dios menguará. Aun si un hermano ofreciera voluntariamente hospitalidad gratuita, debe ser rechazada, porque la vida de fe debe ser preservada cuidadosamente. Está bien que los hermanos den donativos a los obreros de vez en cuando, como los filipenses lo hacían con Pablo, pero no deben tomar la responsabilidad de ninguno. Las iglesias no tienen obligaciones oficiales con respecto a los obreros, y estos deben procurar que ellas no tomen tales responsabilidades. Dios nos permite aceptar donativos, pero no es Su voluntad que otros se responsabilicen de nosotros. Donativos de amor pueden ser mandados a los obreros de parte de sus hermanos en el Señor, pero ningún creyente debe considerarse bajo ninguna obligación legal hacia ellos. Las iglesias no solamente no tienen responsabilidad oficial alguna para con los obreros; sino que ni siquiera son responsables de la alimentación, ni del alojamiento, ni de los viáticos de ellos. Toda la responsabilidad financiera de la obra reposa sobre aquellos a quien Dios la ha confiado.

“A nadie hemos agraviado, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos engañado” (2 Co. 7:2). “No os seré gravoso” (2 Co. 12:14). “Porque nunca usamos de palabras lisonjeras, como sabéis, ni encubrimos avaricia; Dios es testigo” (1 Ts. 2:5). “Ni comimos de balde el pan de nadie, sino que trabajamos con afán y fatiga día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros” (2 Ts. 3:8). De estos pasajes vemos claramente la actitud del apóstol. El no estaba dispuesto a imponer ninguna carga sobre otros ni a aprovecharse de ellos en ninguna forma. Y ésta debe ser también nuestra actitud. No solamente no debemos recibir salario, sino que debemos tener cuidado de no tomar la más ligera ventaja sobre alguno de nuestros hermanos. Los apóstoles deben estar dispuestos a que se tome ventaja de ellos, pero por ningún motivo deben aprovecharse de otros. Es una cosa vergonzosa profesar confianza en Dios y, sin embargo, desempeñar el papel de un mendigo, dando a conocer las necesidades de uno y provocando a otros a compasión. Un siervo de Dios que realmente ve la gloria de Dios y su propia posición gloriosa como uno de Sus obreros, bien puede ser independiente de otros, y aun generoso. Es justo que disfrutamos de la hospitalidad de nuestros hermanos por un corto tiempo, pero debemos, con rigidez, guardarnos de aprovecharnos de ellos en pequeñeces como alojamiento por una noche, una comida esporádica o el uso de utensilios de la casa o hasta de un periódico. Nada revela pequeñez de carácter tan pronto como el aprovecharse de trivialidades. Si no somos cuidadosos en tales asuntos, sería mejor renunciar a nuestra tarea.

Todos los movimientos de los obreros afectan profundamente la obra, y, a menos que tengamos una confianza viva en Dios, nuestros movimientos estarán propensos a ser determinados por nuestra expectativa de ingresos. El dinero tiene un gran poder de influencia en los hombres, y, a menos que nosotros tengamos una fe verdadera en Dios y un corazón sincero para hacer Su voluntad, muy probablemente seremos afectados por el aumento y la disminución de los fondos. Si nuestros movimientos están gobernados por el suministro financiero, entonces somos meros empleados que trabajan por la paga, o mendigos que piden limosna, y somos una deshonra al nombre del Señor. Nunca debemos ir a un lugar debido a la perspectiva financiera prometedora de trabajar allí, ni debemos evitar ir porque el futuro financiero es oscuro. En todos nuestros movimientos debemos preguntarnos: ¿Estoy yo en la voluntad de Dios? o ¿soy afectado aun en lo más mínimo por las consideraciones financieras? Estamos dedicados a servir al Señor, no a ganar una subsistencia.


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